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De política y cosas peores

Superiberia

Catón

No mentiré si digo que Capronio era un hijo de su madre. Por respeto a las familias, pilares básicos de nuestra sociedad, no pongo entre “hijo de su” y “madre” el sonoro vocablo que cuadra con la intención de la frase y con el modo de ser del aludido personaje.
Estoy seguro; sin embargo, de que mis cuatro perspicaces lectores ya lo han adivinado. Generalmente me resisto a narrar las acciones de Capronio, pues el sujeto no solo puede ser calificado de ruin y majadero, sino también tiene mala entraña y está lleno de oscuras intenciones.
Quienes lo conocen rehúyen su trato y se alejan de él como de un escorpión.
A manera de advertencia para prevenir al público lector de su protervia relataré una de sus incontables maldades, las más de las cuales no se pueden contar porque suelen herir el sentimiento de quienes las escuchan, ya que Capronio es misántropo y, sobre todo, misógino, y de esa clase de individuos no se debe hablar. Si lo cito es solo como útil y necesario aviso para que ningún miembro de la sociedad, especialmente, alguna inexperta jovencita vaya a caer en sus aviesas redes. Cierto día le dijo a Susiflor, linda muchacha, que le iba a contar un cuento. Ella recordaba con nostalgia los que sus papás le leían antes de dormir, de modo que ingenuamente se dispuso a escuchar con atención el
relato.
Empezó Capronio: “ésta era una conejita blanca que se enteró de que el Hada Azul había llegado a vivir en el bosque.
Quiso conocerla y le preguntó al conejo gris: ‘¿Sabes dónde vive el Hada Azul?’ ‘Sí lo sé -respondió el conejo gris-.
Pero el dato te va a costar’. Ansiosa por conocer al Hada Azul, la conejita blanca cedió al deseo del conejo gris, que se refociló con ella en indebida forma.
Al terminar el trance, el conejo gris se rió burlonamente y le dijo a la conejita blanca: ‘Te engañé. No sé dónde vive el Hada Azul. Mentí para cumplir mi deseo de yogar contigo’.
Desengañada y triste la conejita blanca, fue entonces con el conejo café le preguntó: ‘¿Sabes dónde vive el Hada Azul?’ ‘Lo sé bien -repuso el conejo café-. Pero el dato te va a costar’. Tanto anhelaba la conejita blanca conocer al Hada Azul, que accedió a la lúbrica demanda del conejo café. Cuando éste vio satisfecha su libido soltó una risotada chocarrera y le dijo a la conejita blanca: ‘Ni siquiera sé quién es el Hada Azul, menos aún voy a saber en dónde vive. Te engañé con tal de poseerte’.
Llena de pesar, decepcionada, quedó la conejita blanca.
Sin embargo, su ansiedad por conocer al Hada Azul era tan viva, que no obstante aquel segundo engaño fue con el conejo negro y le preguntó si sabía dónde moraba el Hada Azul. ‘Claro que lo sé -le contestó el conejo negro-. Es mi vecina.
Pero el dato te va a costar’. De nueva cuenta la conejita blanca hubo de someterse al torpe rijo del conejo negro. Satisfizo éste repetidas veces su concupiscencia y una vez hecho eso dejó salir una hiriente carcajada y le dijo a la conejita blanca: ‘¿Cómo pudiste creerme? Ni siquiera sabía yo de la existencia de esa tal Hada Azul. Pero fuiste mía y eso era lo que me importaba’. Así, la pobre conejita no vio cumplido su anhelo de conocer al Hada Azul”, Terminó su relato el tal Capronio y le dijo en seguida a Susiflor: “A las pocas semanas de sucedido lo que te he contado, la conejita blanca dio a luz nueve preciosos conejitos. Había estado con un conejo gris, con uno café y con un negro. Y, sin embargo, todos los conejitos salieron del mismo color. ¿Sabes de qué color salieron?”. “No” -respondió la linda Susiflor. “Yo sí lo sé -le aseguró el vil Capronio-. Pero el dato te va a costar”. FIN.

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