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Historias del Metlac

Superiberia

Ixtaczoquitlán.- Rodeado de historias macabras surgidas de la voz popular, donde se afirma tener entre sus bases a infinidad de muertos para no venirse abajo, El Metlac o puente Ingeniero Mariano García Sela (su nombre oficial), nos revela su verdad en la persona de José Alejandro Velázquez Valenzuela, un soldador de 73 años quien participó en la construcción de este paso, 47 años después de haber sido inaugurado.

El Negro o Ultiminio, como le llamaban los compañeros de trabajo, nos recibió en su casa para contarnos la verdad sobre estas creencias sobrenaturales. Ubicada a sólo ocho kilómetros de la obra magna de su vida, su vivienda es uno de los vestigios de su trabajo, pues el terreno y la construcción fueron fruto de lo cobrado en los años en que laboró en el emblemático lugar.

“Llegue en el 68 cuando ya había una parte de los caballetes, para montar piezas. Mi función era soldar, hacer maniobras y apoyar en alturas que iban de los 70 a los 118 metros durante más de dos años. Siempre fui temerario, no sentía miedo y ahora mismo volvería a estar en las alturas”, señala con voz firme mientras se acomoda en el sillón de su sala.

El padre de cuatro hijas y tres hijos, abuelo de 13 nietos, fruto de su matrimonio que en breve festejará sus Bodas de Oro, reconoce que hubo muertos, pero acota al instante que todos recibieron cristiana sepultura.

“Fueron cuatro víctimas de nuestra área de metalmecánica. De ellos, uno fue mi ayudante, quien cayó al vacío luego de haber recibido una descarga eléctrica al tocar unos cables pelados. La descarga lo hizo bailotear y caer decenas de metros, terminando incluso con las costillas expuestas. Fue un momento difícil para mí y mis compañeros, hubo quienes lloraban o vivieron crisis nerviosas, yo me impresione bastante, pues era muy joven, tenía unos 19 años y se llamaba Juan Rodríguez, era de Sumidero el muchacho”, lamenta a la distancia.

Manifiesta que desde el primer difunto por accidente, pocos se acercaban a pedir empleo, pues la psicosis se extendió entre aquellos que llegaban a pedir alguna oportunidad laboral.

Con anécdotas y recuerdos, afirma que aún tiene contacto o ha visto a otros trabajadores, como Jorge Castrejón El Gato, que vive en Orizaba, otro oriundo de Omealca a quien sólo ubica como El Chacuaco y Aristeo Gómez, quien vive por el mercado Revolución de Córdoba.

Entre suspiros nostálgicos y chascarrillos, el sobreviviente de aquellos más de 150 hombres  que se empleaban para cada turno, revela la verdad sobre el mito que ya en aquel entonces creaba temor entre la población.

“No echaron gente, eso es mentira. Trabajábamos de día y noche, y a los que habían estado en las penumbras les preguntábamos qué había pasado durante nuestra ausencia. Desde entonces se decía que metían gente en las bases para que no se cayera, pero es falso. Después de varias décadas no tendría porqué ocultarlo, pero la verdad es que no es cierto, me habría dado cuenta porque soy muy quisquilloso”, comenta Velázquez Valenzuela.

Reafirma su postura expresando haber cuestionado a infinidad de albañiles y personal de las empresas que participaron en los trabajos, complementando su verdad al afirmar que ni siquiera apariciones o cosas sobrenaturales rodearon la edificación del puente. “El puente no se cae porque hicimos bien las cosas y al verlo ahora me siento orgulloso de haber dado lo mejor de mi vida para que hasta hoy  crucen miles de personas con seguridad, ahí están mis esfuerzos y mis desvelos”, afirma viendo de frente y con seguridad a quien esto escribe.

“Son gente sin principios ni valores, la vida es bonita. Te lo dice alguien de 73 años, fuerte y que no se siente viejo. En los años que estuve en la construcción, me alcanzó para mi casa y vivir bien, pues me daba para traer el gasto a mi esposa y para andar con Mariachi o Jarochos cada fin de semana, era como si ahora ganaras unos 20 mil pesos semanales, ahora sigo siendo un hombre feliz”, comparte. Con nostalgia, muestra imágenes de aquellos tiempos, en las que se aprecia la falta de arnés o medidas básicas de seguridad que no existían, lo que demuestra el valor requerido para laborar en la construcción del puente, que según Ultiminio, no requirió de muertitos para sostenerse.

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