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ESTE OTRO 19 DE SEPTIEMBRE

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 Por: Irene Arceo  /  columnista

Hace 32 años,  un 19 de septiembre, un terremoto  con una intensidad de 8.1 grados Richter azotó al entonces Distrito Federal causando muchos derrumbes, daños y muertes. Este otro 19 de septiembre casualmente, otro terremoto con 7.1 grados colapsó varios edificios y trajo consigo el desasosiego y la desolación a la sufrida CDMX.

La mañana de este otro 19 de septiembre amaneció gris, sin Sol. Pero al rato llegó con su radiante luz el Astro Rey inundando de luz todo el día naciente. Temprano fui a San Lucas Tepetlacalco, aquí en el Estado de México, a comprar tortillas de mano, tamales, salsa y frijoles tiernos.

A las cercanías de la iglesia y del mercado, cotidianamente llegan mujeres trabajadoras procedentes de los pueblos cercanos a Toluca para vender sus productos caseros, que disponen artísticamente en el suelo  sobre una manta, para que  al pasar cerca, se le vayan a uno los ojos con tanto vegetal fresco, quesos, panes y frutas de la temporada.

En la tienda donde compré azúcar había saludado despistadamente con un “buenas tardes” en lugar de “buenos días” y el tendero me corrigió al señalar el erróneo adelanto de mi tiempo. De regreso a casa almorcé con calma y  tomé un café con leche. De pronto me di cuenta de que había pasado el mediodía, eran las 13:40 horas. Alegremente salí al patio frontal a admirar las flores del otoño.

De repente, escuché un ruido inusual, fuerte y violento. Las paredes se mecían, el candado del portón de fierro se movía y parecía que mil monstruos empujaban para entrar mientras rugían. Un fenómeno aterrador de mil cabezas movió árboles,  paredes, cortinas, techos y  lámparas, mientras la tierra oscilaba o trepidaba con un poder que atenazaba las entrañas.

Es tal momento de estupefacción, soledad, pavor y de extrañamiento a la naturaleza que ni siquiera recuerdas bien a bien una oración o rezo. Dicen que cuando uno pronuncia palabras en latín   los ángeles las escuchan y llegan a nosotros, pero ¿cómo recordar?: “Pater Noster qui es in caelis, Santificetur Nomen tuum, adveniat Regnun tuum: Fiat voluntas tua, sicut caelo , et in terra…” ¿Cómo caminar? ¿Cómo correr?… ¿A dónde?

De pronto pasa ese inusitado movimiento y se repone de golpe la quietud. Veo afuera a la gente  que salió ya de sus casas o de sus trabajos y están asustados y callados y todos juntos se acompañan, unos lloran, otros gimen, algunos se hincan y casi todos,  como signo de los tiempos,  recurren a sus celulares para comunicarse con sus familiares para corroborar  estados de salud o bienestar, o malas noticias…

El protocolo del espanto no termina ahí. Tras el sismo, se desencadena una jornada horripilante porque habremos de ir conociendo  el recuento de los daños, los derrumbes de estructuras, los colapsos de edificios, las desapariciones y las muertes de los seres, a los que el mundo les vino encima  y con su peso colosal  para cortar vidas de tajo. Concreto adentro se anida la muerte cuando se yace solo, polvoriento e inerme en la oscuridad y el frío. 

La Gran Ciudad está de pie, sí, pero tiene en su entorno urbano escenarios de tragedias que se anuncian con malévolas nubes  de polvo o de cemento que anteceden a esas pesadas  lozas de concreto, con sus anuncios y sus torres, que aplastaron sin piedad: ilusiones y proyectos.

Niños y maestros de escuelas que no pudieron salir -porque no existía- a un gran y soleado patio central a formarse y cantar mientras pasaba el sismo. Trabajadores, amas de casa y ancianos impedidos por  el pavor o la sorpresa de alcanzar espacios o rutas de   salida en sus mal construidos edificios habitacionales. Gente que murió de miedo porque nunca escuchó la alarma sísmica, que dicen que jamás sonó. Carros aplastados y empolvados por haberse estacionado en alguna calle llamada Mala Suerte….

Torres de antiguos templos y construcciones coloniales se desmoronaron en Puebla, Morelos, Oaxaca, Tlaxcala y en la CDMX en este otro 19 de septiembre de 2017, donde la novedad es que el Sol podría ser el  culpable de provocar sismos, debido a sus recientes tormentas y erupciones de luz de gran intensidad que han afectado el campo magnético de la Tierra.

En busca de motivos, hay científicos clásicos que insisten en que los terremotos se producen por la ruptura de una falla, tras acumularse tensión tectónica en la zona, por lo que la fricción de las rocas puede generar en su superficie, corrientes eléctricas por el flujo de iones que genera. Teorías  sumadas a 
ironías…

Con tanto dolor y desaliento en este aciago día, en el que absolutamente todo se cancela para un después incierto, poco importa si el flagelo es obra  del Sol, la Tierra, Dios o el Diablo. Entre los escombros y los que quedamos de pie, hay  gente sencilla y solidaria que se presenta a ayudar con su rostro marcado por el desvelo de la angustia existencial . Otros, los incombustibles y desalmados de siempre, observan, callan y celebran con  íntimo regocijo que  la libraron y la seguirán librando. Así es la vida.

CDMX 19 de Septiembre de 2017.

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