A días de dejar el cargo, Juan Manuel Diez sigue recorriendo obras como si la actividad nocturna pudiera borrar lo que su gobierno no quiso enfrentar. Su administración, tan celebrada por el embellecimiento del centro, también estuvo acompañada de decisiones cuestionadas, un estilo autoritario y un manejo del municipio donde la imagen importó más que las necesidades reales de la población.
Mientras los reflectores se enfocaron en paseos peatonales, iluminación escénica y proyectos turísticos pensados para la foto, cientos de familias en colonias vulnerables denuncian que nunca vieron mejoras sustanciales en servicios básicos, seguridad o atención municipal. La transformación que presume funcionó para atraer visitantes, pero dejó fuera a quienes viven en zonas que jamás entraron en sus prioridades.
También pesan los señalamientos sobre la falta total de apertura al diálogo. Diversos sectores acusan que su gobierno se caracterizó por imponer decisiones sin consultar a nadie, con un estilo rígido y opaco que generó desconfianza, especialmente en torno a los contratos, costos de obras y concesiones otorgadas. La transparencia brilló por su ausencia.
Hoy, mientras se promueve como el hombre que “cambió” Orizaba, crece la percepción de que la ciudad se convirtió en un escaparate turístico construido a costa de ignorar problemas profundos. Su legado no solo son edificios y luces: también es una administración que priorizó la fachada y dejó un municipio dividido entre quienes aplauden la apariencia… y quienes resienten el abandono.


