EL BUEN TONO
Totla.- El gobierno municipal de Nora Acosta Gamboa terminó como fue percibido durante casi todo su trienio: Como una administración de fachada, simulación permanente y una alarmante incapacidad para asumir responsabilidades. Hasta en los símbolos más básicos, como los adornos navideños, quedó expuesta la precariedad de un gobierno que confundió propaganda con resultados y presencia con autoridad.
El nacimiento colocado en el kiosco municipal, elaborado con materiales baratos y sin cuidado alguno, no fue un simple detalle estético: Fue una metáfora involuntaria del estado en que dejó al municipio. Improvisación, descuido y una narrativa vacía que intentó maquillar un gobierno rebasado por los problemas que nunca quiso enfrentar.
A lo largo de su gestión, Nora Acosta perfeccionó el arte de deslindarse. Cuando la Secretaría de la Defensa Nacional retiró las armas a la policía municipal por falta de certificación, la alcaldesa no asumió la responsabilidad que le correspondía como jefa directa de la corporación. Optó, como en tantas otras ocasiones, por señalar a terceros, como si ella no fuera la máxima autoridad del Ayuntamiento. Paradójicamente, sí tuvo mando cuando le convenía: Los policías fueron utilizados incluso fuera del municipio, pero al momento del escándalo, “nadie fue responsable”.
El mismo guion se repitió con obras incumplidas, proyectos mal ejecutados y promesas abandonadas. Cada reclamo ciudadano encontró la misma respuesta: La culpa era de alguien más. El colmo fue responsabilizar al director de Obras Públicas por fallas estructurales, solo para después imponerlo como candidato a la presidencia municipal y promover a su hija como aspirante a la sindicatura, evidenciando que el problema nunca fue la incapacidad, sino la conveniencia política.
La administración de Acosta Gamboa se distinguió más por el uso patrimonial del poder que por el ejercicio responsable del mismo. Intentó construir una sucesión a modo, confundiendo el Ayuntamiento con un proyecto personal y familiar. El electorado, sin embargo, puso un alto a ese intento de herencia política.
En seguridad, servicios públicos y gobernabilidad, el balance es igualmente negativo. El municipio cerró el trienio con una policía desarmada, obras cuestionadas y una ciudadanía cansada de explicaciones que nunca se tradujeron en soluciones. La constante fue una alcaldesa que actuó más como espectadora que como gobernante, siempre dispuesta a lavarse las manos ante cualquier crisis.
Hoy, mientras se habla de nuevas aspiraciones políticas, queda una pregunta inevitable entre los habitantes de Totutla y la región: ¿Con qué autoridad moral se puede pedir un nuevo cargo, cuando el último se ejerció entre omisiones, simulación y desprecio por la rendición de cuentas?
El legado de Nora Acosta no es el progreso prometido, sino un municipio marcado por la desconfianza, el desgaste institucional y la certeza de que gobernar no es posar, ni culpar a otros, sino responder por los actos propios. Y en eso, su administración quedó a deber hasta el último día.


