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De política y cosas peores

Superiberia

El lúbrico galán llevó a la ingenua chica al solitario paraje llamado El Ensalivadero, a donde acuden las parejitas en plan húmedo. Exclamó ella con arrobado acento: “¡Qué hermoso es escuchar en una noche de plenilunio el canto de los grillos!”. “No son grillos -le aclaró el sujeto-. Son zippers”… Antes de empezar la sesión del día el pintor y su modelo estaban abrazándose y besándose apasionadamente. En eso se oyeron pasos en la escalera que conducía al taller del artista. “¡Mi esposa! –se asustó el pintor-. ¡Rápido, desvístete!”… Pirulina, hija de familia, le comentó a su padre: “Qué interesante encuesta viene hoy en el periódico. Según los datos el 59 por ciento de las mujeres de mi edad son vírgenes y las demás ya no lo somos”… Pocos seres humanos he conocido tan buenos y además tan amables, afables y agradables, como Baltasar Cavazos Flores, que de la gloria goza ya y la gloria de él. Paisano mío saltillense, nos conocimos allá en aquellos años, tan distintos de los de acá, jovencito él, yo casi niño todavía. Eran los tiempos de la Segunda Guerra y la gente se dividía entre quienes querían que ganaran los alemanes (por aquello de Texas, sabe usted) y quienes deseaban el triunfo de los aliados para poder seguir yendo a Texas a comprar ropa, chocolates y rompecabezas. “El Heraldo del Norte”, uno de los dos periódicos locales, publicó en su primera plana una noticia relacionada con el conflicto bélico: “Ebrio germanófilo rompe a patadas un excusado inglés”. Baltasar y yo les íbamos a los aliados, pues veíamos las películas de guerra de John Wayne, que nunca fue a la guerra. Tiempo después mi amigo se mudó a la Capital a fin de cursar la carrera de Derecho y, al paso de los años, se convirtió en uno de los abogados laboralistas de más prestigio en el país, a la altura, digamos, de un Mario de la Cueva. (A propósito de este eminentísimo jurista, a quien todos llamaba con afecto “el Chato de la Cueva”, el ingenioso Pancho Liguori, también alumno suyo, escribió un travieso epigrama: “Ser chato de la nariz / es cosa que nada prueba. / Lo que sí es grave desliz / es ser Chato de la Cueva”). En Perú se publicó un libro de homenaje a Baltasar, en el cual sus discípulos de varios países de América Latina recogieron las enseñanzas de su maestro, entre ellas un buen número de sentenciosos apotegmas que le oyeron en sus clases o conversaciones. Pongo aquí algunos de ellos: “Del Derecho del Trabajo me gusta más el Derecho que el trabajo”. “La causa de todos los divorcios es el matrimonio”. “Yo nunca he pensado en el divorcio, pero en el homicidio sí”. “Los trabajadores que van a la huelga y los casados que van al adulterio siempre terminan arrepintiéndose”. “Entre un vaso de agua y un vaso de vino prefiero el vaso de vino. Pero si el agua es de un arroyo cristalino, entonces también prefiero el vaso de vino”. Y otra máxima de Baltasar, ésta una joya de sabiduría: “Si no fuera por tanta intriga política Saltillo sería la Capital de la República”. Pero la que viene a cuento es una frase de permanente actualidad: “Saltar la cuerda es el único ‘placer honesto’ que un trabajador mexicano puede satisfacer con el salario mínimo”. Ahí queda eso… Dos famélicos vagabundos contemplaban con ávida mirada las sabrosas viandas que exhibía en su aparador el restorán de lujo: ostras, faisanes, pavos trufados, jamones, delicias del mar. En eso pasó junto a ellos una bella mujer de exuberantes formas. Uno de los sujetos la siguió con ojos más ávidos aún. De pronto cayó al suelo poseído por fuertes convulsiones. El otro lo reprendió: “Eso te pasa por follar después de comer”… FIN.

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