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De política y cosas peores: El Decálogo de AMLO: Lo bueno y lo malo

Superiberia

CATÓN
Columnista

Cosa fácil sería hacer burletas en torno del decálogo propuesto por López Obrador como guía para adaptarnos a la nueva realidad tras de la cuarentena. Entre homilía de clérigo y prédica de motivador esa lista de mandamientos se antoja declaración aldeana llena de sugerencias anacrónicas y de un conservadurismo ingenuo, elemental. Habituados como estábamos después de más de siete décadas a oír los discursos incoloros, inodoros e insípidos de los políticos tradicionales, los conceptos de un gobernante sui géneris como AMLO nos sacan de onda y ponen a prueba nuestra capacidad de comprensión; comprensión tanto en el sentido de entender como de justificar. Desde luego es cuestionable su propuesta de no comer carne sino de animales criados “en el patio”, o sólo verduras cultivadas en el propio huerto o en el jardín de casa. Igualmente debatible es su invitación a fincar nuestro alimento en “el bendito maíz”. Sin embargo a mí me gustó mucho la exaltación que en su sermón hizo de la familia el Presidente, lo mismo que su llamado a buscar en lo espiritual nuevos caminos. Esto último suena extraño en boca de un político, pero no cabe duda de que en los tiempos que corren –tan lentamente, ¡ay!-, tiempos de enclaustramiento y confusión, esa convocatoria a la espiritualidad cobra relevancia. En fin: después de escuchar el tal decálogo me he hecho el propósito de hacer el mío propio, cuyo primer precepto será no juzgar tan a la ligera las peroratas de López Obrador, desde luego menos aburridas que las de Peña Nieto, Calderón, Fox, Zedillo, Salinas de Gortari, Miguel de la Madrid, José López Portillo, Echeverría… (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborador menciona por orden regresivo a todos los mandatarios habidos en México hasta llegar a Acamapixtli, relación que, aunque interesante, nos vemos en la penosa precisión de suprimir por falta de espacio)… Meñico Maldotado, joven varón con quien natura se mostró avara en la comarca sur, casó con Pirulina, avispada muchacha. La noche de las bodas el novio se presentó por primera vez al natural ante su desposada, que lo aguardaba en el tálamo nupcial a efecto de llevar a cabo el acto prescrito tanto por el Código Civil como por el Canónico para cumplir el fin primordial del matrimonio, que es el de la procreación. (Los otros fines son los de ayuda mutua y sedación de la concupiscencia). Pirulina vio a Meñico y exclamó: “¡Mira! ¡Tu mamá me dijo siempre que eras muy corto, pero yo pensé que se refería a lo tímido!”… FIN.

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