in

Las quejas de fin de año

Superiberia

Por : Gilberto Nieto Aguilar / columnista

Al finalizar el año se acostumbra un inventario de los mejores deseos para uno mismo y para los demás. Sin embargo, las listas de buenos deseos pronto caen en el desuso y el olvido: bajar de peso, atender la salud, cambiar el carácter, llevarse mejor con los demás, ser más comprensivo con los hijos o la pareja,  más responsable en el trabajo, etcétera. Como la carta a los Reyes Magos. 

Los Reyes Magos cumplían lo que les pedíamos. Nos traían los juguetes con la única condición de que nos portáramos bien en la escuela y obedeciéramos a nuestros padres. Ese era el esfuerzo que exigían a cambio. Hoy, ya adultos, nuestros deseos no tienen como condición que nos portemos bien, si no que tengamos una gran voluntad de hacer bien las cosas y obtener lo que queremos. 

Voluntad para perseverar y cumplir nuestros deseos, lo que queremos hacer, ser, dar y recibir sensatamente de la vida. Porque tampoco debemos ponernos a soñar fuera de nuestro alcance, a menos que estemos decididos a hacer lo necesario para alcanzar el deseo sin atropellar a otros ni sufrir decepciones graves que nos enfermen el alma. 

La felicidad que deseamos a diestra y siniestra en estos días, como parte sensible de la Navidad y el Año Nuevo, no llegará a nadie sin el esfuerzo y la voluntad necesarios. La felicidad radica en nuestro interior y es ahí donde debemos buscarla con ahínco, con tesón, con esperanza. Es parte de una actitud, de una filosofía de vida simple y sencillamente. 

También a fin de año se escuchan muchas quejas: este año me fue mal, perdí a un ser querido, no logré el ascenso, me corrieron del trabajo, enfermé de gravedad, etcétera. El inconveniente mayor no es el problema, si no la actitud que asumimos ante la adversidad. 

En relación con la actitud, quiero referirles la historia que me contó un joven, en noviembre pasado, sobre los malos hábitos de manejo, la falta de educación vial y la ausencia de comprensión hacia los demás. Resulta que el joven transitaba de su casa al trabajo, pero en una bocacalle, de las que no tienen semáforo, sino una esperanza grande en la educación y buena intención de los conductores, una señora mayor intentaba cruzar la calle. 

El joven frenó suavemente, pero apareció un energúmeno a su derecha que por poco atropella a la señora, quien se llevó el susto de su vida. El energúmeno era un analfabeta emocional, pues no reconoció que circulaba con exceso de velocidad, rebasó imprudentemente por la derecha, y que los cruces conceden el paso uno por uno para crear una cultura que sustituya a los semáforos. 

No obstante lo anterior, el único que sufrió un acceso de cólera irracional fue el energúmeno, quien maldijo a la señora y arremetió contra el joven por la supuesta estupidez de concederle el paso a la anciana. Fuera de sí, el enloquecido conductor siguió al joven varias cuadras gritando idioteces que para él, seguramente, eran argumentos contundentes de que tenía razón y le habían molestado, faltado al respeto o provocado un grave daño. Energúmenos como éste abundan por la vida, a pie o conduciendo un auto. Un buen deseo no les hará cambiar de actitud. Necesitan mucho más. 

gnietoa@hotmail.com

CANAL OFICIAL

El cinturón de castidad

Acusan a hermano de la Alcaldesa