
Agencia
Internacional.- Ronnie Coleman, considerado por muchos como el fisicoculturista más grande de todos los tiempos, es hoy un símbolo de gloria, sacrificio… y del alto costo que puede tener perseguir la perfección física. Ocho veces ganador del Mr. Olympia —el título más prestigioso del culturismo profesional—, Coleman se ganó un lugar en la historia no sólo por su tamaño y simetría muscular, sino por su ética de trabajo descomunal y su carisma inigualable.
Durante sus años dorados, Ronnie levantó pesos que pocos se atreverían a intentar: sentadillas con 800 libras, press de banca con 500 libras, todo sin perder su característica sonrisa. Su frase “Yeah Buddy! Light Weight Baby!” se volvió un lema mundial para quienes entrenan con intensidad. Pero esos mismos entrenamientos extremos que lo llevaron a la cima también lo empujaron a un abismo físico del que hoy no logra salir.
Actualmente, Ronnie Coleman atraviesa un estado de salud delicado. Tras múltiples cirugías en la espalda, cadera y cuello —más de una docena de intervenciones quirúrgicas en poco más de una década—, el ex campeón vive con dolores constantes, necesita una silla de ruedas para desplazarse largas distancias y ha confesado que, debido a complicaciones médicas, podría no volver a caminar con normalidad. “Probablemente nunca volveré a andar bien. Lo hice todo por el deporte”, ha dicho en entrevistas con una mezcla de resignación y orgullo.
A pesar de su deterioro físico, Ronnie continúa motivando a millones a través de redes sociales y apariciones públicas. Su historia no solo es un recordatorio de lo que el cuerpo humano puede lograr, sino también de lo que puede perderse en el intento.
Ronnie Coleman es un mito viviente. Una leyenda que, incluso desde la fragilidad de su actual estado, sigue inspirando a generaciones enteras a nunca rendirse. Pero también es una advertencia brutal sobre los límites del cuerpo humano cuando se lleva al extremo.
