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IPN: tan cerca, tan lejos

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Desde hace tres semanas, el grupo del gobierno que lleva las negociaciones con los estudiantes de la Asamblea General Politécnica dice que la solución está a la vuelta de la esquina; no que desborde, pero sí le pone optimismo a sus expectativas.

 La semana hizo la declaración de confianza más reciente. 

No es por echar la mala sal, como dicen en el lenguaje popular, pero a fe mía que la huelga todavía durará un par de semanas y el atolladero de fondo no se resolverá en el plazo corto. 

Es un río revuelto donde las fuerzas las organizadas y las emergentes apuestan a meter en sus redes lo más que se pueda.

Hace una semana recibí un mensaje de Héctor Toledo, ingeniero egresado de la ESIA, preocupado por la situación que atraviesa su Alma Máter. 

Al comentar mi artículo del 1 de octubre, hace un reseña extensa de los antecedentes del paro y ofrece datos que ignoraba (yo, no él); además, él hace un análisis y justifica la huelga. 

Su pieza no tiene desperdicio. Nada más resumo los párrafos donde ofrece la circunstancia que explica la irradiación del movimiento en el IPN.

“La ESIA inició el paro indefinido desde el 17 de septiembre, una semana antes de la huelga general, principalmente por la situación del plan de estudios, pero ya meses atrás la comunidad de la escuela se manifestaba contra actitudes autoritarias de los directivos por la desaparición de las actividades culturales. 

Situaciones como ésta fueron creciendo cual bola de nieve. 

Fueron los alumnos de primer semestre quienes comenzaron a manifestarse, juntando firmas y citando a las autoridades. 

No les hicieron caso y se les trató con desprecio al grado de quererlos convencer de que con el nuevo plan no tendrían clases los viernes. 

Por lo que toman la decisión de parar labores, junto con estudiantes de semestres más avanzados; ciertamente no fue un paro democrático sino impuesto, lo que incluso yo mismo les he cuestionado.

“La UPIICSA, con cierta tradición conservadora se levantó masivamente. 

No hubo un liderazgo visible; en cambio sí una gran desinformación: a) los títulos de técnicos (incluyendo el desprecio a los técnicos por parte de los propios politécnicos, hasta suicida si podemos llamarle así) fueron la mayor arma del movimiento, al igual que b) la confusión sembrada por desconocimiento de la diferencia entre un Plan de Estudios y un Reglamento Interno.

 La mayoría de los participantes no hacía distinción alguna entre ambos conceptos, simplemente se tenía el sentir que se había aprobado algo sin consulta real.

“Pienso que hace mucha falta en el IPN la discusión pedagógica en la comunidad. 

Se requiere una transformación profunda de la institución. 

Este movimiento inició legítimamente y es justo, pero queda claro que los grupos de poder del IPN más que impedir el movimiento lo que han pretendido es dirigirlo”.

Si esta última aseveración es correcta —y pienso que sí lo es— explica la razón del gobierno federal de designar a Enrique Fernández Fassnacht como nuevo director general. 

Él cumple con los requisitos formales, posee una carrera de distinción en la administración universitaria y el servicio público, pero es ajeno a las tribus políticas y académicas del IPN. 

Quizá pueda ser un buen mediador en los conflictos.

Las autoridades apuestan a que con la designación del director general y la aceptación (acaso con algunas modificaciones de forma) de las demandas de los estudiantes se resolverá
el problema. 

Tal vez se acabe la huelga, pero los asuntos de fondo seguirán allí: grupos en pugna, estudiantes que no quieren cambios y el acuerdo de que se realizará un congreso para “dirimir el presente y diseñar el futuro del IPN”, como dijo uno de los participantes en la negociación. 

Pero el IPN es una institución pesada, difícil de mover, con problemas labrados en décadas que no se resolverán en plazos breves.

Fernández Fassnacht se sacó un tigre con muchas rayas en la rifa. Recibe una institución en turbulencia, en un contexto externo muy convulso y con un Congreso Politécnico encima. 

Éste, pienso, será como aquellos de la UNAM: foros para echar y expiar culpas, no para encontrar soluciones. A pesar de todo, hay que desear que tenga éxito. El IPN merece una pauta de reflexión.

Retazos

Agradezco a Héctor Toledo sus comentarios críticos.

                *Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana

                Carlos.Ornelas10@gmail.com

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