

Tomados de las manos lanzan el conteo. Es el rosario de los desaparecidos. Y los números se repiten durante casi cinco horas. “Uno, dos, tres… 15, 16, 17… 30, 31… 41, 42, 43. ¡Justicia!”.
Así gritan los jóvenes marchistas. Es el coro de una luz por Ayotzinapa, en la tarde del atento aviso.
En sus escuelas y facultades se encendió la alarma: 43 alumnos como ellos fueron borrados del mapa el 26 de septiembre. Habían salido de la Normal de Ayotzinapa y, según la versión de la PGR, el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, los mandó a desaparecer. Y de eso se encargaron su policía, la de Cocula y la banda Guerreros Unidos, a la cual se debía el gobierno municipal del PRD.
“¿Por qué, por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina?”, se oye sobre Paseo de la Reforma, delineado con vallas de señoras y señores que con veladoras iluminan el paso de sus hijos.
Esa es la interrogante que se hizo tema, preocupación y enojo en aulas, explanadas, jardineras, canchas y auditorios de las instituciones educativas, de donde este 22 de octubre salieron centenares de jóvenes dispuestos a exigir: “¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.
El reporte oficial calcula que fueron 50 mil tan sólo en la Ciudad de México, mientras la misma movilización traza los centros urbanos de la República. Frente a la cifra inédita, el asombro en todos los ordenes termina por tirar al gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, después de cuatro semanas de incertidumbre y presunto descubrimiento de que Iguala es la tierra de las fosas de los muertos sin nombre.
La protesta es un estruendo que cala y, al menos por ahora, parece acallar las voces que comenzaban a preparar el terreno para contarnos que algunos de esos muchachos andaban en malos pasos y que blablablablá.
Demasiado tarde para manchar el expediente de una infamia que los manifestantes asumen como cosa juzgada en la principal pancarta que cubre la plancha del Zócalo capitalino: “Fue crimen de Estado”.
Por el contrario, el eco llega hasta Los Pinos y horas más tarde, en el Día del Médico, Enrique Peña se pronuncia: “Créanme, que el Presidente de la República hace suyo este sentimiento de indignación, de rechazo y de consternación…”.
Y sí, esos son los términos que describen el sentir de los normalistas, preparatorianos y universitarios que este 22 de octubre acompañaron a los padres de los desaparecidos con la consigna “¡Ayotzin, Ayotzin, Ayotzin que camina, la lucha estudiantil por América Latina!”.
Con batas blancas, los alumnos de Medicina, Química y Odontología esta vez no salen a la calle para defender un pase automático ni la gratuidad de la universidad pública. Ahora las goyas se alternan con minutos de silencio, en medio de mantas en las que se lee: “Ayotzinapa: terrorismo de Estado”. “En Mexico ser pobre es un delito”. “El dolor nos iguala”. “Si Zapata viviera en su madre les pusiera”. “Pienso, luego me desaparecen”. “No he visto a mi hermano en 26 días ¿y tú?”. “Ninguna escuela está completa. Nos faltan a todos 43”.
Es una masa que se apropia pacíficamente del otoño, pero que no se pierde en el anonimato. “Yo soy”, se presentan los del Politécnico. “¿Quién?”, interrogan los de la segunda. Y el bloque se define: “…el mexicano, que sí que no, el mexicano…”.
Va la identidad por delante: “Soy una feminista contra los genocidas”, se presenta una representante de Economía. “¿Y si los 43 hubiéramos sido de Acatlán?”, cuestionan otros. “La voz del abogado se escucha”, pasan lista los de Derecho.
También van los lasallistas, los futuros enfermeros, los músicos que no se cansan de interpretar el Himno Nacional, los de Iztacala, Zaragoza, el INBA, la Pedagógica Nacional, la Ibero, la UAM y los del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), sí, la élite de las instituciones públicas, con la leyenda: “La indiferencia también mata”.
Y ahí van también los rostros de los 43. Sus fotografías se asoman entre los 21 jóvenes que portan las letras de su resumido diagnóstico: fue terrorismo de Estado.
De la Escuela de Antropología e Historia (ENAH) llegan desnudos. Espaldas y pechos grafietados de rojo. “Ni una muerte más”.
El desencanto tiene verdugos y asoma la factura en sus improvisadas cartulinas: “Ni PAN ni PRI ni PRD: el pueblo unido contra el poder”.
Casi al cierre, después de las 10:30 de la noche, llegan los alumnos de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, quienes desde El Ángel de la Independencia siguieron el trote zapatista, ese brinco marcial que hace sonar los pasos.
Intermitente, reiterado y sonoro, el reclamo inunda el Zócalo y une a los contingentes en la noche de esta primera llamada de rabia, solidaridad y hartazgo: “Uno, dos… 25… 43… ¡Justicia!”.
Son los mexicanos que nacieron hace dos decenios, cuando como ahora íbamos al primer mundo en medio de rezagos y pendientes.
Al centro, dos muchachas ondean su pancarta con una advertencia que acaso explica ese río de jóvenes que ha salido a las calles como nunca antes: “Se metieron con la generación equivocada”.
