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Exorcismo

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Ayotzinapa y sus secuelas son de raíz un crimen económico. 

Su primera raíz es la torpe negativa perversa a legalizar el cultivo de la amapola, al igual que el de la mariguana, entregando así al crimen actividades de gran potencial para producir ingresos significativos. 

La segunda raíz, y quizá la más importante, pero también la que tiene el remedio más claro y menos controversial, es la persistencia de un crecimiento económico insuficiente para eliminar la subocupación y la pobreza extrema de México, y en particular de regiones severamente deprimidas desde hace siglos, como las que han cobrado notoriedad en Guerrero, Michoacán, etcétera. 

Por eso, tan urgente como reestructurar a fondo el aparato nacional de seguridad y depurar a los tres niveles de gobierno de la influencia criminal corruptora, es poner en marcha la dinámica del crecimiento acelerado.

El mejor exorcismo, el más eficaz y duradero para ahuyentar los demonios que Ayotzinapa y demás han desatado, es atraer sin demora flujos masivos de inversión extranjera directa que traigan consigo innovaciones, capaces de generar nuevos sectores e industrias, con potencial para incrementar rápidamente la productividad y el dinamismo de cadenas productivas y regiones enteras. 

O bien, de reactivar industrias y regiones estancadas por haberse aislado de la dinámica competitiva global, como las de Guerrero, Michoacán, etc., que hoy han cobrado notoriedad.

Los flujos deben necesariamente venir de fuera, pues de otro modo carecerán del componente innovador indispensable para modificar el “equilibrio estancado”.

Una economía que sistemáticamente destruye una parte de su acervo de capital humano, al condenar década tras década a una parte considerable de la fuerza laboral a la subocupación, la obsolescencia, la miseria y la exclusión social. 

Detonar un crecimiento de esta naturaleza no es algo que pueda lograrse sólo mediante la manipulación de los instrumentos tradicionales de la política macroeconómica. Éstos deberán ajustarse con la necesaria flexibilidad para preservar la estabilidad de precios mientras se crece aceleradamente. 

También se deberá cuidar que el tipo de cambio real no reduzca la competitividad global de las exportaciones
mexicanas.

Con frecuencia se disfraza de “ortodoxia” económica  la falacia de que es imposible alcanzar tasas de crecimiento más altas,  suficientes para eliminar ya la subocupación “estructural” sin generar algún tipo de “horrenda catástrofe”, que sólo puede remediarse con nuevas dosis de “austeridad”. 

Esto es una falacia, pues las experiencias de las naciones que alcanzaron su madurez industrial en las tres décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, tales como Italia y Japón, y las más recientes de los “tigres” asiáticos, demuestran lo contrario. 

Es posible crecer a tasas cercanas a la necesaria para alcanzar la plena ocupación productiva, siempre y cuando se mantenga cuidadosamente el equilibrio de las finanzas públicas, cuyo desbalance, y no el alto crecimiento, ha sido la verdadera razón de las crisis macroeconómicas latinoamericanas.

En este escenario, las reformas del presidente Enrique Peña Nieto se vuelven indispensables. 

Al Estado mexicano le urge dotarse de fuentes de ingresos capaces de crecer junto con la economía nacional. 

El crecimiento económico de México se ha mantenido por debajo de su potencial. Esto ha sido factor decisivo en la acumulación de rezagos sociales y subocupación que contribuyen a la inseguridad y la violencia. 

Basta de demonios. Al tiempo que el presidente Peña Nieto presenta al país y al mundo una nueva estrategia de seguridad, es indispensable relanzar una agresiva y exitosa estrategia de atracción de inversión extranjera directa innovadora. 

O somos capaces de exorcizar los demonios y llevar inversión y progreso a las Ayotzinapas, o éstas nos hundirán en el infierno. Exorcismo o demonios. ¿Qué queremos?

                

Twitter: @alzati_phd

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