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De política y cosas peores

Superiberia

POR: Catón

Tía: ¿me dejas que te toque el güigüicho?”. La tía soltera de Pepito se sobresaltó cuando el precoz chamaco le pidió eso. “No, Pepito –le respondió azarada-. Eso no estaría bien”. “Anda, tiíta –insistió el niño-. Déjame tocarte el güigüicho”. Abreviaré el relato, pues el espacio en este prestigiado diario es muy valioso y no se debe gastar en circunloquios. Después de resistirse mucho la tía cedió por fin a las tercas instancias del mocoso. Le dijo con un suspiro de resignación: “Está bien, Pepito. Ya que tanto lo deseas tócame el güigüicho. Pero nomás tantito ¿eh?”. Entonces el pequeñín empezó a tocar y cantar en su pianito: “Güigüicho a Merry Christmas…”… Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. Hace unos años fue al cine a ver la película “El Pico de Dante” (pico que por cierto Beatriz no vio jamás). Esa vez en lugar de arrojar lava el volcán echó nieve de sabores. Una noche don Frustracio, el sufrido esposo de la gélida señora, le pidió tímidamente el cumplimiento del débito conyugal. “Ya lo cumplí” –replicó ella con desabrimiento. “Pero, mujer –se atrevió a replicar el infeliz marido-. La última vez que lo hicimos fue cuando Fernando Valenzuela ponchó a cinco bateadores seguidos en el Juego de Estrellas. En esa ocasión un periodista le preguntó a Tommy Lasorda qué significaba para él la presencia del mexicano en su equipo. Respondió el famoso mánager: ‘Fernando es algo muy valioso para el beisbol, y muy valioso para los Dodgers. Pero sobre todo es algo muy valioso para Tommy Lasorda’. Eso sucedió en 1986”. “¿Y ya quieres otra vez? –estalló doña Frigidia-. ¡Eres un maniático sexual!”. Rogó y suplicó don Frustracio en tal manera que su esposa finalmente le permitió que subiera a su lecho. Al día siguiente, lleno de orgullo, don Frustracio les contó a sus amigos: “Anoche le hice el amor a mi mujer. Y se lo hice en forma tan apasionada que por poco la despierto”… Nalgarina, joven mujer de opimo nalgatorio, le dijo a Libidiano, hombre salaz: “Las dos cualidades que más me gustan de ti son tu inteligencia y tu sentido del humor. Dime: ¿cuáles son las dos cualidades que más te gustan de mí?”. El lascivo galán respondió al punto: “Estás sentada arriba de ellas”… Cierta señora salió embarazada, y le informó a su esposo que el negocio se cerraba hasta nuevo aviso. Era mujer comprensiva, sin embargo, de modo que lo autorizó ir a una casa de citas a fin de que ahí sedara los naturales apetitos de la carne. No sólo eso: también le dio dinero –mil pesos- para pagar la primera consumición. Cuando el tipo estuvo de regreso ella le preguntó, curiosa, cómo le había ido en aquel lugar de lenocinio. “No tuve que ir ahí –relató él-. Al salir me topé con la comadre, que venía a verte. Me preguntó a dónde iba, y se lo conté. Me dijo: ‘¿Para qué gasta su dinero en mujeres que ni conoce, compadrito? Venga conmigo–mi marido no está en casa-, y por el mismo dinero yo lo dejaré arreglado’. Le di los mil pesos, y pasé con ella un agradable rato”. “¡Qué poca vergüenza! –prorrumpió la señora-. ¡Cuando ella sale embarazada yo nunca le cobro ni un centavo al compadre!”… Tres amigos intercambiaban confidencias sobre su vida conyugal. Dijo el primero: “Antes de hacerle el amor a mi mujer pongo en la cama pétalos de rosa. Eso la vuelve loca”. Narró el segundo: “Durante el acto del amor yo le digo malas palabras a mi esposa. Eso la vuelve loca”. Declaró el tercero: “Después de hacerle el amor a mi mujer yo me seco con las cortinas de la recámara. Eso la vuelve loca”… FIN.

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