


Esplendor en el paseo
Con la restauración definitiva de la República, poco a poco se fue normalizando la vida política y administrativa de México hasta los niveles del poder local. Y de ello puede hacerse lectura incluso en espacios tan pequeños como lo es el de un paseo urbano.
En 1868 hay registro de los trabajos de reconstrucción. Cuadrillas con un número variable de trabajadores, que llegaron a sumar hasta 25, se afanaban en las labores que iban desde la albañilería, hasta el combate de hormigueros y el regadío. A partir de 1869 los gastos se fueron concentrando mayormente en la limpieza y la conservación.
La atención a la plantación se volvió una constante. Argumentaciones estéticas, científicas y de salud pública eran esgrimidas en las resoluciones de la jardinería urbana. Los árboles eran la panacea para muchos males ambientales: mitigaban los rigores del clima, purificaban el aire, atraían las lluvias, abonaban el suelo, y por si todo esto fuera poco, hacían “amenos y deliciosos los lugares”. En 1868 fueron sembrados 120 arbolitos y algunas flores. A la par se formó un vivero con fresnos para ser transplantados más tarde.
Algunos de los mecenas de la Alameda, que lo habían sido desde su creación, los cosecheros de tabaco y hombres ricos de los negocios de Orizaba, hicieron donaciones de árboles por cuenta propia. En vista de la buena disposición, en 1870 fue redactado en el Ayuntamiento un Proyecto para hermosear el paseo de la Alameda, que consistía básicamente en dividir en un plano el terreno destinado al paseo en catorce partes iguales, cada una a cargo de un regidor. Los regidores se encargarían de asignar lotes a las familias con voluntad y posibilidades de cooperar con la plantación de árboles. Además, se obligaría a todos los pueblos del cantón de Orizaba a entregar árboles y plantas de los que crecían en sus variados climas.
Bibliografía: José Romero


