

POR: Andrés Timoteo / COLUMNISTA
Algunos le han llamado el último gran revolucionario de América y otros lo comparan con el David bíblico, ese que siendo un pequeño pastor derrotó al guerrero Goliat, representante del poderío militar de los Filisteos. Lo cierto es que Fidel Castro fue el que cambió la geopolítica del continente americano, desafió y sobrevivió a 11 presidentes de Estados Unidos, resistió el brutal bloqueo comercial y elevó a Cuba, esa pequeña isla, como el único bastión comunista del hemisferio Sur.
Cuba era un enemigo al que Estados Unidos no se atrevió a destrozarlo militarmente porque Fidel Castro supo moverse en esos entresijos del poder mundial y logró abortar numerosos planes de invasión y dominio imperial. El viernes pasado murió el comandante Fidel, y lo hizo, paradójicamente en su cama y en medio de la tranquilidad que allega la vejez, a pesar de que a lo largo de su vida pública sobrevivió al menos a 600 atentados. Murió el hombre que aún en vida ya era Leyenda.
Es cierto, la Cuba castrista no es el paraíso terrenal, pero aquellos que la han visitado comprueban que su población no muere de hambre. No hay indigencia, no hay limosneros en las calles ni familias famélicas —que no tienen qué comer—. Los cubanos carecen de lo superfluo, pero tienen lo necesario. No mueren los niños recién nacidos por mala atención, ni por enfermedades de la pobreza. La muerte de un neonato o de la madre parturienta, cuentan los médicos de la isla, es el mayor delito que pueden cometer los encargados de la Salud Pública.
También los cubanos son un pueblo culto, todos saben leer y escribir, y la mayoría tiene estudios universitarios. No hay analfabetismo. Al régimen castrista se le culpa del aislamiento del pueblo, de la falta de libertades y sobre todo, de la estrechez económica, pero ¿qué no es más culpable Estados Unidos que decidió aislarlo comercialmente y condenar a la necesidad a cientos de miles con tal de derrumbar al Gobierno? La estrategia de castigar económicamente a la población no funcionó; pese a la disidencia y a la migración al exterior, los cubanos siguieron respaldando a la Revolución y Estados Unidos no logró provocar ni un Golpe de Estado ni la guerra civil, como si lo consiguió en muchos países de América Latina.
Veracruz está dentro de la leyenda de Fidel Castro y la Revolución Cubana. El comandante estuvo exiliado en México, llegó en 1955, luego de que expulsado de la isla en un primer intento de alzamiento contra el dictador Fulgencio Batista. Vivió en Boca del Río, donde habitó una casa que todavía sigue en pie, al lado del teatro Fernando Gutiérrez Barrios. En el tradicional Café La Parroquia del Puerto de Veracruz se conserva una fotografía del joven Fidel, tomándose el clásico “lechero” y leyendo un libro, en medio del bullicio de la cafetería.
Castro también estuvo en la Huasteca Alta Veracruzana y la Huasteca Potosina. Allí, en medio de la serranía, estaban los campos de entrenamiento de los 82 cubanos que se preparaban para la guerra. Les llamaban Los Barbudos, porque se distinguían por su barba larga del campesinado indígena de la región, lampiños en su mayoría. Entre ellos estaba el ícono de la guerrilla latinoamericana, Ernesto “Che” Guevara, así como Camilo Cienfuegos y Raúl Castro, hermano del comandante y sucesor del mismo en la presidencia de Cuba.
En esas extrañas coincidencias de fechas, el 25 de noviembre de 1956, hace sesenta años, Castro y Los Barbudos zarparon del Puerto de Tuxpan, al Norte de Veracruz, a bordo del barco Gramma para ir hacer la guerra contra el dictador Batista, y ese mismo día. pero de este año —en el sesenta aniversario de esa partida histórica— muere Castro a los 90 años, se fue en el Gramma de la eternidad. En la comunidad Santiago de la Peña, Tuxpan, está un pequeño museo con vestimentas, fotografías y utensilios de Los Barbudos en tierra veracruzana.
Un personaje veracruzano ligado a Castro Ruz y a la Revolución Cubana, es el exgobernador Fernando Gutiérrez Barrios quien, en aquella época, era titular de la temida Dirección Federal de Seguridad (DFS) y fue el que detuvo a Fidel Castro y a sus compañeros, pues detectó en las labores de inteligencia que se preparaban para un ataque militar contra la isla. Contrario a lo que se preveía en una situación así —la deportación a Cuba entregándolos al Gobierno vigente— Gutiérrez Barrios optó por abogar por los detenidos y liberarlos, permitiendo con eso que la Revolución Cubana se llevara a cabo.
“Gutiérrez Barrios se dio cuenta del sentido de nuestra lucha, de quiénes éramos, qué hacíamos, llegó a sentir aprecio por nosotros y por el movimiento, nació una relación de amistad y respeto mutuo”, escribió el comandante Fidel en sus diarios personales. La amistad Gutiérrez Barrios-Castro Ruz se mantuvo durante todo el tiempo, pues al llamado “Hombre Leyenda” le deben, en gran parte, que el proyecto revolucionario fuera posible.
Hoy, ya ninguno de los dos está físicamente, pero se les seguirá recordando. Ambos ya tienen su lugar en la historia. Fidel fue un hombre de su tiempo, fiel a sus convicciones, sobreviviente a sus enemigos, emblema de la resistencia a la potencia económica y militar que representa Estados Unidos, y muestra que desde un pequeño espacio, un País diminuto, se puede realzar el quehacer geopolítico. Muchos lo alaban y otros tantos lo odian, pero así son los hombres de Estado. Ahora se abre la etapa de la leyenda como tal y habrá que esperar si se cumple la sentencia que él mismo pronunció cuando inició la Revolución en Cuba: “La historia me absolverá”.
LAS ÚLTIMAS HORAS
Hablado de la historia que se está escribiendo, pero en Veracruz, están por terminar doce años terribles. La sucia fidelidad agoniza. Se encuentra en sus estertores y sus cabecillas están derrotados, unos huyendo y otros agazapados, temblando de miedo ante la posibilidad de que el aparato judicial se cebe sobre ellos. El pasado 5 de noviembre los veracruzanos conjuraron el maleficio de tener a esa banda de pillos a cargo del Gobierno durante tres décadas, como era el plan. El artilugio tronó en el segundo sexenio, aunque eso sí, dejó a Veracruz en la hecatombe.
Pero ¡albricias! Ya son las últimas horas del docenio trágico. Hoy es el último lunes, mañana el último martes y pasado mañana el último miércoles con el oaxaqueño Flavino Ríos usurpando un cargo popular que no se ganó y que no honra. Son las horas finales de un régimen aciago que nunca debió ocurrir y que todos deben contribuir a que nunca más vuelva a pasar.
Así, como el título de la novela cumbre del escritor hispano mexicano, José Suarez Carreño, en Veracruz se viven “Las últimas horas” de una página negra. A parte del paralelismo en el título, el texto de Suárez Carreño pareciera que describe a la Entidad: En el libro es la decadencia del franquismo —vaya coincidencia, la dictadura del Generalísimo Francisco Franco, ídolo del Gobernador con licencia—, y acá el declive de la fidelidad. En ambas realidades no hay resquicio para la esperanza, deambulan los personajes frívolos y crueles frente a una población desencantada.
Y en Veracruz las últimas horas transcurren en el caos. Marchas, bloqueos, quema de vehículos, gritos, sombrerazos, amagos de movilizaciones y plantones permanentes de esos que fueron robados por los fidelistas. Un gobernante que no gobierna, un gabinete que no funciona, los empleados que no trabajan, el sistema judicial que no opera. Todo paralizado. Nada se moverá en la Administración Pública desde hoy hasta el jueves, será un largo “puente” de fin de sexenio
Sin embargo, en las calles y plazas públicas la efervescencia popular no se calmará y el panista Miguel Ángel Yunes Linares, llegará en medio del hervidero. ¿Qué hará al asumir la conducción de una Administración quebrada en términos financieros, corrompida en el ámbito político y desprestigiada en el dominio social? ¿Mano dura o mano blanda? ¿Reprimir al que está harto de los gobernantes y sus compinches o negociar, pactar, acordar e informar?
Muchos coinciden que es hora de escuchar a los teóricos y apelar a la solidaridad social, pues si bien los que componen al nuevo Gobierno no son quienes se robaron el dinero, sí son los que deberán responder por esa situación desde el jueves en adelante. Ellos tomarán el aparato gubernamental con todas sus consecuencias y serán quienes deban dar una respuesta a la gente que grita desde las calles.
De ahí que es fundamental, en primer lugar, una estrategia de comunicación social que sirva para que la información fluya a la colectividad, para que el Gobierno se explique ante la gente y la mantenga al tanto, no sólo de la magnitud del desastre sino de las maniobras para remontarlo. En segundo lugar, está la estrategia en lograr la cohesión popular, apelando a lo que el filósofo francés Émile Durkheim llamó “conciencia colectiva”.
Es el momento de aplicarla, de convocarla, de construirla. Llamar a que la población —una vez bien informada sobre el desastre— se una como sociedad para afrontar esa situación adversa, como se hace ante las catástrofes naturales o los accidentes de grandes magnitudes. ¿Y cómo lograrlo? Además de informar también es negociar, acordar, pactar. Los Gobiernos priistas desprestigiaron el término desde hace muchos años, pero en la teoría política los llamados “pactos sociales” son el recurso para salvar abismos como el que hoy tiene Veracruz.
De parte del Gobierno se debe poner sobre la mesa el compromiso —demostrado en hechos— de que funcionará con eficacia, honradez y defensa de los intereses populares, y en especial de que cumplirá con lo prometido de castigar a los corruptos y recuperar lo robado. De parte de la sociedad es necesaria la paciencia, la comprensión, la colaboración y en cierta medida, la tolerancia. Darle tiempo al nuevo Gobierno para que avance, no paralizar las vías públicas, no vandalizar los espacios comunes, y no cerrarse a un “si” o a un “no”. De eso se tratan los acuerdos, que ambas partes cedan algo para alcanzar una solución.
Yunes Linares estará a prueba en el despliegue de negociadores eficientes y con credibilidad, para que atiendan a cada grupo social reclamante y lleguen, forzosamente, a los acuerdos que serenen la ira social. Ni la Policía con sus toletes ni la indiferencia o cortedad de los servidores públicos tienen cabida en este contexto. Si Yunes no informa, no dialoga y no acuerda con la muchedumbre, no sólo asumirá las culpas de la fidelidad, sino desplazará a los fidelistas en el escaño del repudio popular. Andará sobre una cuchilla con doble filo, con ella puede abrir la brecha para salir avante o cortarse y quedar en el intento.
