in

CIUDAD DE 400 AÑOS

Superiberia

Por Andrés Timoteo  /  columnista

CIUDAD DE 400 AÑOS

Mañana martes se conmemoran 198 años de la batalla en la que se enfrentaron el ejército realista y el insurgente en Córdoba, una urbe protagónica en la lucha libertaria de la nación. Fue uno de los últimos episodios que condujeron, tres meses después, a la capitulación del imperio ibérico y la firma de la independencia de México.

Es más, el reconocimiento de la emancipación mexicana se dio en esta misma ciudad el 24 de agosto de 1821 cuando el jefe del Ejército Trigarante, Agustín de Iturbide, y el virrey Juan O’Donojú firmaron los Tratados de Córdoba que pusieron fin a la levantisca independentista, concluyendo 11 años de guerra civil y dando nacimiento a México como Estado autónomo y soberano.

Claro, después vinieron tiempos de resistencias y regresiones porque se buscó restaurar regímenes monárquicos como los dos intentos de imperios, uno criollo y otro dependiente de Europa. El del propio Iturbide y el segundo del austriaco Maximiliano de Habsburgo, respaldado por el emperador Napoleón III de Francia, una de las potencias militares de ese momento.

Pues bien, cada 21 de mayo se festeja el último día de batalla contra el ejército colonial -en realidad las refriegas comenzaron 10 días antes- y el triunfo de los independentistas al hacerse del control de la ciudad, un punto estratégico en el mapa de la entonces Nueva España. El parque central lleva el nombre de la fecha.

Córdoba también está cumpliendo 401 años de haber sido fundada, algunos dicen que fue a finales de abril y otros a finales de noviembre de 1618, pero mientras los historiadores se ponen de acuerdo, lo cierto es que la urbe de cuatro siglos no le pide nada a ninguna otra ciudad del País, sobre todo en belleza y acervo artístico, aunque eso sí, es una ciudad desaprovechada culturalmente.

Su riqueza histórica y cultural debería servir como palanca para su exposición nacional e internacional, pero tiene una maldición: sus autoridades locales que la han condenado al ostracismo y la han reducido a ser un lugar con fiestas de pueblo, eventos de garnachas y kermeses y festivales de chunchaca y huarache. No ha habido una política municipal para enaltecer a la ciudad, no por lo menos en las últimas cuatro décadas.

En el abandono están los edificios históricos, las leyendas olvidadas -apenas unos cuantos hacen esfuerzos para conservarlas-, la infraestructura y servicios son un desastre, los museos dan pena ajena y el fomento y la promoción artística no existen. En pocas palabras, Córdoba es mucha ciudad para tan poco Gobierno.

LOS REYES NEGROS

Los historiadores afirman que la fundación de Córdoba sobre las lomas de Huilango fue una medida de contención a la rebeldía de negros liderada por Yanga, ese personaje que algunos ubican como un príncipe de una tribu de Gabón, en África, que llegó como esclavo a las haciendas azucareras de la zona y que encabezó el levantamiento esclavista desde finales del siglo XVI.

Ya en 1609, una década antes de la fundación de Córdoba, prosperaba el pueblo San Lorenzo de los Negros, lo que ahora es el municipio de Yanga, fundado por el príncipe gabonés y en los bateyes de toda la región Centro proliferaba la idea de escapar para vivir en libertad en aldeas rebeldes, desafiando la autoridad real.

La fundación de palenques amenazaba las propiedades de los hacendados y por eso Córdoba fue establecida como barrera para evitar la expansión del negrerío. Es cierto, Yanga fue el primer libertador de la Nueva España, al encabezar un grupo de negros que se zafó del yugo esclavista y fundó con éxito un pueblo independiente, doscientos años antes de la guerra de independencia, pero no fue el único Rey negro del continente.

En Colombia, llamada Nueva Granada en aquella época, hubo otro esclavo proveniente de África, de Guinea, que lideró una levantisca similar y también fundó poblados independentes doscientos años antes de la independencia de ese País. Fue Benkos Biohó proclamado Rey de Arcabuco, una región al norte-caribe de Colombia donde proliferaron palenques en medio de la selva y manglares.

 Inició la rebelión esclavista en 1599 y seis años después, en 1605, la corona española firmó un tratado para reconocer -con ciertos artilugios- a los pueblos cimarrones de Benkos. Sin embargo, el Rey de los negros fue capturado en 1619 -se confió de los españoles- y ahorcado en Cartagena de Indias dos años más tarde.  La leyenda cuenta que Yanga murió de viejo en su palenque porque nunca se confió de los españoles ni se expuso a que le echaran el guante como su homólogo colombiano. 

Y el dato histórico es curioso e indicativo: los primeros independentistas del continente no fueron ni españoles criollos ni mestizos ni indígenas, sino negros traídos de África. La vena libertadora en América fue aportada por la llamada “tercera raíz”, la raza negra que llegó en calidad de esclava, pero que se hibridó con la población local.

 Los negros nos marcaron el camino de la rebeldía y la libertad. Bien lo dice el poeta chileno Pablo Neruda: “Negros del continente/ al nuevo mundo habéis dado la sal que le faltaba. / Sin negros no respiran los tambores, / sin negros no suenan las guitarras. / Inmóvil era nuestra verde América/ hasta que se movió como una palma/ cuando nació de una pareja negra/ el baile de la sangre y de la gracia”.

CANAL OFICIAL

Supervisa Cuitláhuac Instalación de gradas

En busca del nuevo pacto