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El miedo como estrategia policial

Superiberia

 

El 1° de mayo es en Colombia similar al 2 de octubre en México: Centrales obreras y sindicatos salen a marchar y a ellos se suman colectivos, universidades y personas a título individual con todo tipo de banderas sociales; en el 2010 acompañé esa marcha en Bogotá junto con varios compañeros de la Universidad Nacional de Colombia.

 

Caminamos toda la carrera Séptima hasta desembocar en la Plaza de Bolívar y al llegar hasta ella un grupo de manifestantes encapuchados comenzó a tirar explosivos de fabricación casera hacia puntos donde no había gente, pero causaban el efecto de llamar la atención; no pasó mucho tiempo para que llegara una tanqueta que lanzaba agua intentando dispersar a este grupo de “capuchos”. Algunos minutos después, teníamos a un gran número de elementos del ESMAD (antimotines) haciendo labores de encapsulamiento y arresto, además de lanzar hacia toda la marcha granadas de
gas lacrimógeno.

 

Al mismo tiempo en la Plaza de Bolívar daba un discurso el candidato del Polo Democrático a la presidencia de Colombia, Gustavo Petro acompañado por líderes sindicales hablaba a un numeroso grupo. Lo que hasta ese momento representaba para mí un peligro pequeño y sobrellevable, se convirtió minutos después en un enorme momento de terror: el ESMAD cerró todas las salidas de la Plaza de Bolívar y desde distintos puntos lanzaba granadas de gas lacrimógeno, la multitud corría buscando refugiarse pero era imposible, todas las vías estaban cerradas con tanquetas o por la policía, mientras en la plaza se volvía cada vez más difícil respirar.

 

Elementos policiales apostados arriba de los edificios de gobierno que rodean la plaza, seguían disparando desde una perspectiva privilegiada estas “armas de dispersión” que varias vidas han cobrado al asfixiar o golpear a la gente. Había una obvia contradicción en el accionar del ESMAD: disparaba armas usadas para dispersar y al mismo tiempo nos mantenían concentrados en un punto donde nos era imposible movernos. Después de algunos momentos de desesperación, la policía abrió un flanco para desalojar Plaza de Bolivar; en certeros pasos la policía cumplió con tres fines: hacer pasar un momento de terror a todos los manifestantes, dispersar la marcha y terminar con la participación del candidato de izquierda.

 

Hacia esas fechas se hablaba en los medios de la “colombianización” de México, apuntando a la militarización del país, el crecimiento del narcotráfico, la infiltración de grupos delictivos en los aparatos gubernamentales y el recrudecimiento de la violencia. Sabiamente un amigo colombiano me preguntó “¿es decir que al proceso de descomposición social de un país se le llama colombianización?”, esa pregunta merece darle una respuesta ahora. 

El 20 de noviembre, hace casi 20 días, se realizó una marcha más en la Ciudad de México dentro del marco de Acción Global por Ayotzinapa, en ella un grupo de personas encapuchadas usó bombas molotov y algunas otras armas de fabricación casera, de inmediato la policía actuó pero no contra los encapuchados, cerró los puntos de salida del Zócalo, encapsuló a los manifestantes, golpeó o amedrentó a varios y se llevó presos a 21 personas que hoy día están libres por la imposibilidad de fincarles
delito alguno. 

Los lugares son distintos pero la política es la misma: reprimir y atemorizar a los manifestantes bajo el pretexto de controlar a los encapuchados (infiltrados o no), creando así un precedente de miedo que pueda disuadir la asistencia a cualquier manifestación. Colombia y México comparten esta estrategia.

 

La existencia de amplios movimientos sociales en distintos lugares del mundo, ha permitido que los gobiernos recojan experiencias para desmoronarlos y evitar los cambios por los que se pugnan. En México hoy día es una realidad la infiltración de los movimientos sociales, la criminalización de la juventud y la criminalización de la protesta, como punto cúspide de esta última está la aprobación de una ley que abre la posibilidad de prohibir las marchas. Nuestra reacción desde cualquier espacio de transformación de la realidad ha sido y será la misma: ante su propuesta del miedo nuestra
respuesta de la esperanza.

 

 

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