

Efraín Hernández
El Buen Tono
Córdoba, Ver.— Con el corazón hecho trizas y el alma partida, amigos, familiares y compañeros de danza se reunieron en la Unidad Deportiva de Colorines para despedir entre aplausos, oraciones y música a Iker, el adolescente de apenas 14 años que entregó su vida en un acto de amor inquebrantable: intentar salvar del mar a sus hermanitos.
El dolor era evidente. Había ojos que no dejaban de llorar, abrazos que no alcanzaban a consolar, y un silencio entrecortado por el llanto de quienes aún no logran entender cómo alguien tan joven, con tanta luz, tuvo que partir así… tan pronto, tan valiente.
Vestidos con sus trajes de danza, los compañeros del ballet al que Iker pertenecía formaron un círculo. Algunos no pudieron contener las lágrimas al recordar sus risas, su entrega, su energía en cada ensayo, y esa forma tan suya de alegrar hasta los días más grises. Le bailaron por última vez, no como despedida, sino como homenaje. Porque Iker no se va. Iker se queda, grabado en cada paso, en cada ritmo, en cada memoria.
“Siempre será un héroe”, repetía una y otra vez una de sus maestras, mientras sostenía entre manos una fotografía del joven, donde se le veía con el rostro lleno de vida. Y es que no hay otro título para quien se enfrentó al mar con el único impulso de salvar a quienes más amaba.
Fue en las aguas de Mata de Uva, en Alvarado, donde el oleaje, traicionero y brutal, lo arrastró sin dar tregua. En su intento por rescatar a sus hermanos, el mar se lo tragó, dejando solo su valor como testimonio. Tres días después, la marea lo devolvió a la orilla. El dolor de la espera se convirtió en la herida más profunda
