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Al diablo con los delincuentes encapuchados

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Bajo el argumento de las demandas ciudadanas y el cobijo del anonimato, los vándalos libran cualquier responsabilidad y castigo.

Miles de personas han marchado de manera pacífica pidiendo justicia y seguridad, luego de los terribles hechos en donde murieron y desaparecieron normalistas de Ayotzinapa. Alumnos del Politécnico y de la Universidad Nacional Autónoma de México también se han manifestado en las calles para que las autoridades escuchen sus peticiones de participación y autonomía. Pero a la par de estas expresiones democráticas, otros han salido a violentar y delinquir.

Los violentos se dicen portadores de las mismas causas, en contra de la represión de Estado, a favor de que se haga justicia, en apoyo a la autonomía universitaria, etcétera. ¿Cuál es la diferencia?

No todos los delincuentes se cubren el rostro y no todos los anónimos son delincuentes, pero habría que empezar por dar la cara. He ahí una diferencia obvia, pero importante. Quienes se tapan no son responsables de sus actos. Quienes se muestran alzan la voz con legitimidad.

Ayer, durante la marcha de estudiantes hacia Ciudad Universitaria, en repudio a la balacera que hubo en la UNAM el sábado, se dio un hecho que ejemplifica lo anterior.

Los jóvenes pidieron no cubrirse el rostro. Dijeron que no tienen nada que esconder. Y así, con el nombre por delante, llegaron a la explanada de la Rectoría. A esa misma hora, los “anarquistas”, “estudiantes”, “ninis” o como quieran llamarles, prohibían la entrada a medios de comunicación y la toma de videos y fotografías. Son los encapuchados que la noche anterior hicieron una barricada y lanzaron palos, botellas y bombas molotov a los granaderos del Distrito Federal; los que tomaron, y habitan desde hace 15 años, el autónomo auditorio Che Guevara, de la autónoma Universidad Nacional. Territorio de nadie.

¿Qué ocultan?

Ya no tienen el pretexto de decir que temen represalias, porque están los testimonios de miles de personas protestando, exigiendo y manifestándose, mostrando su identidad, sin que ello los condene a persecución alguna. Al contrario. Son ejemplo.

Los manifestantes con justos reclamos dan la cara y los delincuentes con paliacates se cubren el rostro. Fuera máscaras. Para que tampoco existan pretextos para que las autoridades se hagan de la vista gorda.

A los criminales, el desgobierno les ha dado licencia para incendiar inmuebles, automóviles, metrobuses, pasando por fabricar y lanzar bombas, herir y golpear, hasta violar, secuestrar, extorsionar, matar.

Ahí tienen al gobierno de Guerrero decidiendo que los activistas de la CETEG pueden destruir y quemar inmuebles y hasta golpear porque están muy enojados.

O al gobierno federal, que no quiere quedar mal con los que están muy indignados y queman la puerta de Palacio Nacional o bloquean autopistas y aeropuertos.

Todo mal. La lección de Ayotzinapa al revés.

Mientras la autoridad comete errores, los distintos Méxicos conviven como pueden.

Y hoy, en México, el desasosiego, la violencia, la zozobra y la impunidad tienen cara de delincuentes armados con pasamontañas o cubrebocas.

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