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Alborada roja y negra

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El llanto nos impide mirar la alborada. Roja como la sangre de los inocentes. Negra como el luto de una nación paralizada por el estupor frente al filicidio inexplicable por horrendo y gratuito. Roja como la flor de las montañas inaccesibles. Negra “como la tumba”, según escribió Malcolm Lowry, el mismo de Bajo el volcán. Pero por desgracia no deberíamos asombrarnos. Este horror no es nuevo. Nihil novum sub sole, escribió Plinio hace más de dos mil años. Y muchos episodios nos vienen a la memoria. No hace falta nombrarlos. 

El oscuro y sangriento secreto de Iguala no es cosa reciente. “El ilustre cántabro parecía más pesado en estos momentos, y las nubes de humo que arrojaba la pipa del capitán flotaban sobre su cabeza un rato sin disiparse, y luego en ligeras espirales se elevaban al cielo” ¿Era humo de opio el que menciona Vicente Riva Palacio, el ilustre nieto de Vicente Guerrero —quien precisamente en Iguala abrazara a Iturbide para sellar así el nacimiento de México como nación independiente— en su novela Los piratas del Golfo escrita en 1869? No lo sabemos, pero poco debería sorprendernos si así hubiera sido. Eran piratas.

Mi colega de Excélsior, la valiente, casi temeraria, e inteligente Yuriria Sierra explica que el gran secreto de Iguala es “la producción de amapola. La mismísima base agrícola para la producción de la heroína. Y el estado de Guerrero (es) su principal productor. E Iguala (es), el municipio más pobre pero también, paradójicamente, más fecundo en (su) siembra y cultivo. Si en (una) hectárea se siembra amapola se logra sintetizar apenas seis o siete kilogramos de goma de opio puro. Mismos que, además de ser (…) fáciles de introducir a EU, alcanzan un precio de 1.5 millones de dólares en el mercado”. Tentador, irresistible, si hemos de creer en la lógica económica de Adam Smith.

Estas son realidades insoslayables. Los 43 normalistas desaparecidos seguirán así. Ya no lo han revelado, a media voz, como preparando a México y al mundo para aceptar la  macabra verdad, algunas voces más o menos creíbles, como la del padre Solalinde.  ¿A quién le corresponde declararlos formalmente desaparecidos y encabezar el luto nacional?¿A quiénes corresponde la dura, pero indispensable tarea de higiene emocional colectiva declarando el 26 de septiembre fecha luctuosa nacional? ¿Quién y dónde mandará construir un monumento visible a la ausencia de estos nuevos niños héroes invisibles, víctimas de la invasión purulenta de asesinos sin rostro y sin alma, que amenazan con privarnos de la libertad, la paz y el porvenir?

Pero de las oscuras tumbas renacerá la vida nueva que anhela y merece ya la nación mexicana. No bastará con que rueden cabezas. Concluido el luto debemos comenzar un proceso veraz de reflexión y análisis. El mercado millonario de los derivados de la roja flor de las montañas no va a desaparecer por ensalmo. La presencia de las Fuerzas Armadas del  Estado mexicano es necesaria y para restablecer el orden y poner alto a la violencia ilegítima. Pero la presencia de estas fuerzas no va a conseguir por sí sola eliminar el problema de fondo.

En las montañas de Guerrero se ha aclimatado la flor color sangre y en Iguala se le transforma en sustancia de valor millonario. De ahí se exporta a todo el mundo. En Miami, NY, LA, Chicago, etcétera, quizá también en Madrid, París y otras grandes urbes viven los adictos que la compran y la consumen. Ha llegado la hora de convocar, con  apoyo de la ONU, a una conferencia mundial sobre los estupefacientes y sus consecuencias para la salud y la seguridad. México puede tomar la iniciativa en la tradición exitosa de su diplomacia global, para que de ahí salgan acuerdos prácticos para poner fin a las alboradas rojas de sangre y negras de horror. Las instituciones prevalecerán y las reformas estructurales pronto darán fruto. México seguirá adelante.

               

 Twitter: @alzati_phd

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