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El ser y la nada

Superiberia

Se inicia la gran batalla política sobre la reforma energética. Con lo conocido me basta para alimentar varias dudas intelectuales y existenciales.

La iniciativa presentada por el presidente Enrique Peña Nieto y el PRI se monta sobre un supuesto bastante endeble. Están convencidos de que la participación del sector privado, acompañada de más transparencia y rendición de cuentas, es la pócima mágica que erradicará de manera gradual la corrupción que ahoga a la paraestatal. A la dispendiosa cúpula sindical ni la mencionan. Cuando mandan al futuro la aniquilación de la deshonestidad replican la retórica del salinismo privatizador que nos hablaba de modernidad para justificar la privatización de las empresas públicas. De modernidad nada. La banca y la telefonía se desnacionalizaron y se han dedicado a cobrarnos tarifas caras a cambio de servicios mediocres.

Me convence más el discurso del PRD y Morena que propone eliminar primero el cáncer de la deshonestidad en lugar de reformar la Constitución y abrir la empresa al sector privado. Cada uno por su lado llaman a la sociedad para sumarse a sus luchas. Un líder del PRD, Alejandro Sánchez Camacho, anunció marchas, plantones y todo tipo de actos de resistencia pacífica, entre ellas una consulta. Andrés Manuel López Obrador y Morena también anuncian movilizaciones pero por su lado, rechazan la consulta del PRD al cual exigen que para unirse deben salirse del Pacto por México.

Escucho sus proclamas y los observo con atención porque he votado casi siempre por los candidatos de izquierda y porque coincido con su diagnóstico. Sin embargo, como estoy en la franja de desencantados con ellos, utilizo el momento para reflexionar sobre la crisis que aqueja a la izquierda causada, en parte, por la enorme distancia entre su discurso y sus actos. Me centro en el PRD porque Morena es una institución en obra negra.

La izquierda denuncia con frecuencia la corrupción. En la Declaración de Principios del PRD la demonizan por ser parte de las “formas de hacer política que nos heredó el viejo régimen autoritario”. Su presidente, Jesús Zambrano ha insistido machaconamente sobre la necesidad de “erradicar [la] corrupción que está enquistada en Pemex”. La postura del PRD es frágil porque no hace nada para combatir una corrupción que, utilizando los mismos términos de Zambrano, “está enquistada” en el PRD.

Un caso paradigmático -es decir, representativo de una situación general- es el delegado de Coyoacán Mauricio Toledo. Milita en Nueva Izquierda, la corriente a la que pertenece Zambrano, y desde hace meses se le han documentado corrupción,  extorsiones y otras irregularidades. Cuando empezó el escándalo, Zambrano declaró que él no iba “a ser tapadera de” Toledo y que tomarían “las medidas estatutarias […] correspondientes”. Zambrano mintió y el PRD no actúo.

El PRD cuenta con una Comisión de Vigilancia y Ética que actúa cuando hay “denuncia por escrito”. Es una comisión fantasma: su página de Internet carece de teléfono o correo electrónico y nadie informa sobre lo que hace ni dicen o explican la manera de localizar a sus tres integrantes: Nadia Haydee Vega Palacios, Antonio Heberto Castillo Juárez y Francisco Garduño Yáñez. De acuerdo con su escuálida y descuidada página sólo han atendido once asuntos de los cuales uno fue por un presunto caso de corrupción en Hidalgo que no procedió. Pese a la corruptela sistémica que se observa, por ejemplo en la manipulación de los usos del suelo capitalino, ningún perredista del DF ha presentado una queja escrita. A pesar de lo declarado por Zambrano nadie denunció a Toledo y no parecen interesarse por esa parte de sus estatutos. ¿Cómo creer al PRD que va en serio en la lucha contra la corrupción actual o futura en Pemex cuando es indiferente ante la descomposición de la fibra ética de sus militantes?

Los próximos días y semanas serán decisivos para la reforma energética. El resultado final dependerá en parte de la capacidad que tengan las izquierdas institucionales para presionar y eso depende de la unidad de los diversos. Es infantil que el PRD impulse una consulta y Andrés Manuel la descalifique creyendo, supongo, que mientras más pronto se derrumbe el PRD más pronto levantará su edificio nuevo.

Desde la independencia de un votante de izquierda desilusionado con los partidos de esa tendencia me gustaría que se unieran en lo esencial, y en el caso del PRD que empezara a tomar medidas concretas y visibles para combatir la corrupción que los aqueja como gobierno y que es uno de los factores tras su desplome en las preferencias electorales. Y les recuerdo, Toledo es uno de los casos paradigmáticos; no el único.

La retórica del PRD captura el “ser” de una izquierda moderna; cuando se observa su actuar ese “ser” queda reducido a la “nada”. Este es un espléndido momento para que empiecen a cerrar esa brecha existencial que impide tomarlos en serio.

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