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De política y cosas peores

Superiberia

Catón
Columnista

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, invitó a su departamento a la linda Dulcibella y le pidió que pasara la noche con el. “Si hago eso –opuso la muchacha- me odiaré por la mañana”. Sugirió el tal Pitongo: “Nos levantamos tarde”… Doña Macalota le dijo con quejumbrosa voz a don Chinguetas: “La verdad es que nunca me has querido. Si en verdad me hubieras amado no te habrías casado conmigo”… La maestra les habló a los niños acerca del pueblo suevo, y les dijo que sus guerreros habían contribuido a la caída del Imperio Romano. “Deben haber sido bastantes –comentó Pepito-, porque se necesitan muchos suevos para hacer que caiga un imperio así”… “Está en faltante”. Tal es la respuesta que obtienen muchos clientes cuando piden en la farmacia alguna medicina. El desabasto de medicamentos está alcanzando proporciones de extrema gravedad, hasta el grado de que se está creando ya un mercado negro de productos farmacéuticos. Un cierto amigo mío que vive en la Ciudad de México me contó que requiere necesariamente una cierta medicina para el tratamiento de la enfermedad que sufre. Antes conseguía siempre sin dificultad el tal remedio en cualquier farmacia de su colonia. El precio que pagaba por ella era de 600 pesos. Un día empezó a oír aquella ominosa frase: “Está en faltante”. Buscó en otras farmacias de otras colonias, algunas de ellas muy alejadas de la suya. En ninguna tenían en existencia el fármaco. Su médico le indicó que ningún otro podía serle de la misma utilidad, y le recomendó que lo encontrara a como diera lugar. Se enteró de que en tal parte –no era una farmacia- se lo podían vender. Lo consiguió, en efecto. Pagó por él 3 mil 700 pesos, y ni siquiera sabe si es legítimo o falsificado. No incurrirá en exageración quien diga que ese desabasto de medicamentos es una falla criminal que está causando graves males, sufrimientos, dolores y aun muerte a incontables enfermos. ¿Y la capacidad de la 4T y de su monarca para procurar el bien de los mexicanos? Está en faltante… Don Cucurulo era pilar de su comunidad. El director de la escuela fue a invitarlo a la inauguración de la temporada de beisbol infantil. Le pidió: “Queremos que lance la primera bola”. “¡Ah no! –rechazó con energía el provecto caballero-. ¡Ni una ni otra!”… Dos amigos se toparon en la calle. Le preguntó uno al otro: “¿Cómo te ha ido?”. “No muy bien –replicó el otro, pesaroso-. Con esto de la pandemia mi negocio se vino abajo y tuve que cerrarlo. Ahora estoy vendiendo muebles”. Quiso saber el amigo: “¿Qué clase de muebles estás vendiendo?”. Gimió el otro: “¡Los míos!”… Llegó un nuevo pastor a la Iglesia de la Quinta Venida. (No confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida, que permite a sus feligreses adulterar a condición de que antes se pongan gel antibacteriano). Lo primero que hizo el recién llegado fue convocar a las damas de la congregación, a las cuales impartió una conferencia acerca del pecado. El siguiente domingo las señoras publicaron en su boletín una nota que decía: “La verdad es que no sabíamos lo que era el pecado hasta que llegó el nuevo pastor”… Pirulina, muchacha pizpireta, llevó a su departamento a Candidito, mancebo atlético y de agraciado rostro, pero poco ducho en los mesteres de la vida. Ahí le ofreció una copa, que el visitante aceptó, inquieto, y luego puso en el estéreo música romántica. Seguidamente apagó la luz de la habitación, que quedó en una penumbra sugestiva. Preguntó el ingenuo chico: “¿Apagaste la luz para ahorrar energía?”. “No, guapo –replicó ella tomándolo en sus brazos-. La apagué para quitarte toda la que tienes”… FIN.

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