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EL MINUTERO

Superiberia
  • Por Andrés Timoteo / columnista

‘LA PESTE’ DE CAMUS
Ya se recreó hace siete décadas con una similitud asombrosa, casi calcada a lo que se vive hoy. Sí leemos al magnifico Albert Camus estaremos leyendo lo que todos padecemos en la actualidad. Comenzó en primavera y sucedió en Oran, ‘La Radiante’, una ciudad de Argelia donde una mañana de abril el doctor Bernard Rieux se tropezó al salir de su consultorio con una rata muerta y fue a avisarle al conserje, pero éste lo tomó a una broma porque en el edificio no había roedores.
“La misma tarde, Rieux, en el pasillo del inmueble, vio surgir otra rata con paso incierto y con pelaje mojado. El animal se paró, pareció buscar el equilibrio, tomó carrerilla hacia el doctor, se paró otra vez y con un pequeño grito cayó sacando sangre por una pústula en su pierna”. Fue el inició, de ahí se contabilizaron por miles las ratas muertas en la ciudad. Se les recogía en cubetas, hasta 8 mil diarias y el caso llegó a la prensa.
Al principio las autoridades de Oran lo minimizaron, pero no el doctor Rieux pues días más tarde el primero en caer enfermo y morir lleno de bubones supurantes fue precisamente el conserje de su edificio. Luego fue un techador, luego otros vecinos, hasta que la enfermedad llegó a las esferas políticas. “Las ratas morían en la calle y los hombres en sus casas. Hasta que cada médico tuvo conocimiento de dos o tres casos”.
“La suma (de muertos) producía consternación. En pocos días los decesos se multiplicaron y fue evidente que esta enfermedad tan curiosa se trataba de una verdadera epidemia”. Fue cuando alguien pronunció por vez primera la palabra “peste”. “Las plagas son una cosa común, pero se cree difícilmente en ellas hasta que nos caen en la cabeza”, reflexionó el doctor Rieux. “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras. Y aún así, las pestes y las guerras pillan a todo el mundo desprevenido”.
“Cuando estalla una guerra, la gente dice: no durará mucho, es demasiado tonta. Sin duda una guerra es una tontería, pero eso no la impide durar. Nos daríamos cuenta si no estuviésemos siempre pensando en nosotros mismos. “Nuestra gente pensaba en ella misma, dicho de otra manera: no creían en las plagas. Las plagas no estaban hechas a la medida del hombre, se dice que son irreales, que son una pesadilla que pasará. Pero no siempre pasan, y de pesadilla en pesadilla, son los hombres los que pasan”.
“Todos continuaban haciendo negocios, preparaban viajes y tenían opiniones, ¿cómo habrían de pensar en la peste que suprime el porvenir? Se creían libres y nadie será nunca libre mientras haya plagas” Ese negacionismo en entre los habitantes de Oran -Camus lo llamó escepticismo- fue doblegado por la mortífera realidad. Entonces, cuando había cadáveres amontonados, la peste “fue un asunto de todos” y llegó el momento en que el gobierno se tomó en serio el asunto y emitió un bando, apoyado por la asesoría de los médicos, para cerrar la ciudad. Nadie podía entrar ni salir.
Y las familias fueron separadas, los que se quedaron afuera y los que permanecieron adentro. Camus definió a ese encierro como “un exilio en su propia casa” donde se sufre dos veces: por los confinados y por los ausentes.  Al final, “los que estaban prisioneros de la peste comprendieron el peligro al que exponían a sus parientes y se resignaron a sufrir aquella separación”. Luego vino el ‘toque de queda’, la desinfección de casas y transporte, la saturación de hospitales y el desbordamiento del cementerio. Escasearon los ataúdes y las fosas.
Así pasaron los meses hasta que arribó diciembre. “Las navidades de ese año fueron más bien la fiesta del infierno. Las tiendas vacías y sin luz, no quedaba lugar para alguna alegría solitaria, las iglesias llenas de peticiones más que de agradecimientos. En la ciudad triste y helada ya casi no había sitio en el corazón de nadie para una esperanza que impidiera a los hombres dejarse llevar por la muerte”. -Vaya, como las que ahora se acaban de vivir en este 2020-.
Sin embargo, a finales del ese mes llegó esa esperanza. Luego de varios intentos fallidos, un suero elaborado por el Doctor Castel, colega de Rieux, alivió el primer enfermo. Fue un burócrata retirado, Joseph Grand y así un anciano fue el primer curado. Después fue una joven y luego los demás, hasta que las muertes comenzaron a bajar. Fue el milagro de Navidad. Similitud asombrosa con la actualidad, el suero de Castel es el equivalente de la vacuna anti-Covid que en este diciembre se comenzó a aplicar.
De repente en Oran todos se dieron cuenta que “cada una de las medidas tomadas por los médicos -rechazadas por muchos- parecían ahora ir sobre seguro. Parecía que la peste fuese acorralada…y se podía decir que a partir de ese momento el reino efectivo de la peste había terminado”. El 25 de enero, las autoridades declararon la victoria sobre la plaga y programaron la apertura de la ciudad para semanas después.
Cuando llegó ese día todos se volcaron alegres a confraternizar de nuevo, ricos y pobres, viejos y jóvenes, a llorar y hacer posible el luto de los ausentes, esos que se llevó la peste, a recibir con los brazos abiertos aquellos de los que fueron separados. Era hora de terminar el exilio y recuperar la verdadera patria. “Toda la ciudad se lanzó fuera para festejar que el tiempo de los sufrimientos llegaba a su fin y donde el tiempo del olvido aún no había empezado”, dice el escritor a través de su personaje Rieux.
Fue la liberación de la plaga, aunque con tiempo perecedero. El patógeno de la fiebre bubónica que mantuvo encerrada a Oran durante un año nunca se iría definitivamente. “Esa alegría de ahora estaba siempre amenazada, la multitud ignoraba que el bacilo de la peste ni muere ni desaparecerá nunca, que puede estar durante decenas de años dormido en los muebles o en la ropa, que espera con paciencia en las habitaciones, en los baúles, las bodegas, los pañuelos y los papeles, y que, tal vez, llegará el día en que, por desgracia, la peste despertará sus ratas y las enviará a morir a alguna ciudad feliz”. Así termina la novela “La Peste” de Albert Camus, publicada en 1947.
 
EL AÑO DEL ALIENTO
Hay que leernos en ella. El Coronavirus que nos azotó y enlutó en este 2020 nunca se irá y debemos estar en alerta para evitar su retorno luego de que le repliegue con la vacuna que ya se está aplicando. El 2021 es el año del aliento y de la liberación para las generaciones que sobrevivieron a la Covid-19. Lo mejor que se puede desear a los amigos, colegas y lectores para esta Nochevieja, víspera del Año Nuevo, es una suficiente dosis de esperanza y paciencia. ¡Que así sea y buen 2021!

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