


Los “días de muertos” también nos inspiran para reflexionar sobre política. Son estos tiempos tenebrosos, como casi todos los que México ha vivido.
La historia casi siempre nos ha rodeado de tumbas. En 205 años mexicanos sólo hemos vivido 70 de ellos en paz. En los otros, la muerte y el luto fueron los constantes acompañantes.
La Guerra de Independencia, el Primer Imperio, la lucha de logias, la invasión del 47, la Revolución de Ayutla, La Guerra de Reforma y la intervención francesa nos dieron 57 años violentos.
Más adelante, después de una sola década de tranquilidad con la República restaurada, se instaló una dictadura sanguinaria y feroz que duraría 35 años. Su cancelación costó el precio de 20 años de revolución, si contamos desde el primer disparo de los Serdán, en 1910, hasta el último balazo de la Cristiada, en 1930.
Esta contienda nos costó un millón de vidas, lo que afectó a muchas familias. La de mi padre era hacendada, pero liberal. Cuatro de mis tíos lo pagaron con la vida. La Revolución Mexicana, como todas nuestras guerras civiles, no fueron una lucha de clases sino un choque de ideas.
Hasta allí las tumbas. Luego vino nuestro periodo más largo de tranquilidad. De 1930 a 1990 vivimos en paz. Así, hasta que, a partir de entonces, la incontinencia delincuencial se convirtió en nuestra nueva guerra. Primero, en la forma elemental de delincuencia callejera. Después, se convirtió en banda. Más tarde, ya en cártel. Hoy, por desgracia, ya son organización. Incluso, de algunas, se dice que ya son institución. El siguiente paso sería que fueran corporación.
Hoy estamos llenos de fosas. Hemos vivido el drama de Guerrero que es, inevitablemente, un drama de México. Un alcalde que avergüenza a la política. Un exgobernador que avergüenza a su partido. Un nuevo gobernador que avergüenza en pena ajena. Que, en el primer día de su mandato, le dice al presidente Peña Nieto que “si usted me apoya, yo le entregaré buenas cuentas”. Esto es igual a “Jefe: deme mi calaverita”.
Se pareciera, en la forma, a la frase de Agustín de Hipona, cuando le pide a su dios que le dé lo que necesita y que le pida lo que quiera. Pero Rogelio Ortega no es San Agustín ni piensa como él. No va a investigar ni a descubrir ni a castigar. Todo ello lo lograrán Enrique Peña Nieto y Jesús Murillo Karam.
Los padres de normalistas tuvieron un encuentro presidencial. Fue una verdadera valentía recibirlos cuando aún no se les puede ni siquiera informar. La mayoría de los políticos hubiere recomendado no celebrarla. Saludo que lo haya hecho. No es fácil platicar con padres dolidos cuando no hay nada nuevo que ofrecerles. Lo sé bien porque lo he vivido. Pero, después de un alcalde que se escapa y de un gobernador que se licencia, luce bien un Presidente que no se esconde. Eso es parte del ejercicio del poder. Porque la verdadera ecuación temporal de lo político no reside en la duración del mandato sino en la duración del poder.
Pero, además, escuché una conferencia de los padres donde algo me impresionó. Emiliano Navarrete, padre de un ausente, es un hombre muy modesto, pero muy honesto. Expresó su dolor, casi con lágrimas, pero sin llanto. Externó su coraje, pero sin gritos. Exigió respuestas, pero sin leperadas. Sólo pidió información, no una curul ni una oenegé ni una platea en las ceremonias oficiales. Me provocó tan verdadero respeto que me hizo escucharlo de pie.
Muy importante es que nadie ha inculpado a Enrique Peña Nieto ni a su gobierno. Hay que procurar que así siga. Tan solo inculpan al exgobernador y al exalcalde, que parecen cómplices en la fuga. En fin, me asaltan premoniciones sobre los paraderos. Tengo presentimientos sobre las consecuencias. Me invaden sospechas que me incomodan. Ojalá que, todo ello, muy pronto se me disipe.
Decía Jaime Torres Bodet que caminamos entre tumbas. Mi concepción de la vida y de la muerte es fundamentalmente la judeo-cristiana. Esta vida es tan sólo de paso. Pobre y transitoria. Pero, después, sobrevendrá con la muerte la verdadera vida. La eterna y rica a plenitud. La tierra prometida.
Sin embargo, debo confesar que, a veces, me gustaría creer que la de aquí no es tan pobre ni tan transitoria. Por momentos me gustaría abrazar las creencias orientalistas que proclaman ciertos retornos karmáticos. Por ejemplo, la reencarnación. Creer que ya hemos vivido en otros cuerpos y confiar en que lo haremos en otros más. Suponerse en el pasado o en el futuro como un gran estadista, como un gran guerrero o como un gran santo. Suponer que el premio o el castigo eterno, si es que los hay, no se habrán de decidir en uno sino en muchos episodios.
Pero, además de tumbas, también, caminamos entre palacios. Vivimos y convivimos con los muertos, pero también con los vivos. Creo que vivimos con los muertos para recordarlos, para agradecerles y para honrarlos. Pero vivimos con los vivos para cuidarlos, para servirlos, para acompañarlos y, sobre todo, muy por encima de todo, también para amarlos.
*Abogado y político.
Presidente de la Academia Nacional, A. C.
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Twitter: @jeromeroapis


