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¿Violencia contagia violencia?

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Si la propagación de la violencia se da de la misma forma en que se extiende una infección, entonces, ésta debe ser atacada, justamente, como tal. O al menos ésa es la idea que está motivando una investigación a cargo de Gary Slutkin, un epidemiólogo de la Universidad de Chicago y fundador de Cure Violence, una organización que busca demostrar que la violencia es también una epidemia. Tiene al menos diez años trabajando esta idea: la violencia no sólo debe verse como un problema de salud pública, sino como un asunto de salud biológica, como un proceso epidemiológico.

 

Slutkin, con el respaldo de la OMS, pasó cerca de diez años en África, combatiendo las epidemias generadas por la tuberculosis, cólera y, por supuesto, el VIH. A su regreso a Estados Unidos, según él mismo lo ha narrado en infinidad de conferencias que ha ofrecido, además de los estallidos de violencia que observaba (tantos que en EU ocurren al azar: tiroteos dentro de instalaciones escolares, en centros comerciales, en las calles), reflexionó en las soluciones. 

 

O al menos en los esfuerzos que se hacen para combatirla. Observó que todos o la mayoría de los esfuerzos están enfocados en el castigo, a la condena de la violencia. Es decir, todo siempre va enfocado a endurecer penas y sanciones para quien genera violencia a cualquier nivel. 

 

Y eso, me permito aquí agregar, es un fenómeno que sucede en todo el mundo: incluso es tema de campañas políticas, de promesas para asegurarnos que los secuestradores, violadores o asesinos tendrán pena de muerte,
etcétera, etcétera. 

 

Sin embargo, la observación que hace al respecto, es que esta estrategia no ayuda a reducir los índices de violencia, porque sólo refuerza la idea del castigo como único vehículo para combatirla, pero no hace nada por eliminar las razones que la generan.

 

La base de la idea de Slutkin comenzó al analizar ciertos casos de violencia en un sector en específico de la ciudad de Chicago. Eligió de los más peligrosos. 

 

Para eso también comparó un mapa de propagación de la epidemia en África, con otro en donde se marcaba el índice de violencia de aquel sector de Chicago. 

 

Encontró parecido en ambos, lo que le permitió llegar a otra idea: a cada hecho violento le antecedió otro con al menos uno de los involucrados en común. Así como sucede con la transmisión de una enfermedad: porque, según su teoría, los actos de violencia actúan como gérmenes que se van directo al cerebro. Por eso, cuando niños o jóvenes están en edad de absorber toda la información que llega a sus manos, repiten experiencias, porque han sido testigos de violencia.

 

Así que diseñó una estrategia similar a la que usó estando en África para combatir epidemias. Tres pasos sencillos (avalados por la OMS para los casos en África): interrupción de la transmisión, evitar su propagación y cambio de normas. Su experimento, además de críticas, le valió también la reducción de hasta 67% de la tasa de tiroteos que se registraban en el sector estudiado, el que eligió de muestra.

 

El asunto aquí, estimado lector, es la idea de comenzar a combatir nuestros males con nuevas estrategias. Slutkin sigue trabajando para reforzar más su teoría, pero asegura, y yo le concedo razón, que abrir esta ventana hace ver a la violencia como una enfermedad, y sacaría por completo a la moral como indicador para el castigo. 

 

Abriría, además, la puerta a la ciencia para combatir un problema del que no hace falta que narremos ejemplos. Por supuesto, esto no significaría el fin de comportamientos violentos, porque este es un tema mucho más complicado y vasto. La violencia es un fenómeno con tantísimas
vertientes. 

 

Apenas hace un par de días leía en la páginas de este diario un análisis al respecto de los estallidos de violencia dentro de los estadios de futbol: “Se animan y se retan unos a otros hasta llegar a hacer cosas que no se atreverían a hacer solos. 

 

El colectivo reparte beneficios entre los más violentos, de tal manera que el que muestra mayor violencia tiene un estatus mayor…”, dijo Guillermo Fouce, especialista en sicología por la Universidad Carlos III de Madrid, en respuesta a la pregunta del porqué la afición a veces pierde
los estribos. 

 

Aunque también, además de los factores que explica, cabe aquí la idea de las emociones, elemento primordial para definir nuestro comportamiento. Y ésas todas las hemos experimentado a manera de contagio.

 

Aunque la teoría de Slutkin aún no está bien definida, ha comenzado a tener reflector y, como este texto, ha ocupado espacios en otras publicaciones, porque sin duda tiene razones y justificaciones para hacernos ver que la violencia es un fenómeno que puede entenderse, combatirse y controlarse desde otra perspectiva.

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