

Cada que ocurre un hecho de alto impacto social en antros del Distrito Federal, los gobernantes y los legisladores se “rasgan las vestiduras” y proceden a modificar una de las leyes que más cambios ha sufrido: la Ley de Establecimientos Mercantiles, que regula, entre otras cosas, el funcionamiento de los llamados giros negros como son los bares, las discotecas y centros nocturnos en la capital del país. Hasta los propios miembros de la Asamblea Legislativa del DF han perdido la cuenta de cuántas veces han modificado dicha ley, muchas veces sin razón.
Lo que los políticos no han querido o no les conviene entender que el problema no es la falta de leyes o de regulación, sino —como sucede con otras leyes tanto locales como federales—su falta de aplicación o los recovecos legales que permiten su violación a diario y bajo cualquier circunstancia. O sea, el problema no está en crear más leyes, sino que las que ya existen se cumplan como Dios manda.
Pero también otro factor que juega en contra de la sociedad en este tema es la corrupción y la impunidad que se vive en “el bajo mundo” de los antros. Uno de los resultados de aquel incidente ocurrido a finales de enero de 2010 en un bar del sur de la Ciudad de México, cuando en una “noche de copas” fue baleado el futbolista paraguayo SalvadorCabañas, fue la creación de lo que hoy conocemos como el Instituto de Verificación Administrativa (Invea), con el cual la administración del entonces jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, trató de enfrentar la corrupción “enquistada” en las áreas de verificación que dependían de las delegaciones políticas del DF y quitarles el “negocio” de las licencias de funcionamiento a los encargados de ello en las demarcaciones.
Sin embargo, a pesar de la creación del nuevo organismo, a nadie parecía importarle el gran “negocio” que representa para algunos servidores públicos el tráfico de drogas y la actividad de los llamados dealers que pululan por todas las discotecas, bares y centros nocturnos del centro del país, hasta que hace un mes fueron secuestrados 12 jóvenes de otro antro, de esos que llaman after hours.
Hace poco más de dos años, con el incidente ocurrido aquella madrugada de principios de 2010 en el Bar Bar donde fue baleado el futbolista, las autoridades “se sorprendieron” con la noticia de que ese lugar ofrecía “servicio exclusivo” a sus clientes hasta las primeras horas de la mañana, sobre todo los fines de semana. A partir de ahí se modificó —ooootra vez— la Ley de Establecimientos Mercantiles para fijar una “hora tope” hasta las tres de la mañana y sólo bajo ciertas reglas podrían operar hasta después de esa hora. Asimismo, se obligó a los dueños de bares y discotecas a tomar más medidas de protección civil, como aquella que señala que cada antro debe tener un “médico de guardia” de las 11 de la noche y hasta las cinco de la mañana, ante cualquier eventualidad que se pudiera presentarse.
También, contar con detector de metales, un alcoholímetro con las características indicadas por la autoridad así como un policía de la SSP del DF que vigile que al salir del antro ningún cliente maneje en estado de ebriedad.
Sí, ya me imagino, estimado lector, su sonrisa ante tantas medidas que en la práctica nadie, o casi nadie, cumple. Es de risa lo que luego aprueban nuestros flamantes representantes, pero así son las cosas.
Como siempre sucede, “ya ahogado el niño a tapar el pozo”. ¿A poco nadie sabía que existían los llamados antros after hours? Muchos de estos sitios trabajan amparados, de manera ilícita, sin permisos más que el de quienes “mandan” en el bajo mundo de las drogas. Eso ha quedado demostrado desde hace muchos años. Y de ello dan cuenta todas las tragedias que a lo largo de los últimos 15 años han sucedido en el DF: en octubre del 2000, el incendio que provocó la muerte de 22 personas en la discoteca Lobohombo; en junio de 2008, 12 fallecidos en la discoteca New’s Divine en un operativo fallido de la policía; abril de 2013, cinco jóvenes “desaparecieron del Bar Virtual. Hasta hoy se desconoce dónde están; 26 de mayo, también de este año, 12 jóvenes secuestrados en el Bar Heaven y cuyo paradero se desconoce a un mes de ocurrido el levantón.
Además de un “rosario” de desapariciones y ejecuciones, producto del pleito entre las mafias que controlan el negocio de las drogas. La constante en todos los casos es una: impunidad.
