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Crisis… y oportunidad

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Del griego antiguo krisis (decisión, entre otras acepciones), una crisis es “un cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).

Una crisis supone, pues, un punto de quiebre. Componerse o irse a pique.

En mandarín —idioma del que proviene el dicho “toda crisis es una oportunidad”—, esa bifurcación está implícita en la palabra que se traduce como crisis: weiji, que significa, literalmente, peligro (wei) y oportunidad (ji).

Es posible que la situación por la que atraviesa el país sea el mayor peligro para la estabilidad que haya vivido el Estado mexicano en medio
siglo o más.

Sin embargo, quiero creer que los mexicanos la superaremos como hemos hecho otras veces.

No será automático, por supuesto. Implicará dejar de atender sólo la coyuntura, como han hecho, hasta ahora, el gobierno, la clase política, las organizaciones sociales, la intelectualidad y, sí, hay que admitirlo, los medios de
comunicación.

Sin dejar de atacar su síntoma más manifiesto —la desaparición de 43 estudiantes por cuerpos de seguridad coludidos con el crimen—, debemos tener, como sociedad, una gran altura de miras.

Debemos ir de lo coyuntural a lo estructural.

Lo hemos hecho otras veces. Recuerdo momentos de crispación semejantes —quizá no tan agudos— durante las crisis económicas de los años 70, 80 y 90. Uno de sus síntomas fue el abucheo al presidente Miguel de la Madrid durante la inauguración del Mundial de Futbol de 1986.

La CIA llegó a considerar que por aquella época estaban dadas todas las condiciones en México para una rebelión
generalizada.

Quizá tuvimos suerte de que el descontento se canalizara por la vía electoral, en la persona del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, quien dio una esperanza de salida de la crisis. Sin embargo, el desaseo de la elección presidencial de 1988 —por no decir fraude— volvió a hacer brotar
el malestar.

¿Cómo superamos esas crisis? Con inteligencia, liderazgo y participación de la
sociedad civil.

Podemos estar preocupados por la actual situación económica. Pero le digo algo, porque lo viví: pocas cosas desesperan más a la gente que la inflación galopante y las
devaluaciones.

Afortunadamente, esas no las hemos vuelto a ver en las últimas dos décadas. Y eso ha sido gracias a que, con la autonomía del Banco de México (1994), se quitó al gobierno la posibilidad de manejar a su capricho la política monetaria.

¿Hemos resuelto todos nuestros problemas económicos? Por supuesto que no. Subsiste la falta de crecimiento, un problema ya crónico. Los ingresos del país siguen dependiendo demasiado de la venta de hidrocarburos. Las diferencias sociales son un lastre que nos
 impide progresar.

Pero, cuando menos, estamos lejos de las épocas en las que los productos se reetiquetaban todos los días. En 1987 tuvimos una inflación de 167.06 por ciento. La última vez que rebasó 10% fue en 1999. El año pasado fue de 4.06 por ciento.

Lo mismo podemos decir de la democracia. Después del periodo de inestabilidad que se produjo por la resistencia del PRI a perder el poder en municipios, estados y a nivel nacional, llegamos, paulatinamente, a la normalización democrática del país, con la fundación (1990) y la posterior ciudadanización (1996) del Instituto Federal Electoral.

¿Resolvió el IFE todos nuestros problemas en materia de democracia? Claro que no. Subsisten varios. Incluso podríamos decir que ha habido regresiones preocupantes en los últimos años.

No obstante eso, existió la inteligencia, el liderazgo y el consenso social para salir de aquella crisis. La inconformidad se transformó en la búsqueda de soluciones. Y podemos decir que, entre 1997 y 2003, el país tuvo una vida democrática que daba para presumir afuera.

Las lecciones que podemos extraer de esas experiencias son varias. Entre ellas, no dejar que el enojo se transforme en desesperación y conducirlo hacia el debate de propuestas de solución.

En esa tarea, hay dos obstáculos importantes: quienes quieren mantener el statu quo y quienes quieren sacar tajada del derrumbe. Tanto los que se atrincheran contra el cambio como los que sólo gritan son obstáculos que la sociedad debe evitar.

Es evidente que el país está viviendo una crisis de seguridad pública. Para nuestra desgracia, ésta se ha cruzado con el resurgimiento de problemas de la economía y de la democracia. Pero debemos ser capaces de segmentar las cosas y encontrar salidas para cada
una de ellas.

Por lo pronto, creo que hace falta centrarse en las dificultades propiciadas por la ausencia del Estado de derecho. El actual andamiaje institucional no está funcionando. No sirve para prevenir el delito y menos aún para investigarlo
y castigarlo.

Eso conduce a la impunidad. Y la impunidad se multiplica geométricamente. Y genera subproductos como la corrupción, que a su vez también se reproducen.

Este sistema no funciona. La justicia está al servicio del mejor postor. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos se ha convertido, como bien ha descrito Carlos Elizondo Mayer Serra, en un hueso carnoso que despierta
apetitos peligrosos.

Necesitamos una discusión nacional sobre ese tema. Hay que hacer del cambio una causa social.

Ojalá pronto aparezcan la inteligencia y el liderazgo, siempre requeridos en procesos así.  

 

APUNTE AL MARGEN

Lo espero hoy, a la 1 de la tarde, en el arranque de una nueva etapa de laSegunda Emisión de Imagen Informativa, en el 90.5 de FM en el Valle de México y diversas estaciones en el resto de la República.

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