

Lo que parecía basura terminó siendo una cápsula del tiempo. En la sierra de Guerrero, México, un grupo de exploradores descubrió 14 artefactos culturales con más de 500 años de antigüedad. El hallazgo, ocurrido en una cueva remota del poblado Carrizal de Bravo, ya ha sido reconocido como un suceso histórico por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Una caminata casual que se convirtió en historia
En septiembre de 2023, Adrián Beltrán Dimas, guía local, y Yekaterina Katiya Pavlova, una espeleóloga rusa, decidieron adentrarse en la cueva de Tlayócoc. Lo que encontraron en su interior no fue basura como creyeron en un principio, sino brazaletes de concha, un caracol marino decorado, discos de piedra y un trozo de madera carbonizada, todos objetos de enorme valor arqueológico.
Ante la posibilidad de dañar más piezas ocultas, los exploradores contactaron al INAH. Así comenzó una expedición formal, que en marzo de 2025 llevó a arqueólogos e historiadores hasta la cueva, atravesando caminos peligrosos, zonas con pumas y serpientes, y condiciones extremas.
¿Rituales prehispánicos? El posible vínculo con Quetzalcóatl
Uno de los descubrimientos más intrigantes fue la presencia del símbolo “xonecuilli” tallado en los artefactos, una figura en forma de “S” asociada con el planeta Venus y con el dios Quetzalcóatl. Los especialistas creen que los objetos están ligados a rituales de fertilidad y cosmogonía prehispánica, dado que las cuevas eran vistas como espacios sagrados: puertas al inframundo y lugares de renacimiento.
El legado de los tlacotepehuas
Según el INAH, los objetos datan del periodo Posclásico (950-1521 d.C.) y podrían pertenecer a la cultura tlacotepehua, un grupo indígena de la sierra que trabajaba los metales y fue desplazado tras la llegada de los españoles. Poco a poco, esta cultura fue absorbida o extinguida cuando se repobló la región con nahuas provenientes de Tlatelolco y Xochimilco para laborar en las minas coloniales.
Una cueva intacta por siglos
La cueva de Tlayócoc, con una longitud de 251.86 metros y formaciones como estalactitas y estalagmitas, ofreció un microclima ideal para conservar los objetos por más de cinco siglos. Según Pavlova, su interior se ha mantenido estable durante siglos, lo que explica la excelente preservación de los artefactos.
Un pueblo como guardián de su historia
Tras el hallazgo, el INAH trabajó con la comunidad local para sensibilizarla sobre la importancia de conservar este legado. En asambleas y talleres, explicaron que no se trataba solo de “piedras viejas”, sino de la identidad misma del pueblo. Gracias al compromiso del Carrizal de Bravo, hoy esta historia no solo está protegida, sino que también podría transformar al pueblo en un ejemplo nacional de protección comunitaria del patrimonio.
