


Noel, Miguel Ángel, Misael, Yolanda, Regina, Gabriel, Guillermo, Esteban, Víctor, Octavio, Gregorio, Moisés, Armando, Juan y Rubén. ¿Cuántos más faltan para saciar el odio de esos que consideran a la prensa y a los periodistas como enemigos, de los que no toleran la crítica ni la verdad?. Rubén Espinosa fue el decimoquinto reportero asesinado por ejercer su oficio en Veracruz. No murió en la entidad, es cierto, pero sus victimarios lo siguieron hasta la capital del país donde creyó que estaba a salvo.
En Veracruz hay asesinatos seriales de periodistas y ya son 15 los ejecutados. Algunos dicen que a las víctimas no hay que darles un número, pero cuantificarlos es importante porque eso ayuda a no olvidar, a medir la magnitud de la tragedia y a remarcar que, una a una, se han acumulado las muertes hasta formar una larga lista que pesa sobre la espaldas de esos que cometieron los crímenes y de los que los permitieron, encubrieron, los que brindan protección e impunidad a los asesinos y que de alguna forma son los cómplices de los autores materiales.
Noel, Miguel Ángel, Misael, Yolanda, Regina, Gabriel, Guillermo, Esteban, Víctor, Octavio, Gregorio, Moisés, Armando, Juan y Rubén. Muchos de esos nombres han sido escritos en pancartas o gritado en consignas para exigir justicia en calles y plazas públicas. Esos nombres han incendiado por algún tiempo las redes sociales. Casi a la mayoría se les han encendido veladoras en la vía pública como muestra del luto y el dolor gremial. ¿Y de qué ha servido?. De nada.
Aunque ha habido un sinfín de protestas, caminatas, bloqueos de calles, mantas izadas, cartas escritas y gritos lanzados, ninguno ha recibido justicia. Pero aún, la masacre no se detiene y la lista de víctimas sigue creciendo. Pareciera que hay asesinos en serie consentidos por un Gobierno que odia la prensa crítica y que se suma a la agresión aún cuando el periodista ya está muerto. Sin importar que ya no se pueda defender lo descalifica, lo criminaliza, lo sataniza, le arroja sus perros distribuidos en la prensa domesticada y en las cañerías de la internet para enlodarlo. Lo hace culpable de su propia desgracia.
Por eso, hoy más que nunca cobra sentido esa reflexión con la que un grupo de fotógrafos finalizaron el mensaje para cerrar su cuenta en las redes sociales denominada Fotorreporteros-MX-Veracruz: “Clamar justicia ya es un acto inútil”. No se conseguirá ni justicia ni prevención de futuros crímenes al menos mientras siga en la gubernatura Javier Duarte de Ochoa y mientras que los fidelistas mantengan el control de los órganos de seguridad pública, procuración de justicia, gobernabilidad y hasta de la falsa comisión para proteger a periodistas.
Noel, Miguel Ángel, Misael, Yolanda, Regina, Gabriel, Guillermo, Esteban, Víctor, Octavio, Gregorio, Moisés, Armando, Juan y Rubén. ¿A cuántos más hay que llorar?. La mayoría de esos compañeros sacrificados fueron difamados después de muertos. Ahora van por Rubén Espinosa porque en los drenajes del duartismo se prepara el lodo para arrojarlo sobre el cadáver. Algunos han aventurado que su muerte está ligada al crimen organizado, específicamente a bandas de asaltantes y otros a la trata de personas. No tienen vergüenza.
Lo importante será ver si el Gobierno de Distrito Federal permite el manoseo de las pesquisas y las injurias contra las víctimas como se ha hecho
en Veracruz.
LA FIESTA DEL CHIVO
Por otro lado, el crimen del fotorreportero Rubén Espinosa es sino un parteaguas, sí un nuevo precedente muy peligroso: el Distrito Federal dejó de ser un lugar seguro para los periodistas que deciden abandonar sus estados, principalmente los veracruzanos, y tomarlo como refugio para escapar de la muerte. La capital del país dejó de ser tierra de amparo, pues hasta allá ya llegó la “mano negra” –dicen algunos- y los largos tentáculos de esos que odian a la prensa. Rubén huyó de Veracruz por miedo a ser agredido bajo el Gobierno de Javier Duarte de Ochoa y lo rastrearon, y lo encontraron y lo asesinaron en el Distrito Federal.
No es la primera vez que desde Veracruz se gesta un atentado contra un comunicador. Hay que recordar que en el 2012 se descubrió un plan para secuestrar y asesinar a Jorge Carrasco, reportero de la revista Proceso y representante de la misma ante la Procuraduría veracruzana que realizaba las pesquisas por el asesinato de la querida Regina Martínez.
Desde un domicilio del fraccionamiento Las Ánimas en Xalapa, donde viven la mayoría de los funcionarios estatales y donde tienen domicilio tanto el impresentable ex gobernante como sus ex colaboradores, se preparó el atentado contra Jorge Carrasco y que sería cometido en el Distrito Federal por presuntos policías estatales.
La intención era callar al periodista para que dejara de presionar al Gobierno de Duarte de Ochoa por el crimen de Regina Martínez. Vaya, y fue tan en serio el plan que Carrasco tuvo que abandonar el país y refugiarse en Francia durante algunos meses. Entonces, claro que Duarte de Ochoa tiene mucho que decir en este caso al igual que en los otros 14 homicidios. Duarte sigue empapado de sangre y no se cansa, y no hace nada, y deja pasar, y ¿ordena?, y tolera, y permite, y amenaza, y encubre, y retuerce la ley, y difama y criminaliza. Es la “Fiesta del Chivo” en su versión jarocha. Por supuesto que Duarte tiene mucho que decir en torno a estos asesinatos seriales y se espera que la Procuraduría General de Distrito Federal (PGDF) lo llame a comparecer.
El crimen de Espinosa también sienta el precedente negativo de que fallaron los protocolos de resguardo a periodistas amenazados que tiene el propio Gobierno del DF que encabeza Miguel Ángel Mancera y la Procuraduría General de la República (PGR), la cual tenía conocimiento del caso a través de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión. Además quedan en entredicho las organizaciones civiles que han recibido a reporteros bajo su tutela en la capital del país. ¿Quién dio la pista del domicilio del fotorreportero?, ¿por qué no se observó rigurosamente el protocolo de protección?, o ¿por qué no tenía custodia personal el periodista amenazado?
Así, la muerte de Rubén Espinosa abre un nuevo hito de riesgo: no hay lugar seguro en el país para huir de la mano negra de Veracruz que quiere desaparecer periodistas. También vuelve a colocar en el debate público las condiciones de precariedad, de abandono y ahora de exposición de los comunicadores exiliados en la capital del país. Actualmente al menos diez periodistas veracruzanos radican en esa gran urbe, se fueron por temor a ser asesinados en Veracruz y de todo el país son más de 30 los reporteros refugiados en el Distrito Federal.
FALTAN OTROS CUATRO
De colofón, el fin de semana un grupo armado atacó a balazos e incendió instalaciones y vehículos del semanario Presente en Poza Rica. Afortunadamente el propietario de la publicación, Jesús Villanueva Hernández y su familia, quienes vivían en el mismo edificio, no sufrió daños pero el caso no es menor ni mucho menos. Es otra muestra más de la permisión que hay en la entidad hacia todos los que quieran atacar a la prensa y a los comunicadores.
Dicho atentado recuerda al perpetrado contra esta casa editorial, EL BUEN TONO, en noviembre del 2011 y que sigue impune hasta la fecha, pese a que se conoce la identidad del autor intelectual. Muy extraña coincidencia: desde que el gobernante en turno Javier Duarte amenazó y acusó a periodistas de estar coludidos con la delincuencia, el pasado 1 de julio, un periódico ha sido blanco de un atentado y dos colegas asesinados, Juan Mendoza y Rubén Espinosa.
Noel, Miguel Ángel, Misael, Yolanda, Regina, Gabriel, Guillermo, Esteban, Víctor, Octavio, Gregorio, Moisés, Armando, Juan y Rubén, son los nombres de los compañeros periodistas masacrados en este sexenio, pero la lista tiene un anexo igual de trágico porque hay otros cuatro colegas que están en calidad de desaparecidos. De ellos poco se habla, sus nombres no aparecen en pancartas ni en los gritos de justicia, no son mencionados en las plazas públicas o en las caminatas, pero aún así nos faltan a todos.
El pasado 26 de julio se cumplieron nueve meses de la desaparición del periodista Tomás David Matus Galván, autor de la columna Cafetópolis que se publicaba en el semanario El Regional de Coatepec. El columnista que en ese entonces tenía 70 años de edad salió de su domicilio en ese municipio el 26 de agosto del 2014 y desde entonces nadie sabe de su paradero. Es el caso más reciente de desaparición de un comunicador veracruzano.
Los otros tres casos son de los compañeros, Gabriel Fonseca Ramos, Cecilio Rodríguez Domínguez y Sergio Landa Rosado originarios de Acayucan, Chinameca y Cardel, respectivamente y que fueron plagiados por grupos delictivos en los años 2011, 2012 y 2013. Lo ominoso es que en ninguno de esos cuatro casos hubo un protocolo de búsqueda por parte de la Fiscalía estatal. Nunca los buscaron y las denuncias por su desaparición están en el limbo, empolvándose en algún archivero. Es la forma de hacer justicia en Veracruz a los periodistas agredidos, es la “Fiesta del Chivo” como la novela del peruano Mario Vargas Llosa.


