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De política y cosas peores

Superiberia
  • Por CATÓN / columnista

Con pena y todo diré que Guacalito era muy feo. Se llamaba en verdad Guácalo, pero el diminutivo lo ayudaba. Su padre, hombre de grandes medios de fortuna, temía que por su fealdad el muchacho se quedara sin conocer los deleites del amor carnal y los más tranquilos goces de la felicidad doméstica, de modo que se puso a buscarle compañera. Pensó que una muchacha de nombre Turpentina, hija de un cierto amigo suyo, sería buena candidata, y le presentó a su hijo. Seguidamente la llevó aparte y le propuso: “Si aceptas a Guacalito te depositaré un millón de dólares en el banco”. Sugirió ella: “¿Por qué mejor no acepto el millón de dólares y depositamos en el banco a Guacalito?”… Don Camelino Patané, pilar de la comunidad, pasó a mejor vida. Días después una reportera de periódico entrevistó a su viuda. Le preguntó: “En el momento de morir ¿dijo su esposo algunas palabras dignas de ser recogidas por la Historia?”. Respondió la señora: “No sé sí: ‘Ah chingao, ah chingao’ sean palabras dignas de ser recogidas por la Historia”… Lejos de mí la temeraria idea de proponer ejemplos morales. Si tal hiciera sería el diablo metido a predicador. Relataré, no obstante, una anécdota de don Abundio, el viejo cuidador de nuestra huerta en el Potrero. Su hija mayor, Lupita, tenía dos pretendientes. Uno era ranchero rico: había heredado de su padre extensas tierras, ganado en abundancia y una casa de material, o sea no de adobe, sino de block. Desgraciadamente el muchacho era vicioso: bebía, apostaba en las carreras de caballos y cuando iba a la ciudad gastaba buen dinero en sitios malos. El otro cortejante de Lupita era pobre, pero bien portado y trabajador. De sol a sol faenaba en su parcela, donde sembraba maíz, frijol y avena. Criaba marranitos, guajolotes y gallinas. Buen carpintero, hacía sillas y mesas que vendía a los vecinos. Lupita le preguntó a su padre: “¿Con cuál de los dos me caso, ’apá?”. “Usté decida, m’hija –contestó don Abundio-. Ya está grandecita y sabe lo que le conviene. Pero una cosa sí le digo: el rico va pa’ pobre, y el pobre va pa’ rico”. Se casó con el pobre la muchacha, y con el tiempo su marido, ella y sus hijos fueron ricos en los términos de la riqueza campirana, mientras el otro se empobreció en todos los términos. Pues bien: Monterrey, ciudad con la que me unen sentimientos de afecto y gratitud, se hizo urbe de importancia cuando tanto sus grandes empresarios como sus trabajadores más modestos pusieron en práctica durante muchos años un lema de sólo tres palabras: “Trabajo y ahorro”. En eso se fincó la grandeza de esa ciudad; en eso tuvo sus cimientos la prosperidad de sus habitantes. Trabajo y ahorro. El que gana 10 y gasta 9 será a la larga más afortunado que el que gana 100 y gasta 110. En tiempos de dificultad como los que ahora vivimos hemos de redoblar esfuerzos y cuidados. Los días calamitosos pasarán –siempre han pasado- y tendremos la satisfacción de haberlos afrontado con serenidad y en paz. Ya estamos grandecitos y sabemos lo que nos conviene… Magnus Carlsen, de Noruega, es el actual campeón del mundo de ajedrez. No tiene el carisma de Bobby Fischer o Garry Kasparov ni la profunda percepción de Karpov o Petrosian, pero nadie lo iguala en la cautela con que juega sus partidas, que desarrolla con extrema precaución. El anterior prefacio me sirve para narrar que cierta noche don Chinguetas, marido desconsiderado, le dijo a su esposa doña Macalota en el momento del amor: “Me recuerdas bastante a Magnus Carlsen”. “¿Por qué?” –receló la señora. Explicó don Chinguetas: “También él hace un movimiento cada 15 minutos”… FIN.

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