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“Casa Blanca” (la telenovela)

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Sé que lo que voy a escribir a continuación me ganará mil y un recordatorios maternos en las redes sociales y entre mis lectores. 

Porque los mexicanos somos hijos de las telenovelas y, por lo tanto, nos encanta hacer de la narrativa nacional todo un melodrama. Y los medios y los periodistas amamos el melodrama. Y la audiencia ama el melodrama. 

Y Twitter y Facebook, en México, también destilan melodrama. Por lo tanto, estoy preparada para las cachetadas, los gritos y las maldiciones (música dramática de fondo) que me avienten, al mejor estilo que patentó, años ha, don Ernesto Alonso.

Un buen guión a la mexicana siempre se compone por la tensión y conflicto entre los buenos-buenos y los malos-malos (o al menos eso es con lo que las telenovelas mexicanas nos han adoctrinado). 

Han tenido protagonistas y antagonistas. Por regla inquebrantable: el blanco y el negro. Sin matices. 

El guión no admite variaciones: la inocente mujercita, buenita y sufridita que, además, siempre vive en la pobreza. 

Y tiene a su antagonista, la mujer perversa, amargada y siempre maquiavélica que, además, siempre, por alguna desconocida razón, es millonaria. 

Y con esa simplista y maniquea narrativa telenovelera es que los mexicanos terminamos explicándonos la realidad; a través de sus reduccionistas e intelectualmente limitadísimas inferencias: las y los pobres son buenos por definición; las y los ricos son malvados y exterminadores de la felicidad de los humildes.

Trampa semántica que las telenovelas mexicanas han reproducido por décadas; verdadera trampa al progreso de nuestra sociedad. 

En Estados Unidos los ciudadanos hacen todo lo que está a su alcance para ser como Gates, Zuckerberg, Winfrey (y tantos más): la sociedad los ve como modelos aspiracionales y por eso siguen siendo la primera potencia del mundo.  Aquí, en cambio, los nombres de los mexicanos que aparecen en Forbes son, en el imaginario colectivo, los causantes de todas las desgracias nacionales.

Retomo el contexto telenovelero simplemente para sugerir que Angélica Rivera se encuentra atrapada, circunstancialmente, en una narrativa noticiosa derivada del ambiente y el imaginario colectivo construido por las producciones en las que ella misma dio vida a tantos personajes protagónicos. 

Pero ahora, en la narrativa, se le ha convertido en antagonista.

 En este mismo espacio, cuando la señora apareció en Marie Claire, mencioné que las inclementes críticas no reflejaban sino el profundo machismo (también subproducto —aunque no sólo eso— telenovelero) de la sociedad mexicana.

Hemos regresado a ese mismo contexto. 

Esta semana, como primer capítulo de una telenovela noticiosa, conocimos un reportaje sobre “la casa de Enrique Peña”, que le habría sido ¿regalada? por Juan Armando Hinojosa, propietario de Ingeniería Inmobiliaria del Centro, empresa a nombre de la cual se encuentra registrada la casa valuada (por “alguien” que no firmó su avalúo), en siete millones de dólares. 

En el segundo capítulo, la vocería de Presidencia aclaró que la casa no es del Presidente, sino de su esposa, y que no está a su nombre, aún, porque la sigue pagando (información que, por cierto, Angélica Rivera ya había dado a una “revista del corazón” hace más de un año). 

Casa que adquirió para ampliar la que ya era de su propiedad en la calle Palmas para que la enorme familia presidencial tuviera dónde vivir cuando dejara de ser familia presidencial). Tercer capítulo: nos enteramos de que la primera casa le fue transferida por la empresa para la que trabajó durante años y años, como parte de los contratos de exclusividad que (es de todo México sabido) Televisa firma con muchos de sus talentos actorales. 

Cuarto capítulo: nos dicen que “bueno, OK”, pero que “qué raro sistema de financiamiento”, porque la casa no está a nombre de Angélica Rivera (y pienso en mi caso: yo, Yuriria Sierra, tengo un crédito hipotecario con el que adquiero desde hace unos años un departamento que tampoco estará escriturado a mi nombre hasta que no lo pague. 

O sea, es lo que ocurre en todos los casos de compra-venta a crédito).

En el fondo de todo este melodrama de la Casa Blanca de Sierra Gorda subyace la suspicacia (también completamente entendible, por las historias de corrupción en la política mexicana desde tiempos inmemoriales que también están tatuadas en nuestro inconsciente colectivo) de que pudiera existir un conflicto de interés entre un empresario (cuya empresa estaba asociada a varias más, a la licitación del tren que ya fue cancelada) y la Presidencia. 

Pero tiendo a creer que, en el fondo de todo este alboroto, bucea nuevamente, la machista convicción de que una mujer (que ha actuado durante toda su vida, ha firmado quién sabe cuántas campañas publicitarias, ha conducido no sé cuántos eventos) no puede generar cantidades importantes de dinero por sí misma. 

Ya será la propia Angélica Rivera quien nos explique (cuando regrese, porque ahora ni siquiera se puede defender desde China) cómo ha sido todo este proceso de adquisición-financiamiento de su casa. 

Pero por lo pronto, a mí me saltan varias suspicacias de esas que son casi innombrables en los melodramas: Capítulo cinco: ¿qué incentivos tendría Angélica Rivera para aparecer en revistas de sociales mostrando su casa si tuviera algo que esconder respecto a su adquisición? .

Capítulo seis: ¿por qué soltar esa investigación —que es claramente atemporal—, cuando los aludidos, y específicamente la aludida, no se encuentran en territorio nacional, no pueden contestar? .

Capítulo siete: ¿por qué presentar esa investigación cuando México lleva un mes sumido en el desasosiego tras los terribles acontecimientos de Iguala? .

Capítulo ocho: ¿quién y por qué tendría la agenda de convertir a Angélica Rivera en la antagonista de la gran telenovela
nacional? .

¿Cuál es la agenda de este “giro dramático” para convertirla (música de suspenso) de Gaviota en Gavilán?… (la pantalla se va a créditos, nos vemos en el capítulo
siguiente).

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