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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

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Por: Catón  /  columnista

De un plumazo borra la cultura

“Bach… Mozart… Beethoven… Brahms… Chopin… Ellos hacen Radio Concierto. Nosotros nada más les ayudamos un poquito”. Así dice uno de los anuncios de identificación de la estación de radio cultural que mi familia y yo creamos en Saltillo. Pues bien: esos mismos personajes eran los que hacían de Opus 102.1, en Monterrey, una de las mejores emisoras del País. Por desgracia un político apodado El Bronco llegó a ser gobernador de Nuevo León, y hace unos días dictaminó que la música clásica, y la cultura en general, no son cosa para el pueblo, sino fútil entretenimiento de una élite. De un plumazo el tal señor echó abajo el encomiable esfuerzo realizado durante muchos años por un valioso grupo de hombres y mujeres que contribuían con su trabajo y su talento a la tarea de dar a la comunidad una radio de excelencia. La medida del gobernante atenta contra el nivel cultural de la ciudad y del Estado, y es una muestra más de su falta de preparación para el cargo que ocupa. Artistas, intelectuales, comunicadores, académicos y los oyentes en general de Opus han protestado por la destrucción de ese bien comunitario, convertido ahora en instrumento al servicio del Gobernador. Se dice que los pueblos tienen el Gobierno que se merecen. Yo pongo en entredicho esa manida frase. Nuevo León no se merece un gobernante así… Sigue ahora el vitando chascarrillo que aquí anuncié ayer: “Aritmética sicalíptica”. Es increíble cómo hasta con los números puede hacerse humor. Preparen mis cuatro lectores pluma o lápiz y disfruten el relato… Llegó un individuo a un burdel, mancebía, congal, casa de asignación, manflota, ramería o lupanar. Llamó a la madama que regentaba el establecimiento y le pidió ocho mujeres. “¿Ocho?–se sorprendió ella-. “¿Por qué ocho?”. Explicó el recién llegado: “Me pasé los últimos dos años en una mina en la montaña sin tener trato con mujer. Tan verriondo vengo -o sea tan cachondo- que sólo ocho mujeres bastarán para saciar mi apetito venéreo”. La dueña del meretricio, acostumbrada a las rarezas de sus clientes, hizo venir a ocho de las daifas cuyos servicios expendía y les pidió que fueran con el cliente a un aposento habilitado especialmente para acciones colectivas. Pasó una hora; salió el hombre y le dijo a la madama que había calculado mal sus fuerzas: sólo había podido refocilarse con la mitad de las mujeres, vale decir con cuatro. “Dígame cuánto le debo” -preguntó. Le informó la mariscala: “Por la primera mujer le cobraré 150 pesos (aquí saque su pluma o lápiz el lector y vaya haciendo cuentas). Por la segunda, la décima parte de esa cantidad, o sea 15 pesos. Por la tercera, la décima parte de esos 15 pesos, es decir 1.50. Y por la cuarta la décima parte de esa suma, o sea 15 centavos”. El tipo sumó las cantidades, le entregó a la madama la cantidad resultante y salió. La mujer se quedó pensando. ¿Le había cobrado lo justo al individuo? Llamó a su esposo, que era hombre de negocios; le informó del trato con aquel sujeto y le preguntó si no le habría cobrado de más o de menos. “Veamos –respondió el lenón-. Representemos a cada una de las ocho mujeres con un pequeño círculo, y pongamos cuatro arriba y cuatro abajo. A los cuatro círculos de arriba les pondremos un rasgo hacia arriba, así: 6, pues de ese modo se le vio a ese hombre. A los cuatro círculos de abajo les pondremos el rasgo hacia abajo, así: 9, pues así le quedó el cliente después de haber estado con las primeras cuatro mujeres. Sumemos ahora los cuatro círculos de arriba y los cuatro de abajo”… Hagan la suma mis cuatro lectores. La hizo la suripanta y supo que había cobrado la cantidad correcta… FIN.

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