


POR: Gilberto Nieto Aguilar Columnista
A la memoria de Betico López Nava
La vida parece una ilusión. Es tan corta que apenas alcanza para resolver una experiencia. Según como la veamos se obtendrán diversas respuestas que hasta pueden resultar antagónicas entre sí. Por eso es que, independiente del enfoque y la disciplina con que cada quien la quiera ver, debemos aceptar que el único requisito indispensable para morir es estar vivo. Lo demás son sólo pretextos, razones, justificaciones de una causa y un desenlace.
Hay seres cuya vida parece estar a prueba de enfermedades y dificultades externas. En otros parece lo contrario, es decir, frágil, fácil de apagarse, rápida para entrar en crisis. Fisiológica y psicológicamente todo organismo depende del equilibrio armonioso de ambas funciones. Yo recuerdo que la abuela murió después de los cien años y que el cuñado de Betico se fue rebasando apenas los cuarenta, mientras ahora un tío camina por todo el pueblo a los 90 años y otro quiere enamorar a las chicas a los 74.
Cada quien habla del carnaval según como lo disfruta. Esos tíos de 90 y 74 años piensan distinto: el menor quiere vivir muchos años más porque siente que saborea la vida, mientras el mayor dice que ya vivió de todo y se sorprende de su fortaleza y buen estado de salud. Pero es difícil, por muchos años que se tengan, haber usado todo el potencial de disfrutar y comprender la vida.
La vida ofrece una infinita gama de posibilidad de las cuales no se abarca más que un ínfimo porcentaje de un dígito. Es tan amplia, tan variada, tan rica. Puede ser tan amable o agresiva, dadivosa o tacaña, según la actitud que asume cada quien ante su vasta inmensidad y sus amplias exigencias. Todo lo que es y puede ser, no se alcanza a vivir en una existencia.
El sábado 14 de enero, en Platón Sánchez, llevamos a su última morada a mi cuñado y compadre Alberto Antolín López Nava, Betico. Don Atanacio y Doña Licha seguramente lo recibieron con júbilo, compartiendo el espacio terrestre y etéreo, como se recibe a quien se quiere mucho, con el cariño diáfano del hijo bienamado. Con ellos concluirá su transitar por esta vida, dejando un vacío a la alegría, la amistad y el afecto.
“La Huasteca está de luto, se murió su huapanguero”. Hoy de seguro baila huapangos con Doña Licha y su tía Mellos. Pero también queda un pesar: “cuando calla el cantor, calla la vida”, porque se silencian las notas y las palabras de la voz donde la vida es todo un canto. Muchos amigos no alcanzaron a despedirlo en Coatzacoalcos. En el penoso viaje hasta el Norte del Estado, hizo un alto en Álamo, tierra de su adolescencia y juventud, donde fue recibido por un grupo de amigas y amigos en la casa del Lic. Guillermo López, su entrañable amigo del alma.
Tuvo Betico una vida de caminos que se bifurcan, de senderos que se contradicen. Fue un espíritu inquieto, lleno de alegría, que solía disfrutar de la vida al compás de un huapango, música de viento, una cumbia cubana o colombiana, una copa de vino y una canción de los diversos géneros que le gustó entonar. Tenía un gusto grande y un sentimiento especial para disfrutar cualquier tipo de música. Sembró a su paso verdaderos amigos con quienes compartió de todo y cumplió a su manera, pero con fidelidad, los compromisos que la vida le impuso.
Para unos fue un héroe de la caballerosidad y la galantería; para otros un camarada afectuoso que se quitaba la camisa ante la necesidad de alguno de ellos. Y hay quienes lo vieron como un rival enconado, temible porque aquél que lo buscaba lo encontraba. Todo lo que hizo en esta vida fue con pasión, con entusiasmo y coraje, sacando lo mucho que encerraba en su interior.
Trabajó con gusto hasta jubilarse hace apenas unos meses, extrañando de continuo la convivencia con sus compañeros. Cuidó con cariño de sus gallos, y en los últimos meses intentó convertir un gusto personal en un servicio público. Su don de gentes, atraía la simpatía de los demás.
Las palabras son aire y van al viento, pero los recuerdos se quedan en el corazón y la mente de quienes lo quisieron, de quienes lo trataron, de quienes lo apreciaron. Estará en la mirada de sus hijos, en las notas de las canciones que más cantaba, en la risa que viene acompañada de una copa, en la palabra amable de un buen amigo. Descanse en paz.
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