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La realpolitik de esta crisis

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Para entender cualquier momento de crisis político-social de un país lo que hay que hacer es preguntarnos quién gana y quién pierde. 

Cuáles son los intereses involucrados en las mismas. Revisar un contexto determinado. 

La política es el arte de maximizar las ganancias o minimizar
las pérdidas. 

Y las crisis son, generalmente, el resultado de los enfrentamientos tras bambalinas de los “factores
reales de poder”. 

Las coyunturas derivadas de las mismas se convierten, además, e  inevitablemente, en el territorio consentido y propicio para las apuestas.

 Es el reino de las apariencias. Y por lo general, tanto los pueblos como buena parte de la llamada intelligentsia de las naciones, no hace sino convertirse en ingenuo observador (y consumidor) del enorme teatro del poder. 

De sus puestas en escena, de su performance, de su planeación y de la narrativa siempre indirecta, cifrada, de múltiples máscaras, tramoyas, efectos especiales, etc. 

Y por “poder” entendemos cualquier tipo de dominio: político, económico, religioso, mediático, sindical, criminal, militar e incluso, hoy en día, el virtual.

La democracia, como forma de gobierno, es el arreglo institucional menos cruento, en que los factores reales de poder pueden (deben, en realidad) dirimir lo más pacíficamente posible sus diferencias. 

Pero no siempre sucede así. Y justo porque aquellos factores, están siempre a la defensiva para la protección de sus intereses. 

Y cuando la ley los ataca, están dispuestos a lo que sea para proteger su grande o pequeña parcela
de influencia. 

Empieza por el famoso lobby. Pero cuando éste no alcanza, empieza la guerra.

Y la contienda que hoy vivimos en México es una repetición de los enfrentamientos entre poderes fácticos que ya nos ha tocado ver en el pasado, cuando se ven afectados en su operación. 

No es que sean los mismos (o tal vez sí), pero la naturaleza —y las reacciones— de los poderosos siempre lo es. Y en este caso, como suele decirse: “se juntaron el hambre con las ganas de comer”. Me explico:

Por un lado tenemos a la izquierda radical que gusta del performance: el incendio, la violencia, la revolución como amenaza, así sea simbólica; a la movilización popular como estrategia de presión o como instrumento para caldear los ánimos. 

Aquí es donde los factores reales de la izquierda, siempre usan “carne de cañón” (y arriesgan las vidas, la sangre y la piel quienes menos tienen que perder): los más pobres
y necesitados. 

Así defienden su plaza los poderosos comerciantes de la miseria.

Del otro está la ultraderecha empresarial. Esa que siempre opera tras bambalinas, que ama el cuarto oscuro de las sombras. 

También desde ahí se hace presión, pero ésta no se hace por el eco de un reclamo en una manifestación, sino con el ruido del dinero contante y sonante que se juega. 

O que dicen que se juega. Estos, más educados, estratégicos y perversos que los arriba mencionados, jamás se inmolarían públicamente para defender su plaza; lo hacen, generalmente, con estratagemas más sutiles pero no por ello menos dolorosas e impactantes.

Y claro que las reformas (pero no sólo las reformas) han afectado los intereses de muchos poderes fácticos a nivel nacional y fuera de nuestras fronteras. Pero, siendo rigurosos, la “guerra” actual en contra del gobierno de Enrique Peña Nieto tiene dos particulares campos de batalla. 

¿Cuáles son esas plazas (mercados) en disputa? Para mí es sumamente claro: el mercado de la amapola (México es el segundo productor a nivel mundial.

Precisamente Guerrero es la joya del imperio) y el mercado de los energéticos (tantos intereses nacionales y extranjeros salivando no sólo por unos barriles de petróleo —aunque estén en 50 dls— sino por los importantes yacimientos de gas natural en el norte de la República).

Toda la crisis de Ayotzinapa abrió la caja de Pandora sobre la narco-realidad que se vive en ese estado. 

La presumible muerte de los 43 normalistas, no hizo sino mostrarnos todas las muertes adicionales que precedieron a la noche negra de Iguala (hasta donde iba el recuento, eran más de 250 los cuerpos encontrados en las
narcofosas cercanas). 

Y en ese contexto, ya de suyo profundamente crítico, se presentó el escándalo de la Casa Blanca. 

Como un intento de tiro de gracia o de oportunidad incomparable para herir casi de muerte al
gobierno actual. 

Pero, además, curioso ha sido que tras el escándalo (que por supuesto debe ser aclarado) del Grupo Higa, lo que sí se evaporó fue el cuestionamiento de los nexos PRD-López Obrador-Mazón-Abarca-Narco. 

Repito, no podemos ser tan ingenuos para pensar que la coyuntura nacional se debe a un par de coincidencias. 

Menos aún cuando nuestro país vive tiempos en los que tantos intereses han sido tocados por
las reformas. 

Pero esos poderes fácticos no dejan de ver, en el debilitamiento de un gobierno, una oportunidad dorada no sólo para no perder el poder que ya tienen, sino para intentar hacerlo crecer tanto como sea posible.

El filósofo español José Antonio Marina escribe que “lo importante no es el poder que tienes, sino el que tu enemigo cree
que tienes”. 

A eso juegan siempre los poderosos (de toda índole). Mientras Maquiavelo escribe que, al final, “lo único importante es lo que el Estado está dispuesto a hacer en beneficio del Estado mismo. 

La tormenta viene de varias direcciones. Más que en la obra, hay que fijarnos en quiénes son los guionistas, productores, directores y hasta tramoyeros…”

#MeCuentan: que los mismos que fueron por el petróleo a Irak, son los que querían venir por el petróleo mexicano. 

Y que no están muy contentos. Que a ver si no vienen, también, a buscar armas de
“destrucción masiva”.

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México, Texas y el petróleo

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