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El Presidente de las reformas

Superiberia

 

Así como Felipe Calderón se promovió durante su campaña electoral como el presidente del empleo, de alguna manera Enrique Peña Nieto lo hace como presidente de las reformas, del buen desempeño, de los resultados concretos. Todo indica que tiene la voluntad y el empeño para ello.

Pero no será fácil, y no sólo porque requiere del apoyo de los partidos de oposición (o al menos uno de ellos) que no es automático ni seguramente gratuito.

Es probable que el PAN muestre la disposición de colaborar en algunas de las reformas planteadas por Peña, y que podrían coincidir en lo fundamental con el ideario panista.

Algunos piensan que el PAN podría adoptar la estrategia que siguió el PRI en estos doce años de gobiernos panistas: el boicot. Pero tras haber perdido su autoridad moral en materia de democracia y rendición de cuentas, lo que más conviene al PAN es mostrarse como una oposición responsable, no como una que de desquita poniendo zancadillas al gobierno que los desbancó del poder. La aprobación de la reforma laboral es una muestra de esta posibilidad.

Pero Peña podría enfrentar un obstáculo mayor: su propio partido. Precisamente, cuando se le preguntaba durante la campaña por qué proponía reformas semejantes a las de Calderón, siendo que el PRI las había boicoteado, respondía que las divisiones y diferencias internas dentro del PRI difícilmente podrían ser dirimidas sin el tradicional arbitraje presidencial, sin la línea y el eje articulador del “jefe nato” del partido. Y que llegando él a la Presidencia podría ejercer de nuevo ese arbitraje, esa articulación para disciplinar a sus bancadas legislativas de modo de unificarlas en torno a su proyecto de gobierno. Y es que hay que recordar que el PRI no tiene una ideología homogénea, sino al menos dos: el neoliberalismo tecnocrático y el añejo nacionalismo revolucionario, que tienen posiciones encontradas respecto a las diversas reformas estructurales. La relación con los gobernadores priístas no será tampoco fácil, ahora que en estos doce años sin presidencia priísta han cobrado un gran margen de autonomía, más propia del feudalismo que del federalismo, como mucho se ha dicho. Habrá pues que ver si Peña Nieto en efecto logra rearticular a su partido en una sola dirección, ahora que las condiciones políticas dentro y fuera del PRI no son las mismas de antaño.

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