
Alejandro Aguilar
EL BUEN TONO
Córdoba. – En el dilema de la crianza, los sueños y la lucha diaria por sostener un hogar, tres mujeres tejen historias de resiliencia. Sus jornadas, marcadas por desvelos, decisiones difíciles y triunfos, revelan que el emprendimiento no es sólo una fuente de ingresos, sino un acto de amor que redefine el significado de la maternidad.
Historias de sacrificio y lucha, tres mujeres destacan por su tenacidad: Claudia González Pavón, emprendedora de paletas artesanales y madre de tres; Zubeida Desceano Cobos, distribuidora de productos de café y madre soltera de una adolescente; y Cristina Pulido, comerciante y madre de dos jóvenes, quien tras décadas como “madre ausente” replantea su relación con tiempo y valor.
Sus testimonios, marcados por organización familiar, reinvención y búsqueda de equilibrio entre sustento y crianza, reflejan los desafíos de conciliar maternidad y autonomía económica, en un contexto donde el emprendimiento emerge como ruta de libertad, pero también de resistencia.
EL VALOR DE LA COOPERACIÓN
A las 05:30 horas, Claudia González, 41 años, ya está en pie. Mientras sus tres hijos de 15, 12 y 11 años, duermen, ella revisa listas de pedidos de paletas artesanales, organiza entregas y prepara uniformes escolares. Su día es una coreografía milimétrica: después de dejar a los niños en la escuela, produce helados en su cocina-taller, contesta llamadas de clientes y regresa a casa para el almuerzo familiar. “Si no planifico desde la noche anterior, todo se desmorona”, confiesa.
Divorciada y co-responsable al 50 % con su expareja, Claudia ha convertido a sus hijos en aliados. Los fines de semana, ellos etiquetan productos y ayudan en labores domésticas. “Les explico: si recogen sus platos, tendré energía para jugar fútbol con ustedes”. Su mayor batalla es contra estereotipos: “Mis hijos varones saben planchar y cocinar. No quiero que repitan la idea de que el hogar es cosa de mujeres”.
SACRIFICIOS POR AMOR
Para Zubeida, las mañanas comienzan con un abrazo rápido a su hija adolescente antes de que salga a la preparatoria. Luego, se sumerge en la logística de su negocio de distribución, donde coordina envíos desde su celular entre llamadas y mensajes. “Antes, mi trabajo como empleada me robaba 12 horas diarias. Ahora, al menos ceno con ella”, dice.
Durante años, su madre cubrió su ausencia: acompañó a la niña al médico, asistió a festivales y la consoló en noches de fiebre. “A veces me duele no haber estado, pero le agradezco a mi mamá que hoy mi hija tenga su sonrisa”. En las tardes, Subeida aprovecha para hablar con ella de sus sueños universitarios. “Le repito: ‘Tú puedes lograrlo’. Quiero que sepa que el mundo es suyo, aunque yo no estuviera siempre ahí”.
LA REINVENCIÓN TRAS LA CULPA
Cristina, de 54 años, guarda en una caja de zapatos los dibujos que sus hijos le regalaron durante sus viajes como agente de ventas. “Los colecciono para recordar que, aunque no estuve, pensaban en mí». Durante dos décadas, su vida fue maletas, hoteles y videollamadas fugaces. «Les compraba juguetes caros para compensar, hasta que un día mi hija me dijo: ‘Prefiero que estés’”.
Hace tres años dejó los viajes para montar un negocio local. Ahora, sus mañanas empiezan llevando a su hija menor a la escuela antes de atender clientes desde su casa. «Me perdí sus primeros pasos, pero no falto a sus competencias de baile». A su hijo universitario le envía mensajes diarios: “Le escribo: ‘Estoy aquí, aunque sea por WhatsApp’”.
En este Día de las Madres, la lucha de estas y muchas mujeres, recuerda que detrás de cada mujer que lo hace todo, hay minutos robados al sueño, lágrimas secadas en silencio y una convicción: que el mayor legado no está en lo que dejan en la mesa, sino en los valores que siembran en sus descendientes.
