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Después del segundo debate  

Superiberia

Por: Yuriria Sierra  / columnista

Los ciudadanos observan y quieren saber de todo. Los que viven en la frontera conocen su coyuntura, pero también se interesan por lo que ocurre lejos de la línea, de su entorno. Los que viven lejos de la frontera de igual forma se cuestionan sobre lo que sucede en aquellos más de tres mil kilómetros que nos separan de Estados Unidos y sobre esos otros que abren camino a Centroamérica. Los mexicanos saben y, si no, formulan preguntas. Antes, en las contiendas electorales del País pocos eran los foros en los que estas preguntas tenían una vía de escape, porque la única vía para dar salida a las dudas es que los indicados en responderlas las reciban. Eso no lo teníamos. Por eso el INE, en un esfuerzo gigantesco, histórico, sí, buscó y concretó el escenario para que algunas de estas preguntas fueran respondidas.

El instituto le apostó a un segundo formato novedoso. Si el primero sorprendió por la interacción que los candidatos tuvieron con los moderadores, a este último se le sumó el intercambio con seis de los 42 ciudadanos presentes. Por primera vez en la democracia nacional se abrió un foro con asistencia participativa. Un town hall meeting, como se les conoce en otras partes del mundo (“Asamblea con público participativo”, le denominaron en México): candidatos con opción de movilidad para abonar a la cercanía necesaria con la audiencia presente; manejar y evidenciar su lenguaje corporal; dar dinamismo a una conversación que, al menos en nuestro país, tenía antecedentes pobres o más bien escasos. Y, claro, los obligó a responder algunas de esas miles de preguntas que los mexicanos se hacen todos los días. Lejos de la agenda de cada candidato, por primera vez se salieron de su speech para atender cuestionamientos que tienen los electores, a quienes buscan convencer. Y es que los ciudadanos están lejos de la guerra sucia que se opera desde los cuartos de guerra, los ciudadanos quieren saber cómo resolverán los problemas a los que se enfrentan todos los días. De eso se trata este tipo de ejercicios, para eso sirven. En la empatía y la claridad con la que se responden estas preguntas se dibuja mejor la personalidad de cada aspirante.

En Estados Unidos, este tipo de formatos se utilizan desde 1992. Llegamos tarde, pero, tras la transición IFE-INE, en esta contienda electoral se dieron pasos enormes para la reconstrucción del diálogo democrático. Hoy tenemos ejercicios como estos, donde los candidatos dan la cara a los ciudadanos y responden directamente a ellos, viéndolos a los ojos, sin intermediarios. Estos son ejercicios que, sobre todo, los obligan a escuchar.

De igual forma, como en el primer debate, los candidatos respondieron preguntas que hicimos desde la moderación. Porque un debate es también eso, una suerte de entrevista que los lleve a aclarar sus propuestas y las ideas con las que éstas son planteadas. O que los obligue a explicarlas puntualmente de frente a la ciudadanía. Sus propuestas o su historial. Y una oportunidad, sobre todo, para conocerlos en contextos distintos a los templetes o los spots.

Los debates presidenciales en nuestro país han dejado de ser foros de monólogos para los candidatos, ahora son plataforma para exponer sus virtudes y reflejos, pero también para evidenciar sus puntos débiles. Los candidatos se enfrentan a nueva presión: la que da un país observando en televisión nacional y plataformas digitales, con la obligación de responder, de interactuar, de medir su velocidad de reacción. Cualidades necesarias para el cargo al que aspiran.

El tercer debate tendrá también presencia ciudadana, ahora a través de redes sociales. Un nuevo escenario al que no está acostumbrada nuestra clase política. Junto con los dos debates ya vistos, es un fortalecimiento histórico en el ejercicio democrático del país. Un logro del Instituto Nacional Electoral que abona pasos necesarios a la salud institucional de un país. Todo mi agradecimiento a Lorenzo Córdova, consejero presidente, a los consejeros Benito Nacif, Pamela San Martín y Ciro Murayama, y a Rubén Álvarez, por la impecable organización de este evento. La audacia de cambiar inercias requiere de mucha valentía y todos ellos la han tenido. La cultura del debate está por fin naciendo verdaderamente en nuestra democracia. ¡Enhorabuena!

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