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EL MINUTERO

Superiberia
  • Por Andrés Timoteo / columnista

LOS ‘CRISTOS’ ROTOS
Quien no ha ‘vivido’ el cáncer, ya sea propio o de algún familiar, difícilmente entenderá a profundidad la desesperación cuando no hay medicamentos al alcance, no se puede costear un oncólogo particular ni una intervención quirúrgica en algún hospital privado. Es un calvario estar atenido a los deficientes servicios del sistema sanitario público, esperando una fecha de consulta o para estudios clínicos que los dosifican con una lógica mortal: cada dos, cuatro y hasta seis meses mientras el cáncer invade, avanza. Orar para que el enfermo resista la sesión de quimioterapia va a la par de la plegaria para que esta se realice, que no se suspenda por el desabasto de fármacos. Y hay que conseguir dinero, pedirlo prestado tal vez, para las costosas inyecciones antieméticas que evitan náuseas y vómitos, reacciones inmediatas del cuerpo tras suministrarle el coctel de químicos agresivos para matar las células cancerígenas. Los hospitales públicos raramente dan estas inyecciones y deben ser compradas por los familiares.
El proceso oncológico es una cruel paradoja. Al principio se comienza orando para que haya medicina y tiempo para el enfermo. Una ampolleta, unos años más de vida, luego se pide por otra ampolleta y algunos meses. Mas tarde, la ampolleta y unas semanas, después solo se suplica para que sean días y llega el momento en que se reza para que el enfermo deje de sufrir, se marche y descanse. En ocasiones, los fármacos nunca llegan, no se consiguen y se rompe ese pequeño lazo de esperanza para la sobrevivencia. Se insiste: quien no ha ‘vivido’ el cáncer difícilmente comprenderá el fondo de esa agonía.
Ahora trasladen dicha penuria al caso de los niños, esos inocentes que son atrapados por la enfermedad en el debut de la vida. Debe ser una angustia indescriptible para los padres que ven deteriorarse a sus hijos y que también deben de fingir porque los pequeños en su inocencia no entienden qué le sucede a su cuerpo ni tampoco pueden recibir a rajatabla la preparación tanatológica para una eventual partida física. El martirio lo tienen que disfrazar con falsa tranquilidad y sonrisas forzadas.
Hace años, estando en la sala de espera de un sanatorio, un sacerdote católico disfrazado de payaso para las sesiones de apoyo espiritual en el pabellón de oncología infantil hizo una alegoría sobre los padres de esos pequeños: “son cristos que están recorriendo la escarpada hacia el Gólgota, caen aparatosamente, reciben azotes, les clavan espinas, los escupen, beben hiel  y aun así se levantan para seguir cargando la cruz de sus hijos y a veces, cuando la caminata finaliza en crucifixión, quedan rotos para siempre”.
En México abundan esos “cristos rotos” porque son muchísimos los niños que no logran vencer al cáncer. Seis pequeños fallecidos cada día en los últimos nueve meses, de acuerdo con el reporte más reciente de la Asociación Mexicana de Ayuda a Niños con Cáncer (AMANC). En total, mil 668 pequeños muertos, de diciembre del 2019 a septiembre de este 2020, toda una tragedia y una vergüenza para el país, para esta generación.
Si el cáncer en los adultos es una incógnita pues nadie ha dado con la causa -por eso lo definen como una enfermedad de ‘etiología desconocida’, aunque hay teorías aproximativas-, en los niños es una contradicción hasta biológica porque son organismos nuevos, sanos, no sometidos al desgate de la edad, el estrés o los excesos.
Ellos no tendrían por qué ser atacados y ver acortada su vida, pero sucede.
Lo peor es cuando son otros quienes agravan la enfermedad y contribuyen al deceso de los infantes. A la corrupción y deterioro de los servicios de salud acumulados durante décadas se sumó, en el sexenio que corre, una falsa austeridad presupuestal que llevó a retardar y contraer las compras de medicamentos y a despedir al personal médico. El resultado de eso se mide en vidas: de los mil 668 niños muertos más de la mitad se pudo haber salvado si se les hubiera brindado la terapia y los medicamentos a tiempo.
La mezquindad, la indolencia y hasta la injuria son las respuestas del gobierno cuando los padres de niños cancerosos protestan por el desabasto de medicinas y terapias. El mismo presidente Andrés Manuel López Obrador los ha acusado de mentirosos y ser parte de una conspiración política para desprestigiar a su administración. Mezquindad absoluta es que el diputado de Morena, Iván Pérez Negrón, ha propuesto considerar el Fondo de Salud para el Bienestar, que incluye los recursos destinados a niños con cáncer, entre los fideicomisos a desaparecer por el parlamento a petición presidencial.
Fue tanta la polémica que dicho fondo fue excluido de la extinción. Y al tabasqueño lo imita el veracruzano, Cuitláhuac García, quien culpa a terceros en cada ocasión que se ve atrapado en la polémica por negarle las medicinas a estos niños. La última vez, en la semana pasada, responsabilizó a las empresas farmacéuticas, pero fue desmentido por el pediatra porteño, Miguel Gómez Dorantes, quien hizo público el desabasto medicinal.
Mezquindad criminal es también que el secretario estatal de Salud, Roberto Ramos Alor, se haya gastado 4 millones de pesos en remodelar sus oficinas mientras que médicos del Hospital Infantil del puerto de Veracruz y organizaciones civiles tuvieron que recurrir a la caridad pública para reunir 450 mil pesos que urgían a fin de comprar fármacos para quimioterapias y estudios clínicos de pequeños cancerosos. Así no puede ser.
Por cierto, la organización jalisciense “Nariz Roja” que recolectó más de 3 millones de pesos para los pacientes infantiles del Hospital Regional de Veracruz cometió un error terrible por transferir ese dinero al gobierno estatal. ¡Nooo… se lo van a robar! Están viendo que los tipos son uñilarga irredentos y todavía les ponen el cofre abierto.
 
‘NEPOTISCRACIA’
El ex gobernador Dante Delgado Rannauro fue el primero en utilizar el término “cleptocracia” para describir al gobierno del priista Javier Duarte por ser un gobierno de los ladrones. Luego, esa misma descripción sirvió para el régimen federal que encabezaba el mexiquense Enrique Peña Nieto. Ahora, la definición que le acomoda al gobierno del morenista Cuitláhuac García es la ‘nepotiscracia’, como la denominan divertidamente algunos estudiosos del quehacer político.
La “nepotiscracia” es el grado superior del nepotismo. Según la semántica, este es la preferencia que reciben los parientes al ser beneficiados con cargos o concesiones públicas, pero en Veracruz el término quedó rebasado ya que ahora se gobierna -y se roba – con la parentela sin pudor ni recato. Basta una breve revisión en los tres poderes para comprobarlo.
El Ejecutivo, ocupado por García Jiménez, está plagado de familiares consanguíneos y políticos. El caso más descocado es el de Eleazar Guerrero Pérez, primo del gobernante y quien despacha en la Subsecretaría de Finanzas. No ha sido removido pese al escándalo y, al contrario, el propio mandatario prefirió engañar en público al presidente Andrés Manuel López Obrador, negando el parentesco, que despedirlo.
¿La razón de su intocabilidad?  Es el verdadero mandamás en la Secretaría de Finanzas, el que decide en qué y quién se gasta el dinero y, el otro, José Luis Lima Franco es una suerte de ‘florero’ para firmar papeles y hacer anuncios públicos. Guerrero es inamovible porque procura y resguarda el dinero y los negocios familiares con el erario. Después del gobernante estatal es el funcionario más poderoso de Veracruz.
En el Legislativo, el tuxtleco Javier Gómez Cazarín, quien hace el tejemaneje en dicho recinto -el cordobés Rubén Ríos es como Lima Franco, otro adorno- tiene a uno de sus hermanos, de nombre Juan Pablo, cobrando 15 mil pesos al mes en la nómina pública, pero en la secreta se lleva más de 30 mil pesos. Y no para ahí, ha colocado a otros hermanos, primos, sobrinos, amigos y compadres en las nóminas de los ayuntamientos de Hueyapan de Ocampo, Xalapa, Coatzacoalcos, Minatitlán y Poza Rica.
Además, entre él y sus parientes tiene al menos seis empresas constructoras que reciben contratos estatales, federales y municipales, pues los Gómez Cazarín son de armas tomar. Al estilo del crimen organizado, llegan a las oficinas municipales a amenazar directamente a los alcaldes a nombre del presidente de la Junta de Coordinación Política. El edil que se niegue a permitir los negocios de la familia Cazarín lo auditan y le fincan responsabilidad judicial por las cuentas públicas haya o no irregularidades.
El Poder Judicial, a cargo de Sofía Martínez Huerta, es otra perla pues esta señora nombró a su nuera, Mayra Angélica Martínez Juárez, secretaria General del Consejo de la Judicatura y a su hijo, César Díaz Martínez, asesor en el departamento de Comunicación Social del Tribunal Superior de Justicia (TAJ), además tiene a sobrinos, primos y compadres en diversas carteras en dicho poder.
En resumen, los tres poderes en el estado se infectaron de nepotismo y a grado superior. Ya no es el simple beneficio de un empleo, de un salario no desquitado o de tráfico de influencias para recibir contratos públicos sino un sistema de gobierno familiar.
Por eso mueve a la risa, la propuesta que Morena se presentó en el Congreso local a través de un operador extra partidista -y ejemplar genuino del nepotismo-, Rodrigo García Escalante, ¡¡para penalizar el nepotismo!! ¿No es una preciosura? Claro, también un balazo en el pie al régimen cuitlahuista y una indirecta para el tabasqueño López Obrador, quien buscar heredarle la silla presidencial a su nuera, Claudia Sheinbaum, la actual jefa de Gobierno de la Ciudad de México.
A propósito, ¿dónde quedó aquella iniciativa para impedir heredar los cargos de representación popular a la que llamaban “Ley Antimonarquía” y con la que aludían jocosamente a los Yunes del panismo a quienes motejaron como “la monarquía de la moronga azul”? En el 2024 si la candidata presidencial es Sheinbaum los morenistas se tendrán que merendar sus propias frases.

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