Agencias
El 26 de noviembre de 1946, Costa Rica vivió una de las tragedias más dolorosas de su historia aérea cuando un avión Douglas DC-3, matrícula RX-76, de la empresa LACSA, se estrelló durante su vuelo de Parrita a San José. En el siniestro murieron 23 personas, entre ellas la tripulación —el piloto Víctor Huzzgh y el copiloto Luis París— así como pasajeros costarricenses y extranjeros, incluido R.H. Hammer, gerente de la United Fruit Company.
La aeronave cayó en las montañas del cerro Cedral, en Santa Ana, por causas que en aquel momento se desconocían. Los restos quedaron esparcidos entre laderas y precipicios, mientras el país entero permanecía conmocionado por un accidente sin precedentes.
La difícil llegada al lugar del siniestro
Redactores de La Nación fueron de los primeros en alcanzar la zona tras recibir el reporte de que el avión había caído en una finca de Gonzalo Sáenz. El ascenso, a través de una vereda empinada y cubierta de fango, tomó varias horas en medio de la oscuridad, la lluvia y el terreno inestable. A ellos se unieron elementos de la policía, socorristas de la Cruz Roja, empleados de Pan American Airways y campesinos de la zona.
La escena que encontraron fue devastadora: restos humanos dispersos, cuerpos en distintas posiciones y partes del avión regadas por la montaña. Algunos pasajeros aún permanecían asidos a objetos o vegetación, evidenciando intentos desesperados por sobrevivir al impacto.
Las primeras diligencias
En medio de la noche, autoridades ordenaron despejar el sitio para iniciar las diligencias legales. La prioridad era recuperar los cuerpos, identificarlos y trasladarlos a Salitral, donde esperaban ambulancias.
Campesinos que habían escuchado el estruendo relataron cómo corrieron a avisar a las autoridades. A su llegada, se organizaron equipos para descender los cadáveres, muchos de ellos reconocibles solo por documentos encontrados entre sus ropas.
Un país conmovido
La tragedia movilizó a cientos de personas. Enfermeras y médicos del Hospital San Juan de Dios ascendieron por la misma vereda fangosa con botiquines y plasma, aunque lamentablemente ya nada podía hacerse por los ocupantes del avión.
En San José, la ceremonia en la iglesia de La Merced reunió a nueve de las víctimas antes de su traslado al Cementerio General, en medio de lluvia y profundo silencio. Familiares de zonas bananeras llegaron en otros vuelos para reconocer a sus seres queridos.
Investigación e incertidumbre
El Juzgado Segundo Penal abrió la causa bajo el calificativo de “cuasi delito de estrago”, aunque se anticipaba que la acción penal se extinguiría debido a la muerte de los responsables de la aeronave. Ingenieros serían designados para analizar restos del avión y esclarecer las posibles causas del siniestro.
Entre los objetos recuperados había documentos, dinero extranjero, relojes, cadenas y otros bienes personales. Sin embargo, surgieron sospechas de que personas ajenas habían sustraído pertenencias aprovechando la confusión inicial, por lo que se inició una investigación minuciosa.
El legado de la tragedia
La embajada estadounidense intervino para solicitar los bienes del piloto fallecido, mientras se gestionaban los trámites para embalsamar y trasladar su cuerpo a Panamá. LACSA asumió la sepultura de las víctimas no reclamadas.
La tragedia del DC-3 en el cerro Cedral dejó una marca imborrable en Costa Rica. Fue un episodio que paralizó al país, reveló la solidaridad de la población y evidenció el enorme sacrificio de quienes, en condiciones extremas, subieron la montaña para cumplir con su deber.

