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Los primeros misioneros

Superiberia

 Por: Gilberto Nieto Aguilar  / columnista

Comenta Juan Carlos Temprano, de la Universidad de Wisconsin, en la Introducción de la “Historia general de las cosas de la Nueva España” escrita por fray Bernardino de Sahagún, APP Editorial, sobre la llegada de los misioneros a las tierras del Anáhuac. En 1529 desembarcaron en la Nueva España un grupo de 19 misioneros franciscanos bajo la dirección de fray Antonio de Ciudad Rodrigo y entre los que venía fray Bernardino. 

No fue la primera expedición de franciscanos, pues en 1524 llegó el famoso grupo de “los doce apóstoles” a cargo de fray Martín de Valencia, como respuesta a las peticiones de Hernán Cortés “para evangelizar y convertir a estos gentiles idólatras”. También llegaron frailes dominicos en 1526 y agustinos en 1533 para coadyuvar en la misión de acercar lo más posible ambas culturas a través de la conquista espiritual, dada la experiencia de España que venía de un prolongado proceso de reconquista en defensa de la religión cristiana.

Desde su llegada a México, Sahagún “se dedicó con todo ahínco a estudiar la lengua y la cultura del pueblo que había ido a evangelizar” (Temprano), a tal grado que no hubo ninguno que le igualara en conocer los secretos de estas tierras. También pudo observar que los naturales del lugar decían aceptar al dios de los españoles, que muchos misioneros dominicos y franciscanos daban como un hecho simple, pero Sahagún tuvo sus reservas pues los lugareños no abandonaban sus deidades aunque asistieran al nuevo culto y aceptaran ser bautizados.

La acción de los misioneros contribuyó a la consolidación del orden colonial, con la asimilación ideológica de los indígenas a la nueva sociedad que estaba naciendo. La fe católica contra la destrucción de la idolatría, a la que consideraban generadora de todos los males atribuibles en aquel momento a los naturales de estas tierras, como el incesto, los sacrificios humanos, la sodomía, el canibalismo, la embriaguez. Los misioneros demostraron una gran capacidad de diálogo y un profundo respeto por los interlocutores, lo que fue ganando poco a poco su voluntad.

La doctrina, la Cartilla y los catecismos se adaptaron para llevar la formación catequística. Para formar a los nuevos cristianos y a una clase pensante, los misioneros promovieron escuelas, colegios y hospitales en cuya tarea el mayor obstáculo eran algunos españoles radicados en la Nueva España, quienes no estaban de acuerdo en concederles tales privilegios. En los colegios cursaban latín, destinado a preparar a los nativos para el sacerdocio. También enseñaban artes y oficios, filosofía, teología, retórica y medicina indígena.

En aquellos años incipientes la conversión indígena no logró un cambio total de creencias religiosas. Esto se daría, en una gran mezcla, con el paso del tiempo. El cristianismo fue aceptado no como una liberación, sino más bien como un mal menor y como un consuelo ante los atropellos y malos tratos de los encomenderos y explotadores españoles y sus capataces. Los frailes representaban a la iglesia y la Corona española, pero en las primeras cuatro décadas fueron también la voz de los indios ante el Rey de España y ante la Santa Sede.

Después de este periodo, los reformadores sociales como Vasco de Quiroga y los defensores de las causas justas como Bartolomé de las Casas, habrían de dar paso a los obispos e inquisidores, y los misioneros mendicantes a la Compañía de Jesús, conocidos como jesuitas, quienes, según ellos mismos, se dirigieron a las regiones indígenas que no habían sido atendidas por las otras órdenes y a las zonas más difíciles y en conflicto con los españoles.

Por otro lado, atendían la necesidad urgente de la población novohispana en materia educativa y desplegaban lo que desde el principio esperó la Corona de la evangelización: una estrategia importante para ejercer su dominio en las nuevas tierras, independientemente de las buenas intenciones que se depositaran en la empresa.

gilnieto2012@gmail.com

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