En un movimiento que ha generado polémica y sospechas, Maurene Comey, fiscal federal que participó en el sonado caso de Jeffrey Epstein, fue despedida de forma abrupta esta semana por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, sin que se le ofreciera una razón.
Comey, hija del exdirector del FBI James Comey —enemigo declarado del expresidente Donald Trump—, anunció su despido mediante un mensaje dirigido a sus excompañeros de la oficina del fiscal federal en Manhattan, donde laboró durante más de 10 años. “Fui despedida sumariamente”, escribió, alertando sobre el posible uso del miedo como herramienta de control dentro del sistema de justicia. “No dejen que eso suceda. El miedo es la herramienta de un tirano”, advirtió.
El Departamento de Justicia no ha emitido comentarios oficiales, pero el contexto no pasa desapercibido: su salida ocurre una semana después de que se confirmara una investigación penal contra su padre, quien fue destituido por Trump en 2017 mientras investigaba posibles vínculos entre su campaña y el Kremlin.
Maurene Comey tuvo un rol central en los casos contra Epstein y su cómplice Ghislaine Maxwell, ambos acusados de tráfico sexual de menores. La muerte de Epstein en prisión, calificada oficialmente como suicidio, ha alimentado teorías conspirativas, especialmente desde sectores de la derecha radical, que afirman la existencia de una lista secreta de clientes protegidos por las élites.
El despido de Comey también ocurre mientras aumenta la presión sobre Trump para que publique detalles de la investigación sobre Epstein, algo que su base conservadora exige para evitar lo que consideran un posible encubrimiento federal.
En medio de este nuevo escándalo, resurgen las críticas hacia Trump por utilizar las instituciones para castigar a sus enemigos políticos y silenciar voces incómodas. Lo cierto es que, una vez más, la sombra de Epstein y las pugnas por el poder en Washington vuelven a poner al sistema judicial estadounidense bajo los reflectores.
