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Leyes naturales

Superiberia

Por Catón / columnista

“Me acuso, padre, de que anoche hice el amor con Flordelisia, la más bella mujer de la comarca. Tres veces disfruté de sus encantos: la primera en la tradicional posición del misionero, dicho sea sin agraviar a lo presente; la segunda ella arriba, abajo yo, y la tercera en la postura que en inglés se llama doggie style”. “Ahórrate los detalles” –interrumpió, turbado, el padre Arsilio. “Permítame continuar –opuso el penitente–; todavía falta lo mejor. Flordelisia quedó plenamente satisfecha con mi performance.

Ahíta de pasión, agotada por el pagano goce de la carne y por todos los deliquios de manos y de boca que le hice conocer, me dijo que yo soy el mejor hombre con quien ha estado en una cama; el de mejor técnica y mayor enjundia. Añadió que esa noche había tenido más orgasmos que en toda su vida amorosa, y eso que ha sido muy intensa”. De nueva cuenta el sacerdote le cortó al hombre el hilo del discurso. Le dijo: “¿Viniste a confesarte o a presumir?”. Sin atender la moción de orden prosiguió el sujeto: “También me hizo prometerle que mañana me encontraré otra vez con ella para experimentar nuevas formas de placer”. “Basta, basta –se exasperó el padre Arsilio–.

Pecado grave has cometido, de lujuria. Según veo lo único que te faltó en esa deshonesta unión fue consumar lo que en Derecho Canónico se llama concubitus in vase indebito. No te traduzco la expresión latina porque eso equivaldría a darte un tip, aunque no creo que lo necesites. Grande es tu culpa, y grande será por tanto la penitencia que deberás cumplir. Rezarás tres rosarios de 20 misterios”. Dijo el individuo: “Ignoro cómo se reza eso. No soy católico, soy protestante”. “¡Desgraciado! –prorrumpió con enojo el padre Arsilio–. ¿Por qué entonces viniste a confesarte?”. Explicó el tipo: “A alguien le tenía que contar todo esto”…

Antier fui a perorar en una convención en la Riviera Maya. Al llegar al hotel se me alegró el corazón: en los jardines vi la flor que adorna las acequias de mi rancho, hermosa flor que por acá recibe el nombre de coyol. Las había de color púrpura, gualda encendido, y otras que se llaman “payaso”, en las cuales los dos colores se combinan. El cielo se llenaba con la blancura de la luna llena. En el camino de mi habitación al centro de convenciones del hotel percibí aromas de hueledenoche.

Luego supe del sargazo, que se recoge en camiones en la oscuridad nocturna y al día siguiente lo vuelve a traer el mar. No soy naturalista –si lo fuera escribiría con mayor naturalidad– pero veo cómo la naturaleza nos da tanto la flor como el sargazo. Tiene leyes que rigen la tierra, el mar y el cielo. Cuando alteramos ese orden se rompe la armonía del mundo y sobrevienen calamidades grandes. La naturaleza no perdona: el daño que se le hace lo devuelve multiplicado por mil. Alguien dirá que cada día habrá menos flores y más sargazo. Yo pienso que la Tierra sabrá defenderse del hombre, el más grande predador del planeta, y alguna vez volverá verse en la infinitud del universo como una hermosa flor color azul…

Al empezar la noche de bodas el anheloso novio le preguntó con ternura a su dulcinea: “¿Qué lado quieres de la cama, cielo?”. Respondió ella: “Los dos”. “¿Los dos? –se desconcertó el galán–. No necesitas los dos lados”. “¿Que no? –replicó ella–. Espera a que me quite la faja”… La madre y la hija discutían acremente. “Está bien. No voy a reprenderte más. Sigue con esa vida que llevas, de embriagueces y promiscuidad. Sigue llegando a la casa en horas de la madrugada, borracha siempre y con un hombre distinto cada noche. Pero una cosa te pido: de ahora en adelante a nadie le digas que eres mi mamá”… FIN.

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