in

EL POST-DEBATE

Superiberia

 Por: Andrés Timoteo  / columnista

Indudablemente, alguien ganó o perdió algo en el debate entre los candidatos a la Presidencia de la República realizado la noche del domingo pasado. Es ingenuo dar por hecho que ese evento poco influirá en el electorado. Es cierto, fue un primer round para que los contendientes se midieran, ensayaran atacarse o defenderse con los mismos temas y argumentos, pero sí definió algunas cosas.

Una de ellas, ya prevista, es que la contienda se centra entre dos, no entre tres ni mucho menos entre cinco aspirantes. El candidato de la alianza “Juntos haremos historia”, formada por Morena, PT y PES, Andrés Manuel López Obrador y el de la coalición “Por México al Frente”, del PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, Ricardo Anaya Cortés, son los dos disputantes reales. Uno es puntero y otro con el propósito de alcanzarlo.

La segunda es que el candidato de la alianza “Todos por México”, del PRI, PVEM y Panal, José Antonio Meade Kuribreña, desaprovechó –más bien no pudo hacer mucho- el debate para posicionarse como opción factible. Eso hace que se quede en tercer lugar y, a la vez, que los poderes oficiales y fácticos volteen hacia el panista Anaya como alternativa para atajar al tabasqueño López Obrador.

De los supuestos abanderados “independientes”, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez “El Bronco”, no hay mucho qué decir. Salvo las bravuconadas y ocurrencias del Gobernador con licencia de Nuevo León, quien aprovechó el debate monstrándose como orador estridente, ambos no tienen posibilidad alguna en la disputa presidencial. Sería ocioso gastar tinta en hablar de ellos y ocioso también para el lector-votante, ocuparse de ambos que son meros distractores.

Perdió algo Meade al quedarse rezagado y confirmar que no tiene ni carisma ni credibilidad ni retórica, y también perdió algo López Obrador, quien, al querer administrar su ventaja en las encuestas, como dicen algunos, fue evasivo, no quiso responder los ataques que le lanzaron y calló frente a temas que debió aclarar ante la audiencia. No bajará mucho de los sondeos, pronostican, aunque eso no es del todo cierto, pues su indolencia y silencio tendrán algún impacto.

Es verdad que se cumplió eso de que todos iban tras él. Es más, él mismo se quejó en micrófono abierto que le ‘echaban montón’, pero ¿no se esperaba eso? Entonces, ¿por qué no se preparó para enfrentarlos en lugar de guardar silencio y plañirse?  López Obrador es un buen polemista en el exterior, pero en escenarios cerrados, de cara a cara, siempre ha dado malas cuentas.

Aunque no habló mucho -y cuando lo hizo solo repitió las frases de sus mítines- el lenguaje corporal lo delató: basta ver la primera toma televisiva de los cinco participantes para apreciar su rostro enojado contrastando con los de los otros debatientes. En todo el debate se le vio a veces cabizbajo, otras con el ceño fruncido y otras más distraído, buscando láminas en un portafolio. Eso le pasó por no prepararse ni ensayar para dicho encuentro.

El tabasqueño quiso burlarse de los demás alegando que no necesitaba ensayos previos y ahí está el resultado. Es más, la cámara lo captó al final, cuando también cabizbajo se retira con la cabeza agachada sin despedirse, por detrás, mientras Anaya y Meade sonríen y hacen señales de victoria. Lo visual cuenta y eso no le ayudó al que encabeza las encuestas -como las lideraba en los primeros debates del 2006 y del 2012-. No aprende de sus errores.

¿Qué viene? otro mes de proselitismo en el exterior y para el 20 de mayo el segundo debate que, prometen, ensayará también un formato nuevo con preguntas abiertas del público -o más bien de los televidentes y cibernautas- y allí si se espera que saquen la artillería pesada contra el puntero.

Mientras tanto, la lectura en todos los espacios de opinión ya ubica a Anaya Cortés como el disputante que comenzará a remontar la distancia. Fue quien ganó algo en el debate dominical, pese a que lo pillaron en dos o tres datos falsos en sus alegatos. El resumen es que el primer debate presidencial es que la contienda es de dos, que reacomodará apoyos y estrategias, y vendrán los ataques reales, pesados, atómicos, para desbancar al puntero. 

El ganador integral del primer debate no fue ninguno de los participantes ni los memes generados por los cibernautas, como algunos han ironizado, sino la ciudadanía porque eso ayuda a tomar decisiones, aun cuando el formato del debate todavía es acartonado, pues en otros países, entre ellos Europa, los encuentros no sólo son polémicos sino también ríspidos, de respuesta contra respuesta, ataque y contrataque, entre los que encabezan preferencias.

La mayoría los realizan los medios de comunicación, principalmente televisoras, y no desperdician tiempo para meter a todos los participantes, sólo los que tienen posibilidades de triunfo, quienes se enfrentan hasta, eso sí, tener un ganador, al menos en la retórica.

Por cierto, y para no variar, el exgobernante veracruzano Javier Duarte estuvo presente en ese debate -como ya lo documentaron las crónicas periodísticas- aunque no es un tema agotado. Fue un refilón de lo que podrá venir porque la referencia a  Duarte es tóxica, contamina todo lo que toca y eso lo convierte en un arma en reserva, lista para ser disparada con toda la carga de mugre que representa el cordobés, preso en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México.

 

LEER, ACTO DE REBELDÍA

“Leer haría que no creyeras todo lo que dicen los candidatos”, reza una frase muy apropiada para el contexto electoral que registra México. El lunes pasado fue el Día Internacional del Libro, ese objeto que sea de papel o electrónico cambia vidas, derrumba regímenes, libera pueblos, desnuda a los ignorantes, hace viajar por el mundo físico y por los mundos virtuales, y que es, quizás, el invento más brillante de la humanidad para narrarse a sí misma.

“Un pueblo que no lee está condenado a la esclavitud, al abuso del otro”, se ha repetido hasta el cansancio, pero infortunadamente tal recomendación no se sigue. Muchas veces porque parte del sometimiento de los pueblos incluye aislar a las mayorías de los libros, que son armas letales para la dominación. Ya no se censuran libros o se queman en plazas públicas, pero ahora eso se sustituye por la diversión enajenante en la televisión o las redes sociales, tan llenas de mentiras que se hacen pasar por verdades.

 “La lectura es un movimiento político que precisamente moviliza la voluntad de modificar el actual estado de cosas”, asegura el escritor y político español, Ángel Gabilondo, en su libro “Darse a la lectura”. Hace unos seis años, en una entrevista por la presentación de su obra, a Gabilondo le preguntaron: ¿Leer nos hace mejores?

“Eso depende de lo que leamos. Lo que sí es cierto es que nos abre la posibilidad de ser mejores y luego está la decisión y la voluntad de cada uno. Yo siempre digo que hay que ser elegante, lo que etimológicamente tiene que ver con la capacidad de saber elegir. Por eso defiendo que se lea intensa y cuidadosamente, que se demore uno en los textos, que se lea despacio y con pasión”.

La experiencia de leer es mágica, consideran muchos. Hay un antes y un después de cada lectura, según el valenciano Juan José Millas. “No debería confundirse nunca la lectura con una tarea liviana o neutral, con un pasatiempo. Pues incluso como mero pasatiempo, como recreación o distracción, leer es siempre un riesgo, una intensa aventura de la que conocemos su arranque, pero de la que ignoramos sus consecuencias. Por lo demás es bien claro que, al terminar un libro, algo ha sucedido, ya no somos exactamente el mismo”.

Y claro, si el libro es peligroso para el estatismo y el sometimiento con la lectura, su binomio, forma el arma perfecta para la emancipación: no sólo de las dictaduras de dominan a una Nación sino también de los pequeños infiernos que azotan la vida de cada individuo, y, por supuesto, frente a la tan cantada globalización que cada día hace perder particularidades y homogeniza a todos.

Hay un ensayo difundido por Red de Bibliotecas de Salamanca del joven escritor José Bravo que se titula: “La revolución silenciosa: leer como acto de rebeldía” y que, resalta algo que los jóvenes consideran arcaico o ya ni siquiera conocen por el predominio del internet: las bibliotecas públicas, verdaderos centros de preparación revolucionaria, conspiradores del cambio. Esta reflexión vale la pena en el contexto del Día Internacional del Libro y se comparte un fragmento de ella a los amables lectores:

“Leer frente al dogma. Son tiempos de uniforme, son tiempos de globalizar(nos), son tiempos de cáscaras brillantes y fondos someros. Son tiempos de pocas preguntas y mucho dogma: este es el mundo que nos ha tocado vivir, resignación. Y estos son los días que vivimos, días de idénticos gustos, de idénticos deseos, de idénticos pensamientos, días en los que la fábrica de ideas alumbra eslóganes fútiles y vistosos para alimentar nuestras bocas y rellenar de palabras prefabricadas nuestros sueños.

El deseo, nuestro deseo, está en manos del mercado. El mercado nos hace iguales: somos carne de tarjeta visa. Y frente al adoctrinamiento exitoso, leer se convierte en un acto de rebeldía: sentarse y abrir un libro es alimentarse de palabras, es rumiar ideas, es discutir y reflexionar y pensar y crecer y criticar. Así pues, leer es un enorme acto de rebeldía que nos hace críticos, inconformistas, diferentes, preguntones, inquietos… Leer es romper la maquinaria de los moldes iguales, de las identidades manipulables, de la carne de mercado.

¡Si hasta se pueden leer libros gratis cogidos en préstamo en las bibliotecas públicas! ¡Dónde se ha visto acción tan revolucionaria en el reinado del consumismo y la globalización! Leer frente a la inacción. Son tiempos incomprensibles, nos dicen. Pasan cosas inevitables, insisten. Nada podemos hacer, afirman. Y mientras tanto, nos invitan a sentarnos y ver pasar los días: resiste, aguanta, agacha la cabeza, un poco más, resiste, aguanta, mira la televisión… Resiste. Aguanta.

Frente a la quietud humillante leer un libro se convierte en un acto de rebeldía: coger un libro activa el músculo, activa el ojo, activa el cerebro, activa la voluntad de ser partícipe, la responsabilidad, la implicación de quien lee. El libro exige al lector, da por ciento lo que exige, pero exige… y el lector participa y se hace responsable de eso que sucede en ese instante de lectura. Ser responsables y protagonistas de lo que nos sucede es, sin lugar a duda, la mayor de todas las rebeldías imputables al libro.

Sí, podría decir que leo por hábito, que leo por placer, que leo por egoísmo. Pero cada vez estoy más convencido de que leo porque pertenezco a la Resistencia, porque soy un rebelde. Hay muchas cosas que deben cambiar. Con un libro en la mano soy peligroso: pienso, sueño, hago preguntas, soy responsable, habito el tiempo… inicio la revolución silenciosa que hará otro mundo mejor”. Hasta ahí el ensayo.

Lo anterior se puede complementar con el grito de exigencia del argentino Alberto Manguel, quien considera que una biblioteca es la oposición a los bancos, el símbolo del reino del dinero y la dominación de los pueblos. “Tenemos que tratar de que la biblioteca recupere su rol central en la sociedad, rol que ha sido desplazado por el banco y las instituciones financieras. La biblioteca es el testimonio de que somos seres racionales con una posibilidad de tener una sociedad justa y feliz”.

Prueba de orgullo hoy en día es tener la credencial de una biblioteca pública y el historial de ser asiduo a ella. Claro, dispensando el hecho de que las bibliotecas virtuales también están en auge. No importa si sea sobre hoja de papel o en una pantalla virtual, pero hay que leer para no ser los de antes, para no ser los de siempre. Y por supuesto que se insiste frente a la coyuntura electoral: Leer impedirá que votes por los mentirosos o los populistas.

CANAL OFICIAL

Al menos 18 muertos en Indonesia por explosión en toma clandestina

AL MICRÓFONO