


AGENCIA
Chicago, EU.- Karla, originaria de San Luis Potosí, se levanta todos los días a las cinco de la mañana para preparar los desayunos de sus tres hijos y su esposo, quien trabaja en la construcción. Después, espera a que el autobús escolar pase por ellos. Esta rutina diaria le recuerda las razones por las que abandonó México: Buscar un futuro mejor para sus hijos, aunque eso signifique dejar atrás sus raíces, su familia y todo lo que ama.
Hasta hace tres años, Karla vivía en una zona marginada de la capital potosina, sin pavimento ni alumbrado. Su esposo trabajaba desde hace más de una década en Estados Unidos, enviando dinero para mantener a la familia, hasta que finalmente logró reunirlos en Chicago hace dos años.
Sin embargo, la vida de la familia cambió este año con los operativos de inmigración y deportaciones que se han intensificado en todo Estados Unidos. “Si me preguntas, claro que extraño a mi país, a mi gente y quisiera estar allá, pero también es doloroso saber que allá no hay más para uno, no hay oportunidades ni puedes aspirar a más. Está bien difícil así y eso es lo que te obliga a irte, cuando sientes que necesitas moverte para que a ellos, a tus hijos, les vaya diferente”, explica Karla en entrevista.
El 15 y 16 de septiembre, fechas del Grito de Independencia, tradicionalmente son motivo de celebraciones para la comunidad mexicana en Estados Unidos. Sin embargo, los operativos del ICE han modificado por completo estas tradiciones. Este año, familias como la de Karla decidieron no festejar, por temor a ser detectadas y separadas.
“Antes, hasta hace un año, podíamos salir, íbamos a los parques, a misa, a comer… ahora ya no salimos para nada. Ellos \[sus hijos] van de la escuela a la casa. A veces ni podemos ir el fin de semana al súper porque está Migración donde va mucha gente hispana”, relata Karla.
A pesar del miedo, la comunidad mexicana se mantiene unida, compartiendo alimentos y ayudándose mutuamente para evitar riesgos. La familia de Karla ha tenido que cambiar de domicilio en dos ocasiones en el último año, buscando seguridad y mejores opciones de empleo, que se han vuelto más difíciles de conseguir debido a la alta competencia y la incertidumbre laboral.
El precio del sueño americano es alto. Karla asegura que, de ser deportados, regresarían a Estados Unidos para ofrecerles a sus hijos una vida y educación que en México no podrían garantizar. “Acá no me da miedo o pendiente si mi hija va a regresar, o que le hagan algo. Los tres ya están aprendiendo inglés, y son cosas que allá no podía ofrecerles, por más que trabajáramos”, dice.
La experiencia de Karla refleja la combinación de nostalgia, miedo e incertidumbre que viven miles de mexicanos en Estados Unidos, donde cada decisión cotidiana se toma con cuidado, buscando proteger a la familia mientras se enfrentan a un sistema que los mantiene en constante alerta.

