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Preocupa el presidente

Superiberia

Por  Catón /  columnista

El padre Arsilio vio  en la esquina de la plaza a una sexoservidora. Se propuso amonestarla  -¿para qué son los buenos padres sino para amonestar?-; fue hacia ella y le preguntó, severo: “¿Conoces, mujer, el pecado original?”. “Claro que sí, guapo –respondió la daifa-. ¿Qué tan original lo quieres?”…

La doctrina judeocristiana del pecado original, según la cual todos nacemos pecadores, se atribuye a San Pablo, gran filósofo, gran epistológrafo, jinete regular. Su tesis resuena en el verso del poeta: “En el hombre hay mala levadura”. Eso se explica: descendemos de Caín el asesino, y no de Abel su víctima. La mayoría de los pensadores han supuesto, con razón o sin ella, que la criatura humana es mala por naturaleza. Sólo Rousseau afirmó lo contrario: el hombre nace bueno; las circunstancias de la sociedad son las que lo llevan a la maldad. López Obrador piensa lo mismo. Tiene profunda Fe en el ser humano y en su capacidad para escoger el bien y renunciar al mal. De ahí sus exhortaciones a los delincuentes para que dejen el camino malo y se porten bien. A mí, lo digo sin ironía ni intención segunda, me conmueve sinceramente la postura de AMLO.

Encuentro en su discurso un contenido espiritual –casi iba a decir “místico”- que en ningún político de México se ha visto, excepción hecha de Madero. Eso lo lleva a creer, igual que el coahuilense, que todos los hombres son buenos, y que nada por tanto ha de temer. A quienes luchan por la justicia, dice, no les puede suceder nada malo. Los hechos, por desgracia, demuestran lo contrario, desde Cristo hasta monseñor Óscar Romero, pasando por Lincoln, Gandhi y Martin Luther King. Me preocupa por tanto la seguridad del Presidente, sobre todo después de los ominosos mensajes que siguieron a su lucha contra el huachicoleo.

En ese contexto cobra sentido una enseñanza que recibí de don Abundio, el sabio viejo del Potrero de Ábrego. Le pregunté una vez: “¿Es cierto, don Abundio, que rezando un Credo se protege uno contra el ataque de los perros bravos?”. Me respondió: “Es absolutamente cierto, licenciado. Pero el Credo funciona mejor si lleva usted una piedra en cada mano”. Conserve nuestro Presidente su encomiable fe en el hombre, pero permita que se le proteja contra un eventual ataque de los perros bravos. Su persona ya no le pertenece a él: le pertenece al pueblo, y como tal debe ser cuidada… Cumplido mi cotidiano deber de orientar a la República paso a narrar algunos chascarrillos que aligeren la gravedumbre de la anterior peroración…

Don Languidio Pitocáido, señor de edad madura, le comentó a su mujer: “El médico me dijo que tengo alta presión”. “Posiblemente –replicó la señora con tono ácido-. Pero no la tienes donde la deberías tener”… Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de trabajo como tenedor de libros en la Compañía Jabonera La Espumosa, S.A. de C.V.- Al entrar en la recámara halló a su cónyuge, doña Facilisa, en ilícito consorcio de erotismo con un desconocido. Fue al chifonier donde guardaba la libreta en la cual solía anotar adjetivos denostosos para decirlos a su mujer en tales ocasiones; regresó a la alcoba y le espetó el último que había registrado: “¡Hurgamandera!”. “¡Ay, Astasio! –respondió ella con acento lamentoso-. ¡Siempre te las arreglas para hacer que todos mis actos parezcan malos!”…

La señorita Peripalda, catequista, les preguntó a los niños: “¿Cómo identificarían ustedes a Adán entre los demás santos varones de la antigüedad?”. Quería que le dijeran que era el único que no tenía ombligo. Pepito se apresuró a contestar: “Les diría a todos que fueran a tiznar a su madre. El que no fuera, ése sería Adán”…FIN.

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