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EL MINUTERO

Superiberia

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l martes pasado, el El Buen Tono cumplió sus primeros diez años de circular en la zona centro. Inicialmente fue en Córdoba pero después vino la edición hermana de Orizaba. Y así ha transcurrido una década en el fascinante quehacer de informar a la sociedad tanto por medio de su presentación impresa como digitalmente. Es una tarea que tiene sus días efímeros, es decir que se inicia cada vez que se recopila la información de un hecho y se culmina cuando el diario está en las manos del lector.

Durante ese lapso pasan mil cosas, desde el procesamiento periodístico del acontecimiento por parte de los reporteros, editores y diseñadores hasta su impresión con tinta y papel, y su distribución en todas las rutas para alcanzar los hogares y los puntos de venta. Así, cada día es un comenzar y terminar a fin de ejercer una función social. Y así ya cumplimos diez años.

El tiempo parece que vuela, pero el trayecto no ha sido fácil pues para hacer posible El Buen Tono se han comprometido mucho y se ha resistido otro tanto. Cuando nació el periódico lo hizo a contracorriente no solo porque en la región había un monopolio informativo cargado de sesgo y menoscabo al propio ejercicio periodístico, sino porque desde el poder oficial y otros grupos de interés hubo incomodidad por la información difundida.

Por eso, con apenas un mes de estar circulando vino el atentado contra las instalaciones cuando una madrugada de noviembre hombres armados las incendiaron por encargo. Fue el ataque más severo que ha sufrido el proyecto y que hasta la fecha sigue impune a pesar de que los autores materiales e intelectuales han sido identificados. ¿Por qué nadie está en la cárcel pagando por ese acto criminal? Porque hubo una coincidencia perversa: todos querían detener al periódico. Hoy con el tiempo transcurrido se puede llegar a esa conclusión.

El ataque fue celebrado por la competencia y por muchos otros que se sintieron amenazados porque se apostaba a la verdad, a ser una tribuna para informar a la sociedad y romper el cerco de complicidades y manoseo informativo que se tenía hasta aquel momento. Literalmente El Buen Tono se levantó de sus cenizas. Las llamas no lo detuvieron ni todo el entramado judicial para eternizar las pesquisas con el objetivo de desanimar a los inversores, periodistas y demás trabajadores.

No lo lograron y hoy sigue el proyecto. A contracorriente, a rajatabla y con la terquedad de quienes saben que están en lo correcto ya se acumularon 3 mil 565 días – hasta la edición del martes- de repetir ese ritual de recoger la información y llevarla hasta los lectores. Cada día a golpe de tecla, de voluntad y de compromiso.

En el caso personal de este columnista -y ofrezco una disculpa al lector por usar la primera persona-, debo decir que me incorporé al diario unas semanas después de su inicio aunque no más allá de un mes, pues apenas me estaba acostumbrando al ritmo laboral cuando vino el atentado contra sus instalaciones. Ya ha pasado una década de aquello y aquí seguimos, apreciados lectores, encontrándolos en las páginas buentonianas.

De esos diez años, nueve he colaborado desde el extranjero. Los creadores del proyecto periodístico tuvieron la generosidad de comprender mis circunstancias y mantenerme en su equipo, lo que reconozco y agradezco a la distancia. Pero mi situación es lo de menos, ya que lo importante es que la aspiración integral se mantuvo y hoy es la principal opción informativa en la zona centro.

Por eso hago patente mi felicitación para los hermanos Paulina y José Abella, impulsores del proyecto, así como a reporteros, fotógrafos, redactores, editores, diseñadores, talleristas, compañeros del área administrativa, distribuidores, voceadores y vendedores, y todas las otras personas que de alguna manera intervienen y hacen posible que los ejemplares lleguen a los lectores. Por supuesto, a estos últimos mi reconocimiento superior, porque son ellos los que de fondo sostienen todo el andamiaje al distinguirnos con su lectura y credibilidad.

Ah, y ¿por qué el título de la ‘terca década’? Desde mi óptica, la historia de El Buen Tono en estos primeros diez años se apoya en eso, en la terquedad. Regularmente se nos ha inculcado que ser terco es algo negativo pero dicha interpretación está equivocada. La terquedad es para bien cuando se tiene la razón, diría el lengendario entrenador de los Acereros de Pittsburgh, Chuck Noll, pero también me quedo con la reflexión que hace la escritora C. JoyBell C., pues es la que ilustra mejor lo que ha pasado con El Buen Tono y quienes lo hicieron posible:

“La gente piensa que soy fuerte. No soy fuerte, soy terca. Hay una diferencia entre una persona fuerte y una terca que simplemente no deja su espada en el suelo ni permanece tirada cuando el destino la golpea y la derriba. Yo soy de esas últimas. Una y otra vez me levanto y recojo mi espada para enfrentar lo que venga, una y otra vez me levanto, una y otra vez, una y otra vez”. ¡Abrazos y felicitaciones a todos! ¡Y que vengan diez años más!

LLUVIAS DE OCTUBRE

Hablando de aniversarios, hay un hecho que aconteció hace 22 años. Los días 4, 5 y 6 de octubre de 1999, las intensas lluvias provocadas por una tormenta tropical -ni siquiera era huracán- estacionada en el Golfo de México inundaron casi todo el estado desmoronando la infraestructura pública y privada. En algunas partes ni siquiera se salvaron los templos donde la gente buscó refugio y encontró la muerte. El norte veracruzano fue el más castigado en aquel 1999. ¿Cuántos murieron? Como siempre, no se sabe con exactitud pues el gobierno ocultó las cifras.

Localmente gobernaba el elitista Miguel Alemán quien preparaba un festival magno para recibir el milenio en la zona arqueológica de El Tajín, la “Cumbre Tajín” y el mandatario trató de ocultar la tragedia humanitaria en el Totonacapan para no afectar su evento pese a que los ríos desbordados arrasaron comunidades enteras. En aquel tiempo -los colegas periodistas lo deben recordar- poblados como Ojite de Matamoros, Tres Naciones y El Cepillo literalmente fueron ‘desaparecidos’ por el agua. La corriente los engulló durante días.

Por la negligencia gubernamental muchos perecieron y otros tantos sufrieron por la falta de ayuda. Lo que son las cosas, ahora el exgobernador anda huyendo de la justicia porque le cayeron en chanchullos con el fisco y sus empresas están quebradas, incluida la línea aérea que según la ‘vox populi’ creó con el dinero saqueado de Veracruz. Lo del agua al agua, y al parecer la maldición que en aquel 1999 le lanzó el Consejo Supremo de Ancianos ya lo alcanzó. Karma tardío, pero al fin karma.

En fin, los saldos mortales de las inundaciones de hace 22 años siguen en el misterio. La cifra oficial quedó en 384 fallecidos y casi medio millón de damnificados porque perdieron todo, desde sus casas hasta cultivos y animales de corral. Por supuesto que el número de víctimas, tanto las mortales como las económico-sociales, fue mucho más alta.

La huella del 99 sigue indeleble y hay toda una generación que vivió y sobrevivió a la tragedia. Lo peor es que a más de veinte años de distancia cientos de familias siguen damnificadas porque nunca les llegó el apoyo oficial. Los recursos se los robaron los funcionarios y políticos. La corrupción mata, deja marcas y llega a ser tan devastadora como las embestidas de la naturaleza.

LAS CIFRAS DEL ESPANTO

Al inaugurar en Nogales la llamada Unidad Integral de Servicios Médicos Forenses, el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas dijo una verdad terrible pero tangible: México tiene una “crisis forense” que contribuye a ahondar la hecatombe humanitaria que se vive desde hace por lo menos quince años cuando se disparó la violencia y la muerte de parte del crimen organizado.

Y dio estimaciones numéricas de espanto pues de las 91 mil personas que están catalogadas como desaparecidas casi la mitad, unas 42 mil, estarían en los pabellones forenses sin identificar. Es una homofonía trágica pues muchos de los desaparecidos están “desaparecidos” en las propias morgues debido a la falta de infraestructura, la carencia de tecnología, la escasez de recursos y, claro, la corrupción de las autoridades.

El centro forense de Nogales era algo demandado y esperado durante mucho tiempo, pero a la vez insuficiente por el cúmulo de restos humanos que tiene la Fiscalía del estado sin identificar. En estos momentos habría unos mil 400 cadáveres que permanecen almacenados y de los que no han podido establecer un perfil para saber quiénes son y entregarlos a sus deudos. No obstante, algunos dicen que en realidad son más de dos mil “cuerpos enteros” y 30 mil restos óseos.

Obviamente, la capacidad de 210 cuerpos en esas instalaciones inauguradas por el subsecretario Encinas es insuficiente para lo que se tiene y los 130 millones de pesos que presume el gobierno estatal que se invirtieron en el mismo no solo son escasos sino insultantes cuando el tema de las personas desaparecidas fue el primer compromiso que hizo el gobernante en turno, Cuitláhuac García, al tomar posesión del cargo.

A estas alturas del sexenio es para que hubieran centros forenses similares en cada región de la entidad y que se tuviera un ritmo de identificación de víctimas prioritario. ¿Saben cuantos cuerpos identificó la Fiscalía el año pasado? Nada más 20. Y no es por falta de tecnología sino por falta de inversión financiera y por la desidia e indolencia que caracteriza al cuitlahuismo.

Por cierto, en la ceremonia realizada en Nogales no fueron convocados los colectivos de personas que buscan a los desparecidos en la zona centro, algo que también retrata al régimen estatal con su desprecio -y hasta odio- hacia los activistas que les exigen que se encuentre a sus seres queridos y se haga justicia a las víctimas. 

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