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La banalidad del mal (y el mal de la banalidad)

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Nos quedamos pasmados, primero, horrorizados, después. Hemos tocado, desde hace tiempo, lo más bajo en los peldaños de la conciencia humana. 

Pareciera que regresamos al estado más animal que un ser humano pueda concebir. El estado de brutalidad. Que hay mexicanos que han alcanzado el sitio más profundo de la crueldad y la malevolencia. 

Jesús Murillo Karam detallaba el proceso en el que El Chereje contó la forma en que, según los avances de la investigación que presentó, desaparecieron a los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Una atrocidad, no podemos calificarlo de otra forma. 

Tan ufano como hablar de un fin de semana, este abominable sujeto detallaba los procedimientos y la formas: el secuestro, el traslado, el asesinato, la pila de cuerpos, el incendio, la vigilia, la trituración de los restos, el arrojo de las cenizas embolsadas
al río. 

¿Tocándose el corazón? ¿Con algún asomo de vergüenza, de arrepentimiento?, desde luego que no. 

Lo narrado por Murillo Karam recordaba de forma inmediata lo escrito por Hannah Arendt: La banalización del mal, como lo escribió al hablar de su teoría sobre lo ocurrido en el brutal Holocausto perpetrado por los nazis, en ese gigantesco texto que habla del juicio a Adolf Eichmann, uno de los genocidas de la Segunda Guerra
Mundial. 

Millones de judíos muertos. También en hornos. Lo confesado por Agustín García Reyes, El Chereje, a la PGR tiene tantas similitudes, hasta en la forma en que acomodaron los cuerpos previo a prenderles fuego. 

La abominación narrada como una minuta de oficinista. Matizar los actos más terribles, a todos sus niveles, para soltarlos así, como acaso se suelta un saludo de
mediodía. 

Algo que sólo pueden hacer aquellos que han extraviado (si acaso alguna vez lo tuvieron) el menor rastro de humanidad, de empatía, de razón, que a cualquier “mortal” provocaría una inevitable náusea, un inevitable espanto. 

O tal vez, como decía Arendt, aquellos que no miden su concepto de normalidad y actúan sólo bajo la orden que reciben, sin la mínima intención de cuestionarse. Sin la  mínima e imprescindible “objeción de
conciencia”…

Mucho de ello tendrá que ver, pienso (mas de ninguna forma justifico), con las circunstancias en que estos criminales ejercen el oficio de asesinos, ese que les dará de comer. 

La normalidad con la que se vive el mal cotidianamente, con la que se convierte en regla única de supervivencia, con la que se construye la diaria convivencia. 

De ahí su inaceptable banalidad: porque terminó por convertirse en la gravísima admisión de que la pérdida de respeto por la vida ajena, es parte de la vida diaria. 

De una particular y propia (des)construcción moral de una sociedad
determinada. 

Banales, porque para ellos la muerte ajena es un mero trabajo, como si de atender una comanda en una tienda se tratara. Banales porque ni siquiera la idea de la propia muerte los conecta con el horror de la muerte ajena. 

Pedazos de una humanidad extinta. Eso son.

Y jugando con la famosa frase de Arendt, se me ocurre, además, en estos días, la contraportada: el mal de la
banalización. 

La subcultura de la frivolidad impuesta por temas y publicaciones como nueva —y completamente hueca, absolutamente falaz— meritocracia y escaparate para exhibir un seudo compromiso social. 

No tanto —pero casi— como la inhumana banalidad de los criminales, me asquea la forma en que amplios sectores (que jamás se ocupan de lo que verdaderamente lastima a este país) hoy marchen, se pasean y posan para las revistas de sociales exigiendo “justicia para Ayotzinapa”. 

¿Poniendo un avatar de los 43, trepándose a una tarima del MoMA en NY, lamentarse en todos los eventos donde corre la champaña? Es casi lo mismo: banalizar la muerte ajena al grado de hacer de ella motivo para posar en una frívola fotografía. La banalidad del mal y el mal de la
banalidad. 

Cuánto se tocan —aunque decirlo aquí raspe a las buenas, pero tan hipócritas
conciencias—.

Me cuentan. Que el alcalde de Cocula, Guerrero, no aparece por ningún lado. Totalmente vacíos los espacios de directorio e información en la página web municipal. Intenté buscarlo ayer para entrevista y nada. Incluso, Ernesto Méndez, el corresponsal de Cadenatres Noticias lo fue a buscar hasta su domicilio, pero nadie sabe… ¿nadie supo?

*Fe de erratas. En el texto de ayer, en la respuesta que Omar García me dio sobre los probables alcaldes en colusión con el crimen organizado, hice referencia a Abel Domínguez Azuz, alcalde de Zumpango, Estado de México. 

Pero en realidad, Omar se refería a Ignacio Basilio García (PRI), el alcalde de Zumpango del Río, Guerrero.

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