


AGENCIA
Internacional.- Aunque el Monte Everest es la montaña más alta del mundo y atrae a miles de aventureros cada año, es el K2, en la cordillera del Karakórum, el que despierta verdadero temor entre los alpinistas más experimentados. Conocido como “la montaña salvaje”, este coloso de 8 mil 611 metros en la frontera entre Pakistán y China registra una de las tasas de mortalidad más altas en el alpinismo mundial.
Por cada cuatro personas que logran llegar a su cima, al menos una ha perdido la vida intentándolo, según registros internacionales. Aunque su altura es menor que la del Everest (8 mil 848 metros), el K2 es considerado técnicamente mucho más complejo y peligroso, con pendientes más pronunciadas, rutas más expuestas y un clima sumamente impredecible.
A diferencia del Everest -cuya tasa de mortalidad ronda el 1% gracias a su infraestructura, rutas comerciales y apoyo logístico-, el K2 ha tenido temporadas con tasas de hasta el 25%, aunque actualmente se ubica cerca del 13% debido a mejoras tecnológicas en ascenso.
Los datos lo confirman: Más de 11 mil personas han alcanzado la cima del Everest, pero solo unas 500 han conquistado el K2. Además, su entorno es tan hostil que las probabilidades de rescate en caso de emergencia son mínimas.
El legendario alpinista nepalí Nirmal Purja, quien lideró el primer ascenso invernal exitoso al K2 en 2021, resumió el desafío con una frase contundente: “En el Everest puedes pagar para subir; en el K2 solo llegas si realmente sabes lo que estás haciendo”.
Más que una cima, el K2 representa un límite: el límite de lo físico, lo mental y lo humano. Y es por eso que, en el mundo del montañismo, su reputación como la montaña más letal del planeta no es un mito, es una advertencia real.


