


La abdicación que anunció hace una semana el rey de España, don Juan Carlos I de Borbón, tiene múltiples aristas sobre las que vale la pena reflexionar. Después de 39 años de reinado, se trata de una decisión riesgosa para la monarquía española, no sólo por los difíciles momentos económicos y políticos que afronta la península ibérica, sino porque era natural que destapara una serie de interrogantes sobre la pertinencia de que en pleno siglo XXI existan todavía las dinastías monárquicas.
No obstante, esos dilemas naturales del momento, otro factor que agrava la decisión asumida por el todavía monarca es la decadencia acelerada que ha sufrido la imagen pública del rey de España y más de su estirpe. En particular, por los presuntos escándalos de corrupción y abusos de poder cada vez más acreditados por parte de miembros de la familia real, así como por descuidos impensables como la filtración de fotos de su majestad matando elefantes en África.
Precisamente por todas estas razones es que resulta extraña la decisión de abdicar en estas circunstancias al trono, pues aún los más arduos detractores de la monarquía le reconocen a Juan Carlos cierto valor como pieza clave para que España lograra transitar del autoritarismo a la democracia sin sangre de por medio, pero no así a su sucesor. Inclusive, se advierte una contradicción en los términos al hacerse llamar un Estado que convive en una monarquía parlamentaria.
Sin embargo, es importante destacar que no se trata de un mero símbolo estético el papel que ha jugado el rey en las últimas cinco décadas, si consideramos que además de sus años de reinado su contribución empezó mucho antes. Pues siendo un adolescente fue objeto de una cruel negociación entre su padre, don Juan de Borbón y el dictador Francisco Franco. En efecto, viviendo en el exilio el padre de Juan Carlos aceptó darle en garantía a su hijo a Franco, con la esperanza de que éste le devolvería algún día la corona. No obstante, Franco cumplió a medias su palabra, pues preparó la sucesión del tal forma que permitiría la vuelta de la monarquía, pero con la condición de saltarse la línea dinástica y nombrar a Juan Carlos. Para ello se encargó de brindarle una preparación privilegiada para que el próximo jefe de Estado conociera a la perfección las instituciones españolas. Este breve recuento histórico viene a colación porque sin la voluntad y firmeza de don Juan Carlos, la transición democrática de España nunca se hubiera logrado de forma pacífica y con la solidez que hoy gozan sus instituciones. Ejemplo de ello es ver que dos miembros de la familia real estén siendo procesados por el sistema de justicia.
Hago un paréntesis aquí para insistir a quienes hacen caer en ridículo al presidente Peña en sus giras internacionales, en el sentido de que el Pacto de la Moncloa nada tiene que ver con el Pacto por México. Pues fue un acuerdo de las fuerzas políticas españolas por hacer valer las libertades básicas contenidas en la nueva Constitución y sentar las bases para una política económica de apertura con el resto de Europa.
Lo que sí fue mérito del todavía hoy monarca, fue el carácter decisivo que enfrentó para invitar personalmente a participar en política a todas las fuerza políticas de oposición y que tuvieran un grado de representatividad. Ejemplo de ello fue la invitación al líder comunista Santiago Carrillo para que regresara del exilio e institucionalizara su corriente política. Igualmente el carácter firme que demostró el rey con el intento de golpe de Estado perpetrado el 23 de febrero de 1981, al enfrentar al los militares golpistas para que depusieran las armas.
No obstante, los serios problemas ya señalados, aunado a otros que tienen que ver con los movimientos escisionistas (Catalunya y País Vasco), España sigue siendo un país que mucho puede aportar en torno a experiencia política.
En ese sentido, el rey Juan Carlos I ha sido un actor protagónico en la formación de un Estado democrático, de derecho y social que merece mucho la pena preservar y fortalecer como factor clave de contrapeso en Iberoamérica y Europa. De ahí que su hijo Felipe, en calidad del próximo monarca español, tenga el difícil reto de afrontar las crisis mencionadas con el talante visionario y democrático que tuvo su padre o de lo contrario será un buen momento para que los españoles se cuestionen: ¿y para qué el rey?
*Abogado y extitular de la Fepade
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