

De la Redacción
El Buen Tono
Córdoba.– Mientras se presentan como defensores del “pueblo pobre”, los líderes del Movimiento Antorchista continúan operando su maquinaria de recaudación con el viejo pretexto de la colecta pública. Esta semana, volvieron a tomar las calles de municipios como Córdoba, Fortín, Cuitláhuac y Paso del Macho, para financiar “gestiones sociales” y “actividades culturales”. Pero lo que no dicen es que este sistema de boteo no tiene ningún tipo de fiscalización, ni garantiza que los recursos lleguen a quienes dicen defender.
La historia lo ha demostrado: detrás de las lonas rojas y los discursos populistas, Antorcha Campesina es una organización que ha hecho del chantaje y la manipulación un modo de vida, operando como un partido político sin registro, pero con recursos millonarios que jamás transparentan.
Bajo el disfraz de independencia política, usan al pueblo como pretexto para alimentar un aparato que les da poder, dinero y control territorial. Las “colectas” sirven para justificar ingresos sin rendición de cuentas, con los cuales sostienen campañas, movilizaciones y estructuras paralelas que responden no a las necesidades sociales, sino a los intereses de sus dirigentes.
¿Dónde va ese dinero? ¿A las colonias marginadas que dicen defender? ¿O a los bolsillos de quienes, como Samuel Aguirre llevan décadas lucrando con la miseria? La respuesta la conocen bien quienes han visto crecer sus propiedades, sus vehículos de lujo y su influencia política mientras los pueblos siguen igual de pobres.
Yolitza Celestino y Cecilia Tapia, representantes regionales del movimiento, aseguran que la colecta es símbolo de autonomía. Pero autonomía no es impunidad. Si Antorcha fuera realmente una organización transparente, rendiría cuentas, abriría sus finanzas y demostraría que cada peso recaudado se invierte en mejorar la vida del pueblo. Pero no lo hacen. Porque no pueden.
Lo que sí hacen es reproducir un modelo de negocio político basado en la venta de terrenos irregulares, la coacción de colonos y el uso clientelar del sufrimiento social. Hoy piden monedas en los cruceros, pero mañana piden votos en las urnas. Y siempre lo hacen con el mismo guión: hablar en nombre del pueblo, mientras negocian por debajo de la mesa.
